No es una remake de Peter Pan, ni tampoco una película de superhéroes en 3D, pero hay personajes que vuelan, sin más efectos especiales que un arnés, el cual parece desaparecer al verlos desplazarse por el aire a más de diez metros de altura. Son los artistas de Amaluna que logran estimular la imaginación hasta tal punto, que parece no haber imposibles. Son atletas sin miedo, maestros de la sincronicidad, y sus creadores, buscadores de perfección. Es el tercer espectáculo que el Cirque de Soleil trae a Córdoba y se presentan hasta el 13 de mayo en el Eco Distrito de las Artes.
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Los metros de distancia entre el ingreso al predio y el comienzo de la carpa del Cirque du Soleil, aumentan la ansiedad contenida por los espectadores, que parece estar toda acumulada en las piernas. Los que van llegando caminan rápido, aunque falta casi una hora para comenzar el show. Nadie quiere perderse nada y la luna en el cielo es la antesala especial que prepara todos los sentidos para un viaje a la fantasía.
Casi nadie se detiene mucho tiempo afuera, los únicos que se demoran son los que quieren la selfie con el cartel de Amaluna y las banderas de fondo, o abuelos que esperan a que lleguen sus nietos. El resto pasa directo al interior de la carpa donde los espera el merchandising oficial y algunos stands donde sacarse fotos y jugar, ofrecidos por los sponsor del espectáculo. Entre los asistentes están los que ya vieron las presentaciones anteriores (Corteo o Séptimo Día), y también aquellos que vienen por primera vez, empujados por lo que vieron en algún video o en la televisión. Las expectativas con que llegan son muy altas: esperan ver algo maravilloso. Saben que están a punto.
La voz del parlante anuncia que el show comenzará puntual. Para las 21 aún faltan completarse algunas butacas, pero la carpa se llenará por completo, y 2.600 almas vivirán por más de una hora y media en un mundo paralelo donde hay mujeres que vuelan, cuerpos que se doblan sobre sí mismos y hombres que escalan en puntas de pies.
La historia transcurre en una isla habitada por mujeres, gobernada por la reina Próspera, cuya hija Miranda cumple la mayoría de edad. Hay una celebración y también, de alguna manera, un camino de preparación de Miranda para la vida adulta. Los diferentes actos tendrán que ver con las adversidades que deberá afrontar para crecer y concretar su amor con Romeo. Incluso, la llegada de los pescadores a sus tierras, entre quienes se encuentra su enamorado, es parte de lo previsto por Próspera cuando desata la tormenta. Además, los obstáculos que se le presentan a la joven son la excusa para que su madre y las Diosas de la Isla, le transmitan valores, como equilibrio, fuerza, voluntad, y hermandad. Basada en La Tempestad de William Shakespeare, hay algún que otro guiño a Romeo y Julieta.
Si uno dejara de lado la certeza de que se está disfrutando de un circo, se podría pensar que se trata de un ballet, porque sin diálogo, los personajes van llevando la historia a través de diferentes números. En este caso no bailan, pero el arte que despliegan en sus movimientos logra que sus destrezas sean más que acrobacia. Es extraordinario lo que logra la elasticidad de esos cuerpos y a su vez, el coraje de animarse a piruetas peligrosas. Además, no descansan solamente en la perfección atlética, sino que cada uno de los personajes teatraliza sus apariciones, cuenta un cuento. También, el despliegue de vestuario, maquillaje y escenografía ayudan a que el público quede aún más deslumbrado. Entre trajes, accesorios y máscaras, son más de mil trecientas piezas y los artistas, dependiendo de la complejidad, pasan hasta una hora y media maquillándose. Hay cuarenta y ocho artistas en escena, treinta son mujeres.
Cada emoción es alentada por la música, que se escucha en vivo, interpretada por una banda compuesta por seis chicas en guitarras, violonchelo, batería, percusión, teclado y cantante. Con mucho rock, son las encargadas de preparar el clima necesario para la escena, ya sea alegría, tensión o asombro. Las melodías, los arreglos y la voz terminan sumergiendo por completo en la magia.
EN LA ISLA DE LA LUNA
Mientras algunos comen nachos, irrumpe Deeda, una de las clowns de la obra, hablando en la lengua de “los nariz roja” y calentando los motores del público, pidiendo aplausos y encendiendo parte de la escenografía. Es la niñera de Miranda y será la protagonista de otra historia de amor a primera vista, en este caso con Jeeves, el ayudante de Romeo, el otro clown en escena. Juntos son una de las conexiones entre performance y performance, y provocarán muchas risas. Como ellos, en varias oportunidades, los otros artistas se bajan del escenario y se meten entre las butacas.
Desde el comienzo es estridencia de música y colores. La apertura muestra a todos los personajes juntos, ayudando a la presentación de cada uno, e impactando por la majestuosidad. El primer número son dos mujeres en monociclos, son hadas del viento, una especie de “Campanita” –de Peter Pan- dorada, que giran y giran sobre sí. Se trata de dos hermanas nacidas en Tokio,Yuka y Satomi Sakaino.
