Por imperio de esta maldita pandemia, no hubo otra opción que mudarnos a la virtualidad. Aprendimos a ir al banco, al súper, a la casa de un amigo o a la escuela a través de una computadora.
En las universidades, la enseñanza mediada por la tecnología avanzó en estos cinco meses lo que hubiera demandado una década, según palabras del rector de la UNC, Hugo Juri. Claro que en este rubro hay instancias en las que lo virtual por ahora no logra reemplazar a lo presencial. De todos modos, no se podría catalogar aquella afirmación como un efecto no deseado de la crisis sanitaria.
En el caso del deporte, al contrario, la virtualidad le sentó muy bien desde el principio al ajedrez, a diferencia de otras disciplinas a las que les costó (y les cuesta) retomar la “normalidad”.
Actualmente, se calcula que se juegan 40 millones de partidas por día en las principales plataformas online. Sólo una ellas (Chess.com) tiene más de 20 millones de usuarios. Los principales maestros juegan torneos desde el living de su casa y, según los expertos, la calidad de sus partidas no ha disminuido. Además, los incontables aficionados en todo el mundo podemos seguir las acciones sobre un tablero en vivo, y hasta con nuestro teléfono móvil.
Pero no todo fue siempre así…
TELETIPO
En columnas anteriores nos hemos referido a uno de los más extraordinarios jugadores que ha dado el ajedrez: Robert James Fischer (1943-2008). Nacido en Chicago y criado en Brooklyn, Bobby se reveló como un joven prodigio: campeón de los Estados Unidos a los 14 años y gran maestro a los 15 años (récord en ese momento).
En 1965, a los 22 años, Fischer ya era una celebridad. Todos los organizadores querían tenerlo en sus torneos, pues eso les garantizaba gran difusión en la prensa.
Aquél año Cuba se disponía a organizar el tradicional torneo en homenaje a su prócer ajedrecístico, José Raúl Capablanca, excampeón mundial entre 1921 y 1927. Por supuesto, Bobby era uno de los maestros invitados, sólo que se encontraron con una “pequeña” dificultad. Producto del bloqueo a Cuba, no les estaba permitido a los ciudadanos estadounidenses viajar a la isla. Y no hubo excepción para Fischer.
Pero el gran Bobby quería disputar la competencia, de modo que los organizadores pusieron manos a la obra y encontraron la solución: Fischer iba a jugar el torneo desde el Manhattan Chess Club de Nueva York enviando sus jugadas ¡por teletipo!
Sin embargo, no todo era fácil con Fischer. Cuando todos pensaban que el problema estaba resuelto, Bobby envió una dura carta a Fidel Castro cuestionándole unas supuestas declaraciones en el New York Times: “Me opongo a sus manifestaciones publicadas hoy en el New York Times proclamando una victoria propagandística, y por este acto me retiro del Torneo Capablanca. Solamente volveré a entrar en el torneo si Usted envía un cable asegurándome que Usted y su gobierno no buscan beneficios políticos de mi participación, y que no se producirán en el futuro más comentarios políticos por parte de Usted en relación con mi participación. Bobby Fischer”.
La respuesta de Fidel (gran aficionado al ajedrez al igual que el Che Guevara) no se hizo esperar: “Acabo de recibir su cable. Me sorprende que usted me atribuya algún tipo de manifestación referente a su participación en el torneo. A este respecto no he dicho ni hablado una sola palabra con nadie. Sólo tengo sobre ello noticias que he leído en cables de agencias norteamericanas. Nuestro país no tiene necesidad de tan efímera propaganda. Es suyo el problema de participar o no en dicho torneo. Sus palabras son, por tanto, injustas. Si usted se ha asustado y arrepentido de su decisión inicial, sería mejor que idease otro pretexto y tuviese el valor de ser honesto. (Fdo) Dr. Fidel Castro. Primer Ministro del Gobierno Revolucionario”.
Por suerte, la controversia se zanjó rápidamente y Bobby jugó el torneo desde New York. Participaron 22 grandes maestros. A la hora del sorteo de las rondas, el hijo de Capablanca fue el encargado de llevar el número de Fischer.
Hubo que desafiar toda una logística con los relojes en las partidas en las que jugaba Bobby, razón por la cual algunos juegos llegaron a durar hasta siete horas. Finalmente, el primer puesto correspondió al soviético Vassily Smyslov y Fischer quedó segundo a medio punto.
ENCUENTRO AMISTOSO
Al año siguiente, en 1966, Cuba organizó las olimpíadas de ajedrez en La Habana y Fischer pudo viajar a la isla.
En su sitio web (ajedrezpinal.com), el maestro internacional cubano Nelson Pinal Borges cuenta que Bobby fue recibido con gran cariño por los cientos de aficionados cubanos y, extrañamente, este supo corresponder ese afecto permitiendo que le sacaron fotos y lo filmaran. Incluso, hasta concedió entrevistas.
Aunque, todos esperaban el momento en el que el genio estadounidense se encontrase con Castro en la sala de juego. El morbo especulaba con las reacciones de ambos luego del duro intercambio de mensajes del año anterior. Pero lejos de avivar el desencuentro, Bobby y Fidel recordaron el incidente entre bromas y todo quedó en una anécdota sin importancia.
(*) Juan Carlos Carranza es periodista especializado en ajedrez.
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