(Por Juan Carlos Carranza *) Si algo tenemos los ajedrecistas, es que sabemos improvisar. Cada problema que se presenta en el tablero nos obliga a encontrar una solución. Y si no existe, tratamos de que nuestro rival no se dé cuenta.
De eso se trata un poco esta historia, que tuve el privilegio de escuchar de boca de uno de sus protagonistas. Nada menos que del gran maestro y leyenda del ajedrez argentino Oscar Panno (85 años).
Pero vamos desde el principio. Antes que nada, a las generaciones más jóvenes quiero contarles que hubo un tiempo en el que el ajedrez argentino fue una verdadera potencia mundial. Varios factores confluyeron para que eso sucediera, entre ellos el Torneo de las Naciones (lo que luego se llamaría olimpíadas de ajedrez) de 1939 que se disputó en Buenos Aires.
Fue en el Teatro Politeama, entre el 24 de agosto y el 19 de septiembre de 1939, donde participaron 27 equipos y 133 jugadores, entre europeos y latinoamericanos.
Mientras se desarrollaba la competencia, el 1° de septiembre la Alemania nazi invadió Polonia dando inicio a las hostilidades que desembocarían en la trágica Segunda Guerra Mundial. Tanto el equipo polaco como el alemán se encontraban jugando el torneo y eran los candidatos al primer puesto.
El equipo inglés logró zarpar hacia el Viejo Mundo sin jugar la última ronda, pero esa suerte no tuvo la mayoría de los maestros europeos, muchos de los cuales tuvieron que permanecer en forma indefinida en nuestro país, debido a que se cortaron las vías de comunicación a causa de la guerra.
Los que se radicaron definitivamente en Argentina fueron Miguel Najdorf (Mieczyslav, su nombre original polaco) en Buenos y el austríaco Erich Eliskases (jugó como primer tablero de Alemania), quien vivió hasta sus últimos días en la ciudad de Córdoba.
El caso de Najdorf fue el más dramático, ya que en Polonia perdió a su esposa, a su hija de tres años y a todos sus familiares, víctimas de los campos de concentración nazi.
Esas circunstancias de la vida hubiesen derrumbado a cualquiera, pero el “Viejo” Najdorf tuvo la fuerza y el carácter para soportar esas inimaginables angustias y logró rehacer su vida, convirtiéndose en un porteño con acento extranjero. Y, además, se convirtió en uno de los mejores ajedrecistas de su tiempo.
“Siempre quise escribir la biografía de mi padre. Todos los que lo conocimos coincidimos en que vivió una vida que merece ser contada. Atravesó situaciones de infierno, conoció a gente importante, renació como el Ave Fénix, pensó sabiamente y ostentó una locura de novela”. Eso escribió Liliana Najdorf, una de las dos hijas argentinas del “Viejo”, en el prólogo de su exquisito libro titulado Najdorf x Najdorf, obra imprescindible para cualquier ajedrecista.
ENROQUE
Año 1956. Le tocaba a la Unión Soviética organizar las olimpíadas de ajedrez en Moscú, campeona en las dos últimas ediciones. Argentina venía de ser subcampeón en las tres últimas competencias: Yugoslavia (1950), Finlandia (1952) y Países Bajos (1954). Los historiadores Sergio Negri y Enrique Arguiñariz recorren la trayectoria en un tomo de casi mil páginas de lo que ellos llaman la “generación plateada” del ajedrez argentino (Historia del ajedrez olímpico argentino-La generación plateada 1950-1976). Otra publicación infaltable en la biblioteca de los que aman al juego ciencia.
Panno fue protagonista de esa epopeya. Se sumó a esa extraordinaria camada de ajedrecistas en 1952, un año antes de consagrarse campeón mundial juvenil.
En 2014, como entusiastas del ajedrez, junto a Guillermo Soppe fuimos mentores del premio “400 años de Cultura” que le otorgó Francisco Tamarit, entonces rector de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Y como además de ser gran maestro de ajedrez Panno se graduó como ingeniero civil, también recibió una distinción de parte del entonces decano de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNC, Roberto Terzariol.
