El movimiento obrero argentino siempre parece muerto, pero resucitó más veces que Jesús. El ministro de Trabajo, Jorge Triaca hijo creyó haber vuelto a encontrar la fórmula para desactivar el conflicto social y cerrar un acuerdo político con la CGT para impulsar la reforma laboral y previsional en el Congreso, pero por ahora no puede cantar “bingo”. Al igual que en 1994, cuando Hugo Moyano, el jefe de los camioneros, creó el Movimiento de los Trabajadores Argentinos (MTA) junto al gremio de los colectiveros y otros sindicatos, desafiando en la calle al ciclo neoliberal de Carlos Menem y Domingo Cavallo, otro agrupamiento obrero -de múltiples vertientes, desde sindicatos de la CGT hasta las CTA- atropella las reformas del nuevo ciclo neoliberal y condiciona las negociaciones de gobernadores y la conducción de la CGT. Es decir, el ajuste y las nuevas leyes no están cerradas.
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La convocatoria al Congreso, a las 15, la impulsan la CFT que conduce Sergio Palazzo, los gremios de la CGT afines al camionero Pablo Moyano y las dos CTA, hegemonizadas por docentes y estatales. También se suman los distintos movimientos sociales.
No es nuevo el escenario desde lo orgánico, esto es, la existencia de un sector de los trabajadores que dialoga y otro que confronta. Las divisiones del movimiento obrero están marcadas por este posicionamiento coyuntural y estratégico. Si algo se debe admitir, es la capacidad de maniobra tanto para dialogar como para confrontar. El problema lo tiene el gobierno, porque cuando un sector importante -como sucede ahora- confronta, condiciona a los que negocian y sube la vara de las necesidades sobre la mesa de las negociaciones. Habrá que ver ofrece el ministro Triaca, hijo del Triaca del sindicato Plástico, que en los ’90 fue el quintacolumna de la ofensiva neoliberal en Argentina y su ola privatizadora.
La diferencia sustancial de esta etapa, respecto de los ’90, es política: el bloque del PJ clásico más el PJ kirchnerista y el PJ de Sergio Massa suman una fuerza legislativa capaz de trabar las leyes en el Congreso, y sobre todo en el Senado.
La diferencia sustancial de esta etapa, respecto de los ’90, es política: el bloque del PJ clásico más el PJ kirchnerista y el PJ de Sergio Massa suman una fuerza legislativa capaz de trabar las leyes en el Congreso, y sobre todo en el Senado. Tambien es importante la capacidad de movilización de la izquierda trotskista. El hecho introduce una complicación doble, ya que condiciona al gobierno y a los gobernadores dialoguistas del PJ: si el cordobés Juan Schiaretti no puede organizar un bloque de diputados que supere los 15 legisladores, su estrategia de negociar a cambio de recursos se hundirá indefectiblemente. Cambiemos sumará 110 diputados entre todas sus fuerzas y negociará mano a mano con los partidos provinciales de Santiago del Estero, Misiones y Neuquén -aunque el único seguro es el MPN de Omar Gutiérrez-. Necesita de un bloque del PJ dialoguista con un número superior a 15 para hacer pasar las reformas. El número de seguridad para el gobierno es 130 sobre 257.
La movilización social también puede poner en aprietos a los radicales, que tienen diputados de origen alfonsinista, que han manifestado puertas adentro que las reformas previsional y laboral -en ese orden- son indigeribles.
Es como en los partidos entre equipos que pelean por el descenso, en este caso, un diputado o un senador valen doble, porque suman en el campo propio y se lo restan al contrario. Hay una situación de relativa igualdad en el sistema político y el “todo o nada” que decidió Macri puede jugarle una mala pasada. Hasta el momento, los CEOs del gabinete han tenido recursos para ofrecer y un plan B, pero el asunto es que el plan B ya fue expuesto sobre la mesa y llegó al Congreso. Habrá que ver cuál es el plan C y qué posibilidades tiene de prosperar.
Hay que agregar un factor que de vitalidad que suele ser relevante cuando hay en juego disputas cruzadas: la pugna general con el gobierno, será condicionada por la carrera entre el bancario Sergio Palazzo y el camionero, Pablo Moyano por conducir al movimiento obrero. Los dos emergen dentro del sindicalismo peronista y quieren probarse el traje de líderes. Palazzo fue dejado afuera del esquema de poder cuando se armó el triunvirato de la CGT y ya juega para hacerles pagar a los que calcularon mal su valía. El hijo de Hugo Moyano, cuenta con un gremio muy organizado, estratégico y experimentado en la lucha gremial y social. Son huesos duros de roer. Del otro lado, en la CGT, los sindicatos dialoguistas tienen caciques con muchos años sobre las espaldas y ya con menos hilo en el carretel. No siempre los nuevos les ganan a los viejos, pero el contexto favorece a los que llegan: nadie quiere sentarse a una mesa donde no hay mucho para repartir.
En la opinión pública, el gobierno lleva hasta ahora las de ganar, el presidente aparece blindado a los escándalos, los errores y los ajustes, pero esta vez deberá medirse con un sistema de poder que inicia una larga marcha y dispone de una estructura más potente de la que disponía a principios de los ’90 Saúl Ubaldini, por traer de la historia un ejemplo parecido. El país ingresa nuevamente, a causa del acotado y excluyente proyecto político y económico de la centro-derecha argentina, en el callejón de la pelea. El primer round de una pelea a 15 ha comenzado.
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