El autor chileno Julio Numhauser, escribió, exiliado en Suecia en 1982, una hermosa canción que popularizó Mercedes Sosa “Todo Cambia”. En Argentina, en estas últimas elecciones no solo cambió de signo partidario el gobierno nacional. No sería novedad ya que democracia y Constitución nos lo permiten cada cuatro años. Aquí el cambio fue contundente por las características que revistió todo el proceso electoral. A tal punto que es presidente electo, alguien sin trayectoria ni militancia política, sin estructura partidaria, sin referentes o técnicos con expertise para la enorme burocracia del Estado, sin recorrer el país y, creo no equivocarme, sin “conocer el país”, y sin los gastos escandalosos de campaña a los que nos tienen acostumbrados los partidos tradicionales, más aún cuando ejercen el poder.
No es, al decir de Max Weber “un profesional de la política” En estas condiciones, pero en otros tiempos hubiera sido imposible. Pero, como dice la canción, TODO CAMBIA. Y vaya si lo ha hecho en esta coyuntura. Fenómeno interesante para un profundo análisis desde una mirada sociológica a los efectos de comprender los fenómenos que impulsan los cambios sociales.
Desde la recuperación de la democracia en adelante comienza, lentamente, pero de manera sostenida, una profunda crisis de diversas características con efectos no deseados que atraviesa de manera transversal golpeando con fuerza el statu quo. La crisis de representatividad es la más notoria. Los discursos armados y de manual, que suenan lindo pero que nunca se cumplen fue la constante en las últimas décadas y, ya agotada la paciencia de los electores, esta vez no lograron captar su interés. Y ocurrió lo inesperado pero entendible. Esta vez el cambio vino desde propuestas disruptivas y algunas temerarias, lejos de las repetidas recetas de los profesionales de la política.
La austeridad, la sobriedad, la idoneidad, el compromiso y la sensibilidad social indispensables para gestionar y administrar la política y direccionarla hacia el bienestar general estuvieron ausentes desde hace mucho tiempo en Argentina. Es menester reivindicar a la política como una herramienta que, decorosamente gestionada otorga bienestar y no pobreza. El discurso tradicional habla de ella, pero lo hace desde un mentiroso y perverso disvalor. A 40 años de democracias tenemos 45% de pobres (solo si medimos por ingreso), educación pública fundamentalmente en el nivel medio de pésima calidad, con abandono en los primeros años, y solo el 12 % de jóvenes en nuestro país ingresan a la educación superior, con 4% de terminalidad. Y la sociedad así lo entendió, porque así lo sufre y siente.
Por otra parte, es necesario recordar que al “ESTADO”, organización jurídica de la nación y además responsable de organizar y regular el funcionamiento de la sociedad, es imposible reducirlo a su máxima expresión. No obstante, es inadmisible que el mismo sea reducto de empleo para militantes inútiles, coto de partidos políticos para su beneficio y menos aún utilizar su función para el enriquecimiento ilícito de quienes lo administran. Eso logró transmitir Javier Milei, y el colectivo social así lo entendió.
El enorme desafío entonces es reivindicar la política como instrumento para gestionar teniendo como principal perspectiva la dolorosa cotidianeidad de los más castigados por el descontrol, desmanejo, inoperancia y saqueo del estado en los últimos años. Apelar a la formación de cuadros aptos para gestionar y garantizar gobernanza. Recuperar la mística de la militancia genuina y apasionada que se entrega sin aspirar retribución alguna por ello. Y entender al Estado como el órgano máximo de la organización social, ni elefantiásico, ni chico en extremo. Solo cumpliendo su rol.
Sostengo que no hay proyecto político sin ideología, porque es ella la que marca el camino que toman los gobiernos, pero con la flexibilidad que las condiciones exijan y en consonancia con las que se mueven en el mundo actual, nunca jamás de manera fundamentalista e irresponsable. En las relaciones internacionales de los Estados en materia comercial prevalecen los intereses de los países que interactúan. EE.UU. es el principal comprador de petróleo crudo a Venezuela, y este país cuida a su gran cliente del norte como al mejor, aunque en las relaciones políticas tengan intereses muy contrapuestos.
Otro elemento para el análisis político-sociológico, es que la ciudadanía advierte como nunca las contradicciones de sus gobernantes. Cuando desde el gobierno perdedor y su campaña del miedo vociferaban “Milei es la dictadura”, el elector observador sabe de sobra que una de las dictaduras más emblemáticas en América Latina (entre otras) la representa el presidente Nicolás Maduro, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas venezolanas y que se abrazó siempre con sus históricos e inestimables amigos kirchneristas. Que por otra parte (y como cuestión anecdótica) sostiene que se comunica con el ya desaparecido Hugo Chávez a través de los mensajes que le trae un pajarito”. De manera tal que a nadie interesó demasiado que el inspirador del nuevo presidente sea Conan, su mastín ingles ya muerto.
Por primera vez y con mucho cuestionamiento personal, voté en blanco, mi formación política de la cual no reniego, al contrario, me enorgullece, impidió que optara por uno u otro candidato, aunque por cuestiones diferentes. Pero el soberano se expresó de manera contundente en una dirección y es un deber republicano respetar esa decisión. Es antidemocrático y propio del fascismo no hacerlo. Espero que esas amenazas temerarias en las que ya han caído algunos de los impresentables dirigentes sindicales solo sea producto del desconsuelo que les trajo el resultado electoral. Trece paros al que ahora reivindican como padre de la democracia y ninguno al abandonico presidente Fernández con más de 120 % de inflación anual. Cuidado, que este desatino también lo interpretó la ciudadanía, Por otra parte, es común escuchar “este tipo no va poder gobernar”. Pregunto: ¿Los que “supuestamente sabían” lo hicieron en realidad?
* Griselda Baldata, diputada nacional (MC).
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