“Si a la pregunta de qué querés hacer con tu vida, la respuesta de un adolescente es “no sé”, es el momento de pedir ayuda, es mucho más grave que una caries. Que un chico o chica no tenga sueños o que nada le guste, es preocupante”, señala la psicopedagoga Liliana González. Para la especialista parte del problema radica en una crisis del lenguaje y sostiene que en hablar con ellos desde que son bebés, se encuentran las claves para un mejor desarrollo.
Acaba de lanzar Tiempo de conversar donde analiza la pérdida de valor de la palabra y la incapacidad para dialogar que se manifiesta en la actualidad. Según la autora, este nuevo libro es una continuidad del anterior, Volver a mirarnos, el cual se centró en la pulseada entre los dispositivos tecnológicos y el verse a los ojos. “La primera etapa era lograr arrancar la vista de las pantallas un minuto y encontrarnos con el otro. Y una vez que te encontraste con la mirada, tiene que surgir la palabra, si es un encuentro que te interesa surgirá. Nos parece que la palabra ha sufrido mucho con el avance tecnológico, la hiperocupación, con la cadena productiva, con todo lo que nos viene restando tiempo real con el otro”, explica.
González puso en práctica el ejercicio del diálogo y a los dos libros los escribió junto a su hija Natalia Brusa, licenciada en Comunicación Social. “Nosotras somos generaciones con treinta años de diferencia. Cuando una entiende que conversar con el otro, de cualquier edad o vereda, con el distinto, enriquece y no tiene por qué anular el propio pensamiento”, comenta.
Además, en Tiempo de conversar, invitaron a diferentes profesionales a compartir sus voces sobre el tema y entrevistaron a seis adolescentes, quienes se explayaron sobre la vida, los sueños, el futuro, el uso de la tecnología, entre otros tópicos. “Es la parte más fresca y hermosa del libro”, adelanta la cordobesa.
¿Por qué hacer este libro?
Cuando pasó lo de Fernando Báez Sosa nos preguntamos ¿qué nos está pasando? Qué nos sucede que en vez de usar la hermosa herramienta que es el lenguaje, para decir lo que sentimos va el puño, la bala, el cuchillo, como el sustituto de la palabra. La violencia es lenguaje, pero sin palabras. Nos parece que estamos hablando poco, tampoco nos estamos encontrando, y a eso se le suman las grietas de todo tipo, políticas, religiosas; si el otro no piensa como vos, te ponés mal, te molesta o no entrás en discusión, por miedo a perder un amigo o un familiar. La conversación está dañada. De eso se trata el libro de cómo hacemos para volver a conversar.
¿Qué nos está pasando?
Hay una profunda transformación de valores y ese cambio ha sido muy rápido. Imagínate, yo soy de la generación de la virginidad, la casa propia, el empleo para toda la vida, la familia tipo, el matrimonio como valor, ahora todo eso suena muy viejo. En poco tiempo se ha subvertido y en buena hora, pero ha necesitado de cabezas flexibles, algo que no siempre pasa. La muerte y la violencia significan que no nos estamos entendiendo. También, nos está pasando que en el medio de una crisis de valores, hay una crisis económica brutal. La gente se desgasta en la pérdida de empleo, en la búsqueda de trabajo quien no tiene y en la hiperocupación el que sí. Para muchos, la meta es el dinero, algunos por la subsistencia, otros porque parece que nada les alcanza, y trabajan veinte horas por día para que a los chicos no les falta nada, sin darse cuenta que les faltan los padres. Es una trama complicada porque el tema económico influye mucho en las familias y en la mente de cada uno.
¿En las aulas tampoco se conversa?
