Para un país acostumbrado a los actos grandilocuentes y “las avivadas”, la cuestionada CONMEBOL -que rige los destinos del futbol sudamericano- le pegó una cachetada al orgullo nacional: la final de la Copa Libertadores de América, promocionada casi como una final más grande que si la jugaran Real Madrid-Barcelona, terminará disputándose en Miami, Qatar o Asunción del Paraguay. Esto, si no próspera la protesta de Boca, que pide la misma vara que en los octavos de final de la Libertadores de 2015, donde el gas pimienta del hincha Adrián Panadero Napolitano le dio el pasaporte a River a la siguiente instancia, más un combo de suspensiones y multas para los xeneises. O si la impensada alianza entre Mauricio Macri y Roberto D’Onofrio no convierte el destierro futbolero en un nuevo intento dentro de las fronteras nacionales.
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Aquí, como de costumbre, frente a un episodio concreto, en este caso de violencia en un espectáculo deportivo, una buena parte del sistema de poder desparrama lavandina con una manguera de bomberos, manchando a todos y tratando de ocultar las responsabilidades particulares y concretas.
Hoy, en Página/12, el ex canciller Rafael Bielsa escribe una columna titulada “Fui yo”, donde en uno de sus párrafos dice: “Lo normal en el mundo es acusar y castigar, de modo que aquí tienen al que desencadenó el proceso que nos mostró normales a los ojos del orbe y, más importante todavía, lo que por lo tanto nos permitió sentirnos normales. Fui yo”. Una preciosa y precisa construcción del deseo, de lo que debiera ser.
Ver la columna de Rafael Bielsa en Página/12: Fui yo.
Está claro que el ómnibus que llevaba al equipo visitante al Monumental dobló por donde no dobla nunca; que hinchas de River rompieron los vidrios y lastimaron a tres jugadores de Boca; que las fuerzas de seguridad dispararon gases a mansalva agravando los hechos iniciales; y que durante los siguientes 800 metros, hasta el Monumental, la parcialidad millonaria agredió a la delegación boquense. Una detrás de otra.
Luego de varias horas con el público dentro del estadio, donde se anunciaba que el partido se jugaba y que se suspendía, finalmente se suspendió hasta el día siguiente. El domingo, otra vez con la gente adentro, se decidió suspender el encuentro. Un escándalo, en el que los directivos de los dos clubes, la AFA, la CONMEBOL y las autoridades de seguridad se pasaban la pelota manchada unos a otros. La presión asfixiante del negocio de la televisión forzó la insensatez de querer jugar una final costara lo que costara y nadie pudo decirle que no durante un día entero que en realidad abarcó dos: desde la tarde del sábado hasta la tarde del domingo.
El virus de la insensatez ya había contagiado primero al presidente Mauricio Macri, que una mañana salió y anunció que en la final iban a ingresar visitantes. Lo frenó el renunciante ministro de Seguridad porteño, Martín Ocampo, con el apoyo de los presidentes de ambas instituciones, aunque por razones diferentes: el primero veía una batalla campal inmanejable. Los segundos, menos entradas para los socios de ambos clubes.
Sin embargo, el virus de la insensatez ya había contagiado primero al presidente Mauricio Macri, que una mañana salió y anunció que en la final iban a ingresar visitantes. Lo frenó el renunciante ministro de Seguridad porteño, Martín Ocampo, con el apoyo de los presidentes de ambas instituciones, aunque por razones diferentes: el primero veía una batalla campal inmanejable. Los segundos, menos entradas para los socios de ambos clubes. Es obvio, que el que tiene intereses vela por los suyos, pero el Estado debe cuidar el bien común. Ahí, el que puso los puntos sobre las “íes” fue Ocampo. Lamentablemente contra la opinión de la máxima autoridad ejecutiva de la Nación, que por su cargo, debió ser el más sensato, o al menos, capaz de consultar antes de hablar. Macri se metió solo y sin que lo llamen en un desastre para la imagen del país; que ante los ojos del mundo, se convirtió en una Nación incapaz de organizar un partido de futbol y garantizar su seguridad. Y más allá de lo que nos gusta el deporte del balompié, hay que admitir que no es de las actividades humanas más complejas de alumbrar. Ese es el problema que nos recordarán seguido: si no pueden con lo más fácil, cómo van a poder con lo más difícil.
