El último domingo se llevaron a cabo en nuestro país, las Primarias Abiertas Simultaneas y Obligatorias (PASO), pero si bien sería una buena oportunidad para analizar resultados y panorama de aquí a octubre, hay un tema que ha estado en la agenda social de los últimos días, la VIOLENCIA.
Los casos de Morena Domínguez, el médico Juan Carlos Cruz y José Aguirre, asesinados en distintas situaciones de robo, en las localidades de Lanús y Morón y El Pueblito y de Facundo Morales, muerto en el contexto de una represión policial en la ciudad de Buenos Aires, en el marco una protesta pacífica, nos interpela, una vez más, sobre en qué sociedad estamos viviendo.
Estos hechos son lamentables, nos entristecen y nos inundan de bronca, ante el desalme de quienes arrebatan una vida por elementos materiales o por la brutalidad e ineficacia policial en hechos menores, como una protesta en una plaza, donde por acción u omisión (por la falta de atención), una persona muere.
Estos acontecimientos nos interpelan acerca del poco valor que tiene una vida, sobre los altos niveles de inseguridad que vive nuestro país y la poca preparación que tienen las fuerzas, el sistema de seguridad y la justicia, para resolver y prevenir las situaciones diarias.
Podría explayarme y adjetivar mi indignación y si bien lo he pensado, este texto intenta no caer en el vacío de la congoja anónima que nada resuelve. Yo soy padre, abuelo, amigo, etc y no quisiera estar en los zapatos de muchísimas familias a las que le han arrebatado un ser querido. Pero como sujeto social, militante y dirigente gremial, siento la obligación de pensar y plantear las falencias de un sistema que no funciona como debería.
Aunque rápidamente podríamos decir que esto se resuelve con un combo de justicia social, prevención del delito, mejor preparación de las fuerzas de seguridad, revisión de código procesal penal, mejora del sistema penitenciario, etc, parece que muchos dirigentes no lo supieran o se ven incapaces en poder desarrollar la serie de medidas articuladas, para que poco a poco exista menos delito, que los culpables paguen como debe ser y haya menos reincidencia tras cumplir efectivamente las respectivas condenas.
La intolerancia y la mezquindad de los distintos actores sociales atenta contra la solución de problemas. La falta de diálogo y escucha hacia el otro, no deja elaborar políticas públicas con un amplio nivel de acuerdo, para que trascienda los distintos gobiernos. Nada se resuelve de un día para otro, pero la sociedad demanda soluciones y medidas que tengan resultados al corto, mediano y largo plazo.
También es cierto que la falta de acuerdo y puentes no es solo de nuestra dirigencia política. La intolerancia también se vive en otros contextos y situaciones cotidianas, entre vecinos, compañeros de trabajo, familia, etc. En donde cada vez nos escuchamos menos y se pretende llegar a acuerdos sin contemplar las opiniones ajenas. Anulando todo valor de lo que el otro tiene para decir y negando su condición de persona por su pensamiento. Usufructuando palabras como democracia y libertad para negar derechos de otras.
Debemos ser nosotros como sociedad los que debemos empezar a cerrar la grieta, achicar la violencia con el prójimo con el que queremos vivir en armonía, para que juntos nos unamos en un reclamo donde se cuide la vida de las personas y que la dirigencia entienda que hay temas en los que se precisan acuerdos, para que haya menos violencia y no se arrebate la vida a personas inocentes.
* Máximo Brizuela es secretario General del Sindicato Regional de Luz y Fuerza (SiReLyF).
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