El peronismo ordena al aparato formal del PJ para enfrentar con más herramientas el duro proceso político y económico que encabeza en el país. El presidente Alberto Fernández requiere de una estructura que refleje e institucionalice las alianzas que componen el Frente de Todos en la gestión del gobierno y frente a los comicios legislativos de 2021, en los que tanto la alianza oficialista como sus principales referentes jugarán buena parte de la sustentabilidad de la administración nacional y sus posibilidades políticas con vistas al 2023.
Luego de años de cumplir un rol menor, incluso durante la mayor parte del gobierno de centro-derecha de Mauricio Macri, la conducción oficial encabezada por el presidente asumirá el 21 de marzo. Responde a dos máximas: participación de todos los sectores con algún grado de poder (ministros, gobernadores, legisladores nacionales, intendentes, gremios y movimientos sociales) y equidad de género, ya que habrá igual cantidad de mujeres y varones. Es la primea vez en la historia que esto sucede.
Durante el período del peronismo kirchnerista, sobre todo en los años en los que Cristina Fernández de Kirchner fue presidenta, el PJ tuvo un funcionamiento mínimo, más formal que real.
Ahora, a diferencia de ese momento, la existencia de un frente en el gobierno y de un presidente con menor caudal electoral y político que CFK, su vicepresidenta, obligan al peronismo a resucitar el aparato del PJ.
Normalmente, el peronismo unifica gobierno y partido y al segundo de los factores lo subordina a las necesidades del primero de ellos. Es decir, poder real y práctica política, van por el mismo sendero. Esta vez habrá algunos matices.
Fernández fue designado por Cristina, la portadora de un tercio del caudal electoral nacional, para liderar la boleta presidencial del peronismo unido. Es cierto, que gracias a ese primer movimiento Cristina pudo tejer luego un cuidadoso acuerdo con los distintos grupos que llevan el apellido peronista en sus DNI, incluidos la enorme mayoría de los gobernadores. Sin embargo una cosa es ser nominado y otra tener el poder. Es de sobra conocido en la literatura histórica que el poder no se transfiere, ni se hereda.
Cristina, por su parte, no necesita del mismo modo al peronismo que Fernández. Su propio poder electoral e institucional es más decisivo que darle “aire” a una agrupación donde muchos de los participantes encontrarán “un lugar en el mundo”. Sin embargo, la sustentabilidad del Frente de Todos requiere de acuerdos que no se pueden lograr de modo exclusivo a través de la gestión de gobierno o del ejercicio puro del poder. Esta vez, a la vicepresidenta el PJ, puede resultarle un instrumento necesario frente a la complejidad del entramado político que sostiene al gobierno y su futuro político.
Una muestra de ello, pero como contracara, es lo que hizo el titular de la Cámara de Diputados, el tigrense Sergio Massa, que decidió sostener su autonomía y la estructura del Frente Renovador. Regresar y sumergirse en la burocracia del consenso partidario condicionaba su proyecto político presidencial para 2023 y, por eso, decidió quedarse afuera del PJ y dentro del Frente de Todos. Su movimiento revela que no sólo piensa en el peronismo para sus pasos futuros.
Con el presidente a cargo del PJ y del gobierno se cumple “la máxima” de unificar gobierno y partido, aunque esta vez es de modo más formal que real. En lo básico, porque el presidente no tiene el poder real o, al menos, todo el poder. El partido servirá, en ese sentido, para elaborar puntos de encuentro y acciones políticas que el gobierno no puede llevar adelante trabado por su lógica de frente. A su vez, con los gobernadores dentro del aparato partidario, estos podrán tener voz en asuntos del gobierno además de la que tengan en la mesa del poder. Debe agregarse, que el presidente podrá subir al esquema de organización partidaria a varios jugadores propios, como Santiago Cafiero. Necesita construir volumen político para sobrevivir a las elecciones y a los dos años del final de su mandato.
La misma lógica se dará en los PJ provinciales, sobre todo en el de la provincia de Buenos Aires, donde Máximo Kirchner –que no integra la lista nacional- apuesta por llegar a la titularidad partidaria para darle forma a su camino rumbo a las ligas mayores de la política (la gobernación y/o la presidencia). Este plan tiene resistencia de un grupo de intendentes del conurbano.
A Fernández lo secundarán como vicepresidentes del Consejo Nacional del PJ, los gobernadores de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, y Tucumán, Juan Manzur: la vicegobernador de Chaco, Analía Rach Quiroga; y las diputadas nacionales Cristina Álvarez Rodríguez (Buenos Aires) y Lucía Corpacci (Catamarca).
Kicillof, Rach Quiroga y Corpacci forman parte del sistema de Cristina. Manzur juega su propio partido dentro del peronismo y es el vocero de los gobernadores “clásicos” del partido. Y Álvarez Rodríguez, que viene del sciolismo, es secretaria parlamentaria del bloque de diputados nacionales y tiene diálogo con todos los sectores internos.
Entre los dirigentes de peso propio que tendrá la mesa partidaria, se encuentran la mayoría de los gobernadores (Omar Perotti -Santa Fe-, Gustavo Bordet -Entre Ríos- y Sergio Zilliotto -La Pampa-, entre otros), con excepción de Juan Schiaretti (Córdoba), que tendrá al legislador y vicepresidente de la Legislatura, Oscar González, como su dirigente en este ámbito nacional; y Sergio Uñac (San Juan) que designó a la ministra de Gobierno, Ana Aubone, como su delegada. También estarán los ministros Cafiero, Eduardo “Wado” De Pedro y Agustín Rossi; la cristinista senadora mendocina Anabel Fernández Sagasti y el “albertista” senador cordobés Carlos Caserio. Además, integran la conducción los intendentes del GBA, Gustavo Menéndez, actual presidente del partido en Buenos Aires, Leo Nardini (Malvinas Argentinas) y Mariano Cascallares (Brown); y los sindicalistas Héctor Daer (CGT), Hugo Yasky (CTA) y Pablo Moyano (Camioneros), Víctor Santa María (Porteros de edificios), Antonio Caló (UOM) y Ricardo Pignanelli (SMATA).
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