Si ya tomó la determinación de visitar los Esteros del Iberá, hágase de un tiempo para preparar el viaje y así no perderse los pequeños grandes detalles de uno de los dos humedales más grandes de América, en el que la flora, la fauna y los paisajes no darán descanso a sus sentidos.
La sugerencia sería hacer el viaje en automóvil para disponer de movilidad en el destino. Mil kilómetros separan a Córdoba de esta maravilla de la naturaleza y lo primero que hay que saber que sí o sí, por recomendación de las autoridades del lugar y sugerencia de los hoteleros, hay que hacer noche en Mercedes y al día siguiente, bien temprano, hacer los 120 kilómetros que nos separan de Colonia Carlos Pellegrini (a 350 kilómetros de Corrientes) donde haremos base. Esta recomendación de evitar circular por la noche es por los animales sueltos y porque, en caso de algún inconveniente, se hace muy complicado el auxilio ya que las señales de telefonía son malas o nulas.
También, a la hora de armar el viaje, hay que asegurarse que el hotel o las cabañas elegidas cuenten con el pertinente servicio de guías del lugar para así no perder tiempo en buscarlos cuando lleguemos ya que podemos darnos con la sorpresa que estén todos ocupados. Hacemos esta salvedad porque una pareja de extranjeros que llegó con nosotros perdió un día de estadía para recién poder hacer los paseos.
El ciervo de los pantanos. Camuflado entre la vegetación, es un espectáculo que no siempre se deja ver.
Así las cosas y, si no hay contratiempos, cerca del mediodía estaremos llegando a nuestro lugar de destino. La Colonia Carlos Pellegrini tiene una población estimada en 1000 habitantes y allí, hay hoteles, cabañas, posadas y los Camping Iberá y Cambá Cuá. Donde además del hospedaje es posible contratar el servicio de guía, fundamental para no perderse detalle de esta maravilla natural.
El infaltable carpincho. Un roedor gigante que se lo ve por todos lados.
Lo primero que nos llamó la atención fue ver, en todos lados, a los simpáticos carpinchos, animal que está considerado el roedor más grande del mundo. Su cuerpo puede llegar a medir hasta 1,30 metros y pesar hasta 60 kilos. Bien podría decirse que el Carpincho es parte del paisaje de los Esteros.
Nuestra permanencia se extendió por tres noches y en ese tiempo pudimos hacer lo que manda el manual: caminatas, avistaje de aves, y los insuperables paseos en lancha por la Laguna del Iberá que en sus 5.500 hectáreas cobija una muy atractiva diversidad de flora y fauna.
Una vez instalados en el lugar elegido, uno queda en las buenas manos de los expertos guías del lugar. Para romper el hielo y entrar de lleno en el mundo de los Esteros, nada mejor que arrancar con un paseo en lancha para ver, bien de cerca, a uno de los símbolos de la región: el yacaré en sus dos versiones, overo (Caiman latirostris) y negro (Caiman yacare). Invisibilizados en las orillas de la Laguna, los caimanes apenas dejan ver sus ojos y narices mientras esperan, pacientes, que aparezca su comida. La dieta es carnívora: ingiere caracoles, crustáceos y peces. El yacaré negro es el principal depredador natural de las palometas.
Un yacaré adolescente rumbo a la Laguna.
Sin sacar las manos de nuestra embarcación, y sin impacientarse, es posible ver a estos animales como consiguen su alimento. Quietos, sin pestañear, esperan que la víctima se acerque lo suficiente para que sus fauces se conviertan en la trampa perfecta y el plato del día esté asegurado. Es uno de los grandes espectáculos del lugar.
El paseo nos llevará, también, por el centro de la Laguna desde donde uno deberá exacerbar sus sentidos para no perderse el espectáculo. Infinidad de aves surcan el cielo de Iberá, todas tienen algo para llamar la atención, pero nosotros nos quedamos con dos especies que nos impactaron: una fue el Chajá grande y otra el Jacana. Al primero, lo vimos en una arbusto en medio de la Laguna junto a un compañero/a y fuimos testigos de cuando rompió el silencio de la Laguna con el sonido que le da sentido a su nombre: “cha – já” y la hembra, al toque, contestó: “cha – ja – li”. Lo dicho, un espectáculo de este clásico del lugar que también se distingue por su tamaño, mide hasta 85 centímetros y por ello se destaca en el paisaje.
Una pareja de Chajá, en el medio de la Laguna.
Nuestro otro elegido fue el Jacana, una zancuda que, al tener sus extremidades y dedos tan largos, puede caminar sobre la vegetación flotante buscando su alimento y, cuando algún peligro se acerca, puede despegar raudamente. En el Iberá, territorio de grandes extensiones de vegetación acuática, cuando uno ve a este animalito salir disparado, es porque un yacaré anda buscando comida y él, es uno de sus platos preferidos.
Colores del Iberá. El Yabirú.
Colores del Iberá. Gallito de agua.
Cuando el guía nos pide silencio absoluto e indica hacia un lugar en la orilla, es porque él, conocedor de esos movimientos, acaba de ver a un Ciervo de los Pantanos. Con el motor apagado y dejando que la corriente mueva la embarcación, pudimos acercarnos a no más de cinco metros para observar a esta especie que rara vez se deja ver. Camuflado entre las matas de color dorado, el ciervo se inmovilizó unos segundos y cuando se percató de nuestra presencia desapareció, sin dejar rastros. “Tuvimos suerte” dijo Andrés, nuestro guía-anfitrión de esa jornada. Un datito, si tienen la oportunidad de ver un ciervo deben saber que, si muestra una gran ornamenta, es el macho. Nosotros vimos a una hembra.
Un paseo en canoa, remando en La Laguna. Imperdible.
Colonia de arañas Ñandutí. Se parecen mucho a las viudas negras.
Además del paseo en lancha, uno puede adentrarse en el bosque para realizar un recomendable avistaje de aves y monos aulladores. Con estas dos actividades más las caminatas y la infaltable cabalgata para conocer a fondo la Colonia Carlos Pellegrini, bien podría decirse que uno estuvo y conoció lo más relevante de este singular lugar de nuestro país.
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