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Menotti, el juego, la belleza, las pequeñas sociedades y la identidad

César Luis Menotti con la Copa del Mundo. (Foto: Gentileza).

Es probable que exista la tentación de recordar a César Luis Menotti, el “Flaco”, sólo como un ex DT campeón del mundo. O simplemente, como un entrenador. El “Flaco”, que vaya paradoja de la vida, ingresó a la eternidad un día domingo, el día del rito de ir a la cancha a ver fútbol, trasciende los límites del campo de juego.

Pese a la gigante dimensión de los dos títulos mundiales que Argentina alcanzó con su conducción en 1978 en nuestro país, y en 1979, con el Juvenil en Japón, sería una soberana injusticia que este longilíneo rosarino sea recordado sólo por eso. Menotti, que es parte del ADN del fútbol argentino, fue también muchas otras cosas, como por ejemplo, afiliado al Partido Comunista, gran lector y también seguidor de artistas como Joan Manuel Serrat o Mercedes Sosa. Fue un maestro; un filósofo del fútbol; un hombre que se esforzó en elaborar el relato de este juego-deporte para darle la dimensión de hecho cultural de un país con identidad; un personaje que dignificó el trabajo de los que trabajan y practican el fútbol; un director de orquesta con botines, que supo reconocer el hecho creativo y artístico que puede caber en un juego que desata las pasiones de las masas; y un tipo con convicciones que no traicionó.

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Sus ideas sobre el fútbol se entrelazan con otras actividades humanas y sus reflexiones desafían más allá de la pelota. Menotti ejerció su rol de líder en una dimensión profesional, la de entrenador de fútbol, pero lo hizo con una ética, una estética y un convencimiento sobre la identidad y la representación, que convierten sus actos y logros en registros testimoniales de su pensamiento e inteligencia, pero también de Argentina y del fútbol que se practica en esta tierras.

Cuando define al futbol como un juego que “es espacio, tiempo y engaño”, tritura el concepto del futbol “Play Station”, donde todo se reduce a táctica, a programación, a estudio de los rivales, a la proliferación de jugadores de laboratorio, y a movimientos repetidos, para introducir la dimensión de la individualidad y la marca genética del fútbol rioplatense, la del engaño.

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O cuando afirma que “la táctica es programática. Por lo tanto, todo lo que sea programático en el mundo de la acción, donde aparece lo inesperado, no tiene mucho sentido”. El “Flaco” entendía que el movimiento, la improvisación, el talento, la solidaridad, las pequeñas sociedades y el hecho de pensar, eran capaces de modificar la comodidad de lo conocido, la repetición, y los sistemas preestablecidos. No quiere decir para nada que Menotti no trabajara en la semana, como se solía repetir de los técnicos que apostaban al fútbol ofensivo sostenido desde la creatividad. Menotti trabajaba, y mucho, con sus jugadores y sus equipos, que se adelantaron a su tiempo en cuanto a dinámica y táctica. Su “obsesión” por mejorar al jugador y su saber, lo convertían en un maestro, capaz de graficar mejor que nadie lo que había que hacer para superar un problema, tanto dentro como fuera del terreno de juego. Pero cuando sus equipos jugaban, buscaban ser protagonistas, atacar al rival, no rifar la pelota, desplegar un juego bello de paredes, gambetas, y de respeto por el buen trato del balón. Sin importar el escenario ni el rival.

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Hay otra de sus “máximas” que es trascendente: La de “las pequeñas sociedades”. O lo que es igual, la sociedad de las complementariedades, la que potencia a las individualidades, la que les ayuda a alcanzar su objetivo. Y desde ese lugar, es que pueden cambiar el destino de un equipo. Menotti explicó ese concepto en una charla para técnicos en 1980: “(…) Una vez Alfredo Di Stéfano dijo que él llegó a lo que fue gracias a los socios que siempre tuvo a su lado. Me parece una verdad grande como una casa. También las pequeñas sociedades son una de las grandes verdades del fútbol. La prueba está en la historia. En los ejemplos que di, en Pelé-Coutinho (acaso la pequeña sociedad más importante que vi en mi vida), en Luque-Kempes, en Bertoni-Kempes… y en una lista que espero que nunca se agote, porque eso hará que el fútbol sea inmortal”.

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Ángel Cappa recuerda que apenas Huracán obtuvo el título de 1973, el único del equipo del barrio de Parque Patricios en su historia, las primeras declaraciones de Menotti fueron las siguientes: “Quiero este fútbol para mi país. Estamos capacitados para jugar de este modo que nos hace tan felices”. Se trata de una frase que resume un concepto histórico y un hecho simbólico: El fútbol es felicidad, no sólo por ser un juego, no sólo por ganar, sino por cómo se juega. Esa es “la nuestra”. En Argentina, no es lo mismo ganar, que “ganar, gustar y golear”. Jugar es jugar, es hacer lo imprevisible, es amagar para un lado y salir por el otro para fabricar un espacio donde no lo hay. Un gran jugador es el que hace eso. Un gran equipo es el que se propone deslumbrar en el arte de asumir la actitud de ser protagonista en todas las canchas, independientemente del resultado. Menotti le devolvió todo eso al fútbol argentino con el Mundial del 78. Le devolvió el orgullo de volver a ser luego de los fracasos de Checoslovaquia en 1962, de Inglaterra en 1966, de no ir a México en 1970, o del sacudón que los holandeses le impusieron en Alemania 1974, con aquel baile humillante del 4 a 0. Lo lleno de la confianza que había perdido en sus fuentes.

Hay una delgada línea que une a la identidad aunque a veces no se la vea. Los cracks no nacen de un repollo, no son sólo genética, nacen de una historia, de un país, de una región, de un modo de vida, de una forma de sentir e interpretar el juego. Por citar el título más cercano, la Selección de Qatar 2022, la de Messi y Di María, con diferencia de 48 años, utilizaba otras herramientas tácticas, pero era reconocible en la de Kempes y Bertoni de 1978. Lo era en la decisión de asumir el protagonismo; en la personalidad y carácter de los jugadores -marca registrada de estas tierras-; en tratar con “pies de seda” a la pelota; en su feroz vocación ofensiva; o en la de desequilibrar con la gambeta, el pase y la búsqueda de los espacios vacíos.

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Menotti fue el que asumió, desde su lugar, ese papel histórico de recuperar la rebeldía cultural de nuestro país y su fútbol en los estadios y los potreros. Esa identidad que excede el fútbol y también es política, que rechaza el colonialismo mental y la subordinación a las potencias de turno de su clase dirigente. Esa identidad que en el fútbol se reconoce con la denominación de “la nuestra” frente a la idea de “importar” de manera acrítica a los modelos tácticos y futbolísticos de Europa. Su legado no es el de haber recuperado una luz superficial o un brillo de góndola de supermercado. El legado que deja, es haber recuperado el orgullo de ponerse de pie y de luchar dignamente con “las armas” desarrolladas en esta tierra. Al fin, en el sur de América, el fútbol es un hecho cultural, popular, un arte de potrero, que desafía a las reglas del mercado aunque viva dentro del mercado.

MÁS INFORMACIÓN

VER Las grandes frases y anécdotas sobre Menotti.

VER A los 85 años murió Menotti, el DT que logró el primer título mundial y le devolvió el orgullo al fútbol argentino.

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