No. Los chicos se han volcado a las redes y por la fascinación que tienen, pero también por la soledad que hay en las casas. Entonces se empezaron a comunicar usando las redes sociales, donde utilizan otro tipo de lenguaje, de códigos. Los adolescentes que entrevistamos para el libro dijeron que valoran el esfuerzo que habían hecho sus abuelos y padres grandes para acercarse al mundo de ellos, para no dejarlos solos, para interesarse. A mí, la pandemia, con 73 años, me obligó a meterme en la tecnología, a incorporar palabras como Skype a mi vida. Podemos hacer el esfuerzo de acercarnos a las suyas, de no estar tan lejos. Y cuando estamos con ellos, sumergirnos en la conversación.
¿Qué pasa si los chicos pierden el lenguaje?
Lo que viene pasando: aislamiento, conductas antisociales, violencia. Cuando perdés el lenguaje tenés muchísimas posibilidades de transformarte en un violento. La gente ha perdido la capacidad de decir te quiero, te necesito, para expresar las emociones hay que hablar, los gestos no alcanzan. Hay que estar sanos para usar la palabra y acariciar al otro, no dañarlo.
Si la falta de lenguaje afecta su capacidad simbólica y cognitiva, ¿qué tipo de adultos tendremos?
La construcción de lo simbólico es en los dos o tres primeros años de vida, ahí se teje la trama del lenguaje. Los niños no hablarían si no se les habla, no es una cuestión de almanaque. El lenguaje le viene, se tiene que apropiar y el adulto se lo tiene que dar. Si falla eso, lo que estamos afectando es la imaginación, la creatividad, la autoría, que al final de cuentas son las cartas de éxito en la adultez. Me suelen decir que los chicos tienen que saber de tecnología porque es el mundo que viene; sí, será pura tecnología, pero el que hará la diferencia es el que maneje recursos lingüísticos, sociales y creativos, el que sepa trabajar en equipo, y exponer bien lo que proyectó; la singularidad pasa por ahí. Marcará la diferencia al que lo dejaron fantasear, crear, el que pudo jugar con otros, el que aprendió a perder. No me gusta hacer futurología, pero si no cambiamos, vamos camino a un mundo mucho más individualista. Tampoco me gustaría verlo, porque lo que nos hace humanos y nos comunica es el lenguaje, no hay que perderlo. ¡Conversemos! Para un cumpleaños no mandemos un emoticón de globos, hagamos un llamado. Se trata de pequeños gestos que ponen en primer lugar la palabra.
¿Cuáles son las principales problemáticas que atraviesan las infancias?
Que son poco miradas y escuchadas. Como el niño lo necesita, va a desarrollar síntomas para llamar la atención, que lo miren y lo escuchen. Entonces, ya estamos teniendo infancias muy sintomáticas, la hiperactividad, por ejemplo.
¿Son una generación sin sueños?
No acepto esa idea ni esa generalización porque conozco a un montón de adolescentes con sueños, que son distintos a los nuestros. Para la mayoría es postergar la formación de la familia, si es que está en los planes, y son ciudadanos del mundo, no quieren irse del país, sino conocer otras culturas. Los veo con muchísimos sueños, y donde no los tengan, ahí faltaron los adultos. Los chicos con anomia, con falta de voluntad, a los que parece que nada les gustara, tenemos que preguntarnos qué les pasa, porque si están vivos algún deseo hay. Quizá no lo conocen, no lo encontraron todavía, no lo puede sacar al aire porque serian censurados por sus adultos. Es una consulta que los padres no deben obviar. El chico puede estar cambiando de sueño, de carrera, lo importante es que se mueva, que no esté tirado en la cama con el chat, sino que esté buscando. Hay que acompañar esas búsquedas y sacarnos el chip de que a los 22 años traerá el título universitario, porque está sucediendo poco. Mientras sea aprendizaje, movimiento, vida, conocimiento, está todo bien.
Tiempo de conversar
Una análisis sobre cómo internet y la revolución digital están cambiando la dinámica de la infancia, la adolescencia, la familia y su impacto en la sociedad.
El libro aborda cuatro ejes: Infancia y adolescencia, educación, tecnología y entramado social.
Una invitación a reflexionar sobre temas que interpelan nuestra vida cotidiana.
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