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¡Que no cunda la ira!

La candidata presidencial de JxC, Patricia Bullrich en un congreso de CONINAGRO. (Foto: Prensa / Archivo).

Son humanos. Por lo menos, parecen humanos. Tienen hijos, hermanos, primos, suegros. No todos se llevan bien, como corresponde. En las mejores familias algunos se detestan. Tienen Historia propia y aparecen los mismos apellidos, podemos rastrearla por lo menos hasta 1930 o bien hasta la epopeya del general Roca para desapoderar a los indios de sus tierras en nombre del progreso, o sea, para repartirla entre sus generales. En un comunicado leído al día siguiente de quedar tercera en el escrutinio Patricia Bullrich dijo que había que terminar con el kirchnerismo a cualquier costo, sea como sea. “Cuando la patria está en peligro todo está permitido”. ¿Estuvo siempre en peligro, a qué llama “peligro” la derecha? ¿Por qué se obstinan en crear enemigos por todas partes, por qué los necesitan? ¿Para imponer el miedo y justificar sus aberraciones psiquiátricas? A fines del siglo XIX el “peligro” eran los anarquistas y comunistas, después los radicales de Yrigoyen, los peronistas, los zurdos y los hippies en los 70 y 80, los mapuches, Cristina y siempre los pobres, los miserables, los peruanos y bolivianos, los piqueteros y los que marchan por las calles reclamando legítimamente sus derechos. ¿Qué presagio tremendo encierra esa frase de Patricia Bullrich, ligada a una sensación de fracaso de la que la culpa la tiene otro, siempre otro y resignifica a cada rato su discurso para sumar a los aliados que repudió públicamente en sus últimos discursos, pidiendo perdón y aceptando perdón con tal de que no se hable más del asunto? Ejercicio perverso, si cabe la expresión. A eso viene lo de “parecen humanos”, las palabras con las que comienzan estas reflexiones. Y la conclusión es terrible: “Son humanos”, claro que vaciados de moral.

Después de 40 años resuenan con la misma virulencia de entonces las palabras pronunciadas el 1 de diciembre de 1985 en Parque Norte por Raúl Alfonsín, el ciudadano que resolvió magistralmente las contradicciones que se habían agudizado durante la (última) dictadura. Después de las infamias cometidas por los militares, los secuestros, las matanzas, las desapariciones, los robos de bebés y de cuanto objeto de valor encontraban en las casas allanadas, Alfonsín puso la firma a ese proyecto de democracia que hemos heredado, pero no hemos perfeccionado como corresponde. Proyecto que se basa en el ejercicio pleno de los derechos de los ciudadanos, las libertades individuales y la solidaridad social. La tolerancia, la racionalidad, el respeto y la búsqueda de soluciones pacíficas a los conflictos que hacen posible un tránsito de la sociedad autoritaria a la sociedad democrática. Se trata de sustituir la violencia y la intolerancia por la discusión y el pluralismo, la exclusión de la lucha salvaje, reemplazándola por el debate abierto y el respeto a la decisión mayoritaria y los derechos de las minorías. “La sociedad argentina –dijo- ha sido fuertemente influida por el egoísmo de las clases dirigentes, y ese egoísmo ha debilitado la solidaridad social, generando situaciones de desamparo y miedo. Por lo que es fundamental una ÉTICA DE LA SOLIDARIDAD, lo que implica que la sociedad sea mirada desde el punto de vista de quien está en desventaja en la distribución de talentos y riquezas. Un pacto democrático basado en esta ética de la solidaridad supone la decidida voluntad de que esté sustentado en condiciones que aseguren la mayor justicia social posible, y consecuentemente reconocer la necesidad de apoyo a los más desfavorecidos”.