La barrera del asombro ya fue cruzada, pero a medida que trascurra el espectáculo, las bocas abiertas y los cortes de respiración irán en aumento. Los primeros “ohh” ante la flexibilidad surgen cuando la encargada de los aros puede hacer mover cinco al mismo tiempo usando todas sus extremidades. Y todavía no vieron a la gimnasta en el rol de Miranda contorsionarse y al mismo tiempo hacer equilibrio al borde de un cuenco de agua.
Luego es el turno del vértigo con las guerreras volando por el aire y de Romeo que creará la misma sensación cuando suba por el palo chino a buscar a su amada y caiga desde unos veinte metros de altura para frenar con la nariz a un centímetro del suelo. Cuando se pensaba que ya se había visto todo, había más.
En la historia son tres diosas, la del Pavo Real, la de la Luna y la del Equilibrio, quien se lleva la más grande las ovaciones de la noche cuando logra sostener en su mano trece varillas de palmera de distinto tamaño, que juntas suman ocho kilos. La concentración de Lili Chao es infinita y durante su performance solo se escucha su respiración, inhalaciones y exhalaciones precisas, porque la del público desapareció, nadie puede creer lo que tiene frente a sus ojos.
Marie-Michelle Faber está detrás de la Diosa de Luna e impacta cuando gira agarrada de un aro hasta lo más de lo alto de la carpa. Es etérea y tan sutil en sus movimientos que ni se siente el esfuerzo cuando canta, incluso su voz permanece afinadísima mientras está colgada, sostenida al aro únicamente de su cuello. Ella es canadiense y hace veinte años que está en el circo, más tiempo que el que vivió en su casa. Hoy la gira la hace con su hija Exi de cuatro años. Su esposo Mathew es sonidista del staff y para ambos, este es su último tour porque la pequeña comienza la escuela. Marie-Michelle se despedirá de de los escenarios en agosto luego de hacer su performance en más de seis mil shows. Asegura que en el escenario es igual que la vida. “A veces estás más animada, otras más decaídas. Por eso, antes de comenzar tengo que escanear mi mente, mi cuerpo, si tengo una tensión emocional, corporal o mental. En eso me enfoco antes de subir, si me tengo que estimular o calmar, para tratar de que sea lo más puro que puede entregar”, le cuenta a ENREDACCIÓN.
A la salida del espectáculo, los papás y las mamás se convierten en atletas llevando a “cocochito” o en brazos a los niños que no llegaron al final. Todo el mundo está excitado y la palabra más repetida es “impresionante”. Por suerte, sobre gustos no hay nada escrito y a cada cual le gustó un número distinto.
“Fue hermoso, mucha emoción, suspenso, todo junto”, comentó Carmen Mujica, una cordobesa de 78 años que quedó maravillada con la rutina en el palo chino. Por otra parte, para Marcos Colombo (48) “el show es una sorpresa permanente, no se plancha en ningún momento”.
UN GIGANTE CON MUCHAS MANOS
En Amaluna, la creación de Diane Paulus estrenada en 2012, todo está cuidosamente calculado y no hay nada librado al azar, ni en lo técnico ni en lo artístico. Detrás de escena hay ciento veinte personas que completan el equipo que viaja por toda América Latina. Hay personal para sonido, iluminación, kinesiólogos, cocineros y administrativos, entre otros. Mami Ohkies la jefa de publicidad, es japonesa, flaca y muy delgada, no se le escapa un detalle y parece estar en simultáneo en más de un lugar a la vez. “Ya no me ocasiona nervios, lo hemos hecho tantas veces… Ni siquiera veo el show, porque siempre hay algo para hacer en la oficina”, confiesa en los minutos previos a la noche del estreno.
La gran carpa se compone de otras cuatro: la principal, la comercial, la VIP y la camarín. El detrás de escena incluye un espacio para el entrenamiento del elenco, donde cada uno encuentra su lugar para practicar su parte o elongar.
La mayor parte del lugar está cubierta por colchonetas y elementos de trabajo. Por ejemplo, hay unas cajas de plástico llenas de talco, elemento fundamental para no resbalarse, como el caso de las Amazonas que realizan la rutina de barras asimétricas. En cambio ellas, son la simetría en la ejecución. “Si quieren hacer yoga o pilates, lo que quiera el artista, tratamos de garantizarlo”, explica Mami, quien trabaja en la Compañía desde hace veinte años. A la hora del ensayo cada uno está en la suya, con auriculares, escuchando su música favorita.
También hay unos sillones y un televisor que ofician de living y en los rincones hay percheros con algunas de las prendas. Hay una sala especial para vestuario y otra con grandes lavarropas, mientras que la cocina tiene su carpa aparte con chefs de cuatro países, entre ellos Francia y México. En total, el staff suma veinticuatro nacionalidades.
Antes de cada función, los artistas tienen media hora para comer, es parte del cronograma que se repite diariamente, el cual incluye una hora de calentamiento, una hora de maquillaje y media hora para que la banda musical se prepare para salir a escena. Tres horas que, en cualquier lugar del mundo, en la carpa azul y amarilla, para el elenco de Amaluna, siempre serán iguales.
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