El maestro Panno llegó acompañado por su hijo Sergio. Una vez concluida la ceremonia de distinción y tras el largo viaje en automóvil desde Buenos Aires, el legendario maestro pidió unas horas de reposo antes de acudir a la cita gastronómica prometida: paella en casa.
Para los fanáticos del ajedrez debe haber pocas cosas más gratificantes que departir una noche con una leyenda viviente. A esa velada se sumaron varios amigos más: el maestro internacional Herman Van Riemsdijk, los ya mencionados Soppe y Sergio Panno, el árbitro internacional Blas Pingas y la maestra internacional Liliana Burijovich.
Por supuesto, todos queríamos escuchar la épica historia del tortuoso viaje del equipo olímpico a Moscú en 1956. La revolución del 55′ había derrocado a Juan Domingo Perón y todas las instituciones habían sido intervenidas por los militares, incluida la Federación Argentina de Ajedrez (FADA).
“Nadie nos daba bolilla. Teníamos que viajar a Moscú, éramos los subcampeones del mundo en las últimas tres ediciones, pero al interventor no le interesaba. Nos decía que no había plata”, comenzó relatando aquella noche Panno.
“Faltaban muy pocos días para el comienzo de la olimpíada y yo me enteré que el coronel interventor estaba en Aeroparque. Le dije a Najdorf que fuéramos a tirarnos un lance. Cuando llegamos al VIP del aeropuerto el tipo hizo cara de ‘otra vez estos pesados’. Le dije que sólo nos faltaban dos pasajes, lo cual no era cierto, y el tipo para sacarnos de encima agarró una hoja y firmó la orden para dos pasajes”. Claro que apenas salieron de Jorge Newbery el “Viejo” le recriminó la jugada a Panno. “Yo le dije que antes no teníamos nada y ahora conseguimos dos pasajes y que ya íbamos a conseguir los otros”.
La cuestión es que eso no sucedió. La mayoría de los integrantes del equipo olímpico argentino tuvieron que pagar de su bolsillo lo que faltaba para comprar los pasajes.
Ya embarcados rumbo a Moscú, Panno y Najdorf hicieron escala en Viena y se fueron directamente a Aeroflot. Pero los empleados les dijeron que los podían poner en lista de espera para viajar dentro de ¡15 días! “La olimpiada comenzaba en dos días. Fue ahí cuando al ‘Viejo’ se le ocurrió una jugada maestra”.
Panno contó que Najdorf buscó la dirección de la embajada rusa en una guía telefónica e inmediatamente partieron hacia allá. “La verdad es que no sabía lo que iba a hacer. Pero entró como una tromba y a los gritos pidió hablar directamente con el embajador. Yo sólo miraba atónito. Cuando apareció un secretario, Najdorf le espetó en ruso: ‘Venimos a darle la oportunidad de evitar a su país un papelón internacional. Esta tarde, en conferencia de prensa, vamos a denunciar a la Unión Soviética de bloquear el acceso del equipo argentino a la olimpíada, debido a que es el subcampeón”.
El pobre funcionario, aturdido por la vehemencia de Najdorf y sin entender nada, pidió tiempo para consultar con Moscú. A las pocas horas, volvió con dos pasajes para Moscú para el día siguiente. “Los empleados de Aeroflot de los que nos habíamos hecho amigos no podían creer lo sucedido. Nos dijeron que habían bajado a dos militares de alto rango para que pudiéramos viajar nosotros”.
Finalmente, Panno y Najdorf llegaron a destino y también lograron que los otros integrantes del equipo viajaran a Moscú, aunque el elenco no estuvo completo para la primera ronda frente a India: tenían tres de los cuatro tableros. No obstante, los hindúes fueron muy generosos y aceptaron posponer el juego faltante.
“Después de tanto sufrimiento nos pudimos dedicar a jugar. Aunque seguro que todo esto nos pasó factura. ¡Salimos cuartos!”, finalizó el gran maestro Panno y todos festejamos su remate de la historia.
(*) Juan Carlos Carranza es periodista especializado en ajedrez.
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