(Por Máximo Brizuela *). En septiembre de 2013 tuve la fortuna de poder viajar a la ciudad del Vaticano con el objetivo de conocer a Jorge Bergoglio, quien hacía unos meses, para sorpresa del mundo, se había convertido en el Papa Francisco.
Eran tiempos en el que su figura se destacaba por su sencillez, sus formas esquivas al lujo y a protocolos que podían resultar anacrónicos, como dejarse besar su mano luego de una reverencia.
Esas pequeñas formas ya daban indicios de que estábamos frente a una figura diferente, con otro carisma y humanidad que la Iglesia Católica parecía haber perdido en los últimos años; recuperando quizás algo de aquellas primeras décadas de Juan Pablo II.
Recién comenzaba su papado y Francisco mostraba una mayor apertura hacía minorías marginadas, hacia la inclusión de mujeres en el Vaticano, un interés total por los sectores más vulnerables y un humanismo que lo acompaña en cada prédica desde hace casi 12 años.
Aquel día ingresamos a la Basílica de San Pedro, para luego regresar a la plaza homónima donde presenciamos el pequeño recorrido que realizó Francisco en el papamóvil. Unos instantes después, procedió a dar la misa frente a la multitud presente en la plaza. Recuerdo que al finalizar se acercó al sector cercano donde me encontraba, allí lo pude saludar y recibir un rosario bendecido por él.
Cuando le di la mano sentí una paz interior inmensa, una energía y bendición que solo personas de esa envergadura y corazón pueden transmitir. Cuando pude hablar, luego del impacto de tener a tamaña figura, le pedí por los trabajadores, por su protección, salud para la familia de luz y fuerza y que me guíe para tener lucidez y claridad en mi rol gremial; que en aquel entonces era el de subsecretario General del SiReLyF.
Hoy, años después vuelvo a hacer un pedido. Esta vez por su salud y bienestar. Son tiempos en donde precisamos de una figura tan trascendente como lo es Francisco.
En tiempos donde el humanismo está disociado de las personas, en donde el ser está relacionado a cuestiones materiales y superficiales qué nos alejan de la espiritualidad y la fe, es importante contar con un mensaje de empatía para con el prójimo. La palabra y nuestras acciones son un arma necesaria para combatir tanta banalidad egoísta.
El mundo demanda acciones colectivas que nos vinculen a un sentir comunitario, para trabajar en la construcción de un mejor presente y futuro. Esa es la visión de Francisco, la que trajo consigo desde su asunción y por la que trabaja incansablemente y nos lo recuerda cada vez que nos habla.
La valía de Francisco siempre fue más importante que sus zapatos sencillos y actitud austera. Su mirada del mundo y su lucha incansable porque el mismo sea más justo, es su batalla más noble. El verdadero valor está en sus acciones, en la prédica con el ejemplo y el no renunciar nunca al acto de pensar y actuar por el prójimo.
Las buenas acciones deben ser inherentes a toda persona; sin prejuicios, con una apertura total a escuchar, entender e invitar a quien tenemos a nuestro lado, para caminar juntos un camino que nos hermana.
* Máximo Brizuela es secretario General del Sindicato Regional de Luz y Fuerza (SiReLyF).
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