La secuencia del final de la final, fue el operativo de seguridad. Un día antes del partido, como es costumbre en organizaciones -estatales y privadas- superficiales, un acto de marketing contra quien se señala como uno de los jefes de la barra brava de River, Héctor “Caverna” Godoy, abrió una herida que nadie vio, dado que el día del partido estaba desguarnecido el lugar por donde iba a pasar el colectivo de Boca. Hay que aclarar que hasta ahora nadie pudo ligar a los barras con las agresiones, más allá de las suposiciones, y por lo tanto habrá que esperar la investigación judicial completa. Por cierto, resta ver si algún juez es capaz de hacerlo, sobre todo cuando el poder político ha perdido el sentido común. Vale aclarar que nadie pone “el pellejo” a disposición de sistemas delictivos capaces de dañar a cambio de nada. Lo cierto que, con barras o sin ellos, hubo agresión en el lugar donde debía estar Prefectura y no estaba.
Como la coordinación correspondía a Ocampo y al gobierno de la Ciudad, el ministro hizo lo razonable ante el pedido de su jefe, Horacio Rodríguez Larreta: se fue. Dicen que Macri lo empujó porque le llevó la contra un par de semanas antes. Es probable, porque todos los que conocen al presidente resaltan su carácter “revanchista”.
Dicen que Macri lo empujó a Ocampo porque le llevó la contra un par de semanas antes. Es probable, porque todos los que conocen al presidente resaltan su carácter “revanchista”.
Dentro de la cultura de la grandilocuencia, ayer el presidente salió a apuntarle a los barra-bravas con una ley específica para perseguirlos. Cabe preguntarse, genuinamente, sobre la seriedad de su planteo: ¿Hace casi tres años que es presidente y no hizo demasiado para terminar con la mafia de “las hinchadas multipropósito”?, ¿por qué, mientras fue presidente de Boca, convivió con ellas sin chistar?, y ¿por qué, desde que dejó la presidencia de Boca y ocupó la jefatura del Gobierno de la CABA, siguió alimentando a los “barras” de su club?
Para colmo, aliado con Roberto D’Onofrio, el titular de River, ahora pretende que el partido se juegue, y que la sede sea en Argentina. Todos tienen derecho a expresar sus ideas, pero es un nuevo y grave error. Que se haga en el país no tapa el escándalo anterior, ni los errores que se cometieron -como no organizar y coordinar correctamente la seguridad-, o los manotazos sin sentido del tiempo, como el allanamiento a los “barras bravas” del día previo a la final. La política y la opinión pública no responden linealmente a los golpes de marketing o Facebook, por más que la billetera sea bien gorda. El presidente, en esta instancia, se parece a otro presidente, Fernando De la Rúa, cuando en Show Match no encontraba la salida. Para remediar lo que sucedió, el sentido común indica que hay que hacer el duelo correspondiente; nada mejor que reconocer que no se pudo, no embarrarse más. Quizá en esta oportunidad haya que dejar que el futbol se resuelva dentro de las leyes del futbol, y empezar a trabajar para que la próxima vez que toque un espectáculo de este tipo, no nos pase esto. Alguna vez hay que trabajar con seriedad.
Quizá haya que dejar que el futbol se resuelva dentro de las leyes del futbol, y empezar a trabajar para que la próxima vez que toque un espectáculo de este tipo, no nos pase esto. Hay que trabajar con seriedad.
Y con los barras, el sistema político debiera hacer un renunciamiento, esto es, abandonar la idea de que la política sólo se hace con “plata”, y regresar -con las adecuaciones del Siglo XXI- al tiempo en que había militantes, afiliados de carne y hueso, gente que se comprometía e involucraba con una causa. De lo contrario, la plata se usa para alquilar “militantes”, que entre otros, son los barras. Se sabe también que el alquiler, a veces, se hace con la vista gorda a los delitos. Dicho de otro modo, la política y los barras necesitan el poder. La diferencia, es que los primeros son necesarios para la salud del sistema democrático; y los segundos, una enfermedad. Para cambiar, se necesita más que una puesta en escena, se requiere un cambio estructural, que modifique ese vínculo perverso. Hay que ver si un presidente neoliberal, que representa la anti-política, y que convivió más de dos décadas con los barras de Boca, tiene espaldas para hacerlo o si se trata de una nueva y peligrosa operación de marketing político.
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