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La resurrección política de Lula

El electo presidente Lula durante su discurso después de la oficialización del triunfo. (Foto: Leo Vaca / Télam).

Luiz Inácio Lula da Silva, el que esquivó la muerte por hambre en su infancia y sobrevivió a la cárcel de la dictadura militar y a la más reciente de un proceso parcial, se convirtió este domingo, a los 77 años, en el primer presidente en la historia democrática de Brasil elegido para un tercer mandato.

El fundador del Partido de los Trabajadores (PT) lleva adelante una nueva resurrección política tras los 580 días de cárcel por condenas que fueron luego anuladas por parcialidad y falta de competencia del juez.

Este Lula con barba blanca y casado por tercera vez se presentó durante la campaña como un “injusticiado”, para refutar el mote de “expresidiario” con que lo tachó su competidor, el presidente Jair Bolsonaro, y comparó su prisión con las que padecieron figuras como Mahatma Gandhi, Nelson Mandela y Martin Luther King.

Convertido en “pai dos pobres” (como le decían a Getulio Vargas) después de sus dos mandatos presidenciales (2003-10), Lula sacó de la miseria a más de 36 millones de brasileños y creó 22 millones de empleos, con salarios por encima de la inflación.

El exmetalúrgico es el político con más protagonismo en Brasil desde el fin de la dictadura militar (1964-85).

Para estos comicios logró además el renacimiento del partido que fundó en 1980, el PT, que selló una alianza inédita con 10 fuerzas para formar un frente antibolsonarista que polarizó como nunca la elección, al cual sumó los apoyos de Simone Tebet (del Movimiento Democrático Brasileño, MDB), tercera en la primera vuelta con 4% de los votos, y Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT), cuarto con 3%.

“Yo podría estar disfrutando de mi tercer matrimonio, pero acepté ser el candidato para reconstruir el país”, dijo Lula cuando se lanzó como postulante luego de casarse en marzo con Rosángela Silva, una socióloga militante del PT con quien comenzó un noviazgo cuando ella lo visitaba en su celda en la ciudad de Curitiba, en el estado Paraná, en 2018.

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El “renacido” Lula se presenta luego de haber sido condenado a nueve años de prisión por corrupción en la operación Lava Jato por una denuncia del fiscal Deltan Dallagnol acogida y aceptada por el exjuez Sérgio Moro.

Esa condena lo dejó fuera de las elecciones de 2018, en las que venció Bolsonaro, en el peor momento del PT y con una ola antisistema que arrastró a todos los partidos políticos.

Con la asunción de Bolsonaro, Moro asumió el Ministerio de Justicia y se hizo abiertamente bolsonarista, lo mismo que Dallagnol. Ambos fueron condenados por parcialidad por el Supremo Tribunal Federal (STF, corte suprema) en la anulación de las causas contra Lula.

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“El problema de ellos fue que contaron una mentira el primer día y no tenían cómo volver atrás; la prensa dedicó cinco años de campaña contra mi reputación y la población fue contaminada con esta información”, sostuvo Lula.

En medio de la operación Lava Jato, Lula perdió por un accidente cerebrovascular a su segunda esposa, Marisa Leticia Rocco, con quien estuvo casado 50 años y tuvo tres hijos. En prisión, además, perdió a su hermano Vavá y a su nieto Arthur.

“Mi nieto sufría en la escuela cuando le decían que su abuelo era Lula”, dijo en algunas entrevistas.

Lava Jato, que investigó los desvíos de miles de millones de dólares de Petrobras por contratos fraudulentos con empresas de ingeniería como Odebrecht, le valió que la derecha le endilgara el mote de “ladrón”.

En ese clima fue derrocada su sucesora, Dilma Rousseff, en 2016, luego de haber intentado poner a Lula como jefe de gabinete para un gobierno, a esa altura, de desesperación nacional.

“Si fuera argentino, sería peronista y de Boca”, dijo en una de las visitas a Buenos Aires durante su presidencia, en la cual logró acumular 370.000 millones de dólares de reservas internacionales para el Banco Central, romper con el Fondo Monetario Internacional, crear mecanismos inéditos de integración regional como Unasur y Celac y darle vuelo a Brasil en el nuevo mundo conformado por los Brics.

Lava Jato no fue la primera vez por la que Lula fue llevado a la cárcel. En 1980 fue encarcelado durante menos de un mes por parte de la dictadura militar, que lo capturó como preso político por haber encabezado desde 1978 las más grandes huelgas de trabajadores que se registraron en la historia brasileña.

Como presidente del Sindicato de Metalúrgicos, Lula arrastraba multitudes a sus actos, hablaba sin micrófono en estadios, era un barbudo venerado por el pueblo trabajador no politizado que tenía contacto por primera vez con la política.

En esas huelgas surgió la idea de unir intelectuales con los brazos duros del ABC paulista, el cordón industrial más importante de América latina, para formar el PT y luego la Central Única de Trabajadores.

Al puesto de líder sindical llegó por causalidad por su hermano comunista, Frei Chico, que lo convenció de dejar las discotecas y los bares y concentrarse más en cómo obtener mayores derechos laborales.

Lula inició su vida sindical luego de haberse recibido de tornero mecánico a los 16 años en el Servicio Nacional de la Industria en San Pablo. “Fui el único de mi familia que tuvo un diploma”, se enorgulleció.

Perdió su dedo meñique izquierdo en una máquina prensadora haciendo horas extra de madrugada en una fábrica de cofres de seguridad para bancos.

Fanático del Corinthians, admirador del exfutbolista Garrincha, el sambista popular Zeca Pagodinho y las novelas de la TV Globo, dejó la escuela primaria en cuarto grado para trabajar como repartidor en una tintorería, vendedor de naranjas en las esquinas y lustrabotas.

Llegó a San Pablo en los años 50 huyendo del hambre con sus siete hermanos y su madre, Dona Lindú, tras 15 días de viaje en un camión de madera desde Guarnhuns, en el interior más miserable de Pernambuco, donde, por ejemplo, conoció el agua potable a los cinco años.

El alimento familiar, muchas veces, fueron insectos que rodeaban la casa de adobe en medio del “sertão”, la región seca donde la falta de agua generó la mayor ola migratoria del noreste hacia San Pablo y Río de Janeiro, los centros urbanos más ricos del país.

En lo político, Lula es valorado por sus rivales por “respetar acuerdos”. Su origen sindical lo convirtió en un frenético acuerdista. Los compromisos, según los críticos, lo llevaron a caer en la vieja política y a aliarse con personajes a prueba de estómagos sensibles.

Su último golpe de negociador incansable lo contó Fernando Haddad, quien fuera uno de sus ministros de Educación, cuando eligió al exgobernador paulista Geraldo Alckmin, su rival en 2006, como su vice en 2022.

“Le digo a Lula que Alckmin tiene interés en ser vice -contó Haddad-. Y entonces Lula se llevó su mano al bigote, comenzó a tocarse la barba, y con su voz profunda dijo. ¿Viste? La política es maravillosa”.

Por Pablo Giuliano (TÉLAM).

 

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