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Ahora la contradicción fundamental es la racionalidad contra la violencia, dos proyectos absolutamente enfrentados: por un lado, la combinación de voluntades democráticas que dieron el triunfo a Massa, por el otro el odio exacerbado hacia todo lo que con enormes dificultades y errores sostuvo a esta democracia durante 40 años. Ojalá todo estalle antes del 19 (de noviembre próximo) dijo Bullrich también. No debemos olvidarnos que detrás del partido del odio, que todavía tiene chances de ganar, hay grandes empresas y bancos y fondos buitres que sostienen a un loquito que cuando no les sirva más lo van a descartar y me atrevo a decir que de una manera violenta para convertirlo en mártir. Fallaron con Cristina porque no estuvieron convencidos de la posibilidad de no fallar. Ahora el discurso de odio de Bullrich, Milei, Macri, Villarroel y demás apunta a una tarea que no lograron los militares de derecha a pesar de las miles de víctimas que dejaron en el camino. Lo voltearon a Irigoyen y lo metieron preso, lo voltearon a Perón y lo proscribieron 18 años, lo voltearon a Illia, a Frondizi y después de cada golpe el retroceso violento de todas las conquistas. Me desalienta mucho escuchar a personas queridas, familiares, repetir el discurso de odio que escuchan permanentemente en los medios de comunicación y que son capaces de apoyar activa o pasivamente -haciéndose los distraídos con el “a mí no me toca”- las peores barbaridades que pueden cometerse contra ciudadanos que opinan diferente.

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Digo barbaridades y me acuerdo de las que cometieron los nazis y el grupito de militares responsables de las matanzas que fueron condenados (algunos a prisión perpetua) en el juicio de Nüremberg, pero ninguno de los responsables de la poderosa industria alemana fue ni siquiera sentado ante un tribunal. Llámense Topf e Hijos, empresa radicada en Wiesbaden, que construyeron los enormes crematorios que además de convertirse en mataderos fueron un gran negocio: después de la liberación se encontraron en Auschwitz siete toneladas de pelo de mujeres, materia prima para la fabricación de otros productos a nivel empresarial. El gas era producido por grandes industrias químicas alemanas y el oro que les arrancaban a los dientes de los muertos iba a los bancos alemanes. Los vehículos eran Mercedes Benz, los astilleros alemanes fabricaban los barcos y submarinos que asolaban los mares del mundo. No nos olvidemos de Krupp, Thyssen, Bayer, Voss, con la honrosa excepción de Schindler entre la miseria moral de los demás. La guerra se había convertido en una gran industria que daba trabajo a los alemanes que habían padecido la humillación del Tratado de Versalles, trabajo, pero además ropa, comida y una formación en los colegios para producir asesinos en serie que no se cuestionaban si las tareas que cumplían estaban o no reñidas con la moral. Un italiano sobreviviente de Auschwitz, Primo Levi, escribió una serie de ensayos publicados con el título Si esto es un hombre, una crónica novelada en la que plantea el compromiso ineludible de luchar contra el olvido y reivindicar la memoria de los caídos. Y luego Vivir para contar (Escribir después de Auschwitz), en el que contradice a Theodor Adorno: sí se puede escribir después del holocausto. No hay forma de justificar el silencio para que esa locura no vuelva a cometerse. Víctimas y verdugos pertenecían a la misma humanidad (Hay una sola humanidad, escribió Bernard Minier en su novela Bajo el hielo). Tenían el mismo aspecto, pero en un momento de sus vidas se convirtieron en psicópatas asesinos con unos pocos años de contenido perverso en los programas escolares y la propaganda de Goebbels. ¿Quién puede asegurar que es inmune a esa propaganda? Por otro lado, la enorme proporción de las matanzas y la crueldad desmedida hacían que la gente común no creyera en ellas y las rechazara por su propia salud mental. Y los soldados de Auschwitz fueron el resultado de una planificación rigurosa que los convirtió en seres obedientes, tranquilos, vulgares y sin sentimientos. ¿Sobre quién pesa la culpa de haber cometido esas atrocidades? ¿Sobre el individuo que se ha dejado convencer? No olvidemos que Hitler llegó al poder gracias al voto de un tercio de la población alemana, hábilmente vaciada de moral.

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No permitamos que en Argentina ocurra lo mismo. El discurso de odio de la extrema derecha que parece avanzar a paso firme tiene frente a sí la memoria activa de los argentinos, esa memoria de los sobrevivientes de la última dictadura que ha sentado una conciencia que no será fácil desplazar con el sonido falso de una motosierra. Y sobre aquellos que consientan a sabiendas o se laven las manos por conveniencia o cobardía, caerá sobre ellos el juicio de la Historia, si es que antes no les rompen, también a ellos, las puertas y ventanas.

VER MÁS ARTÍCULOS DE FERNANDO LÓPEZ.

* Fernando López es escritor y abogado. Fue juez de instrucción y juez de control en la justicia provincial de San Francisco. Lleva publicadas varias novelas y desde 2014 organiza el Encuentro Internacional de Literatura Negra y Policial “Córdoba Mata”.

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