El beso que le dio a la Copa del Mundo apenas le dieron el balón de oro como mejor jugador del Mundial de Qatar 2022, es la imagen que mejor registra el deseo que Lionel Messi verdaderamente tenía, el de conquistar la Copa del Mundo, el de ser campeón mundial. Lo había alcanzado. La copa era suya, toda suya. Nadie le había regalado nada para que así fuera. Cómo había dicho alguna vez Diego Armando Maradona, el otro dios del fútbol que nació en estos pagos del sur postergado del planeta: “No hay nada más lindo en la vida que saber cuánto pesa la copa del Mundo”.
Sí, Lionel Messi se metió por derecho propio en el Olimpo del fútbol, ese lugar elegido en el que no alcanza con ser crack ni mejor jugador, sino leyenda.
Por cierto, no es casual que las leyendas sean pocas, a tal punto que se cuentan con los dedos de una mano, porque para serlo hay que agregarle al talento, al don que la naturaleza puso en los pies y la cabeza, el haber logrado una hazaña, una conquista épica. Esa es la diferencia entre un crack como el neerlandés Johan Cruyff, un tremendo jugador que simboliza un cambio de época en el diseño del fútbol, pero que no pudo alzar una copa del Mundo, y Pelé, Maradona, Messi o el capitán uruguayo, Obdulio Varela (el del mítico equipo oriental que derrotó a Brasil en el Maracaná, en 1950). Algo parecido sucede con otros grandes jugadores como el francés Michell Platini o los brasileños Zico o Neymar -aunque por edad, le queda todavía una posibilidad- o el goleador portugués Cristiano Ronaldo. En el Olimpo viven los que son más fuertes o inteligentes o vivos que las circunstancias, los que se sobreponen a cualquier obstáculo, los que llevan a los suyos a conquistar el objeto del deseo, el que representa la Gloria y que no se puede pagar por más que se tenga en la mano a la billetera más grande del mundo.
No se gana un título de campeón mundial sólo teniendo un buen equipo. Hay que tener eso, al menos un crack y también un crack fuera de serie, un candidato a leyenda, como lo fueron en su momento, Mario Alberto Kempes, Maradona o ahora Messi, en el caso argentino. No hay que olvidarse de los estrategas que se paran del otro lado de la raya, los entrenadores, que no sólo son seleccionadores de jugadores, sino también constructores de grupo; artífices de una “idea” futbolística; planificadores de partidos y campañas; y gestores de recursos, futbolísticos y emocionales. Por eso, equipos campeones y leyendas hay muy pocos.
Messi se metió ahí, se lo ganó en este Mundial, con 35 años. Es indiscutible. Tuvo que dejar la piel durante 120 minutos, peleando centímetro a centímetro con el delantero francés Kylian Mbappe, su rival en esta pulseada. El nuestro, más como armador de juego, el francés como “espada” goleadora. Fue una batalla dramática que mantuvo en vilo al planeta y que se definió en los penales.
Con Messi como estandarte y factor diferencial, por habilidad, inteligencia y oportunismo goleador, Argentina conquistó su tercera copa del Mundo en 2022. Como la de 1978 está asociada al poder físico y goleador del cordobés de Bell Ville, Mario Alberto Kempes, que levantaba el pasto cuando arrancaba su pique con rumbo a la red. O como la de 1986, que tuvo a una enorme versión de Diego contra todos para terminar doblegando a la Alemania de Karl Heinz Rumennigge en el rugiente estadio Azteca. En los tres casos hubo equipo, hubo grandes y buenos jugadores, hubo temperamento rioplatense, y hubo técnicos que pudieron ver más lejos que el resto (César Luis Menotti, Carlos Salvador Bilardo y ahora Lionel Scaloni). Pero nadie puede negar qué, sin Messi, Maradona y Kempes, no hubiera habido ninguno de esos títulos.
El título de Argentina en Qatar cierra del mejor modo el ciclo de Messi como “As” de espadas del fútbol argentino y abre uno nuevo que todavía no tiene referente ni estandarte y que, por estas horas, poco importa.
Paradójicamente, Messi conquistó a casi dos décadas de su entrada en el fútbol grande con el Barcelona, la única corona que lo meterá en la “Gran” historia del fútbol. Lo hizo jugando más cerca del “estilo” argentino, como número 10 (obviamente que no del mismo modo que se lo hacía hasta el siglo pasado, sino como un armador que osciló entre el medio y los de adelante o bien como un “extremo” mentiroso), y no como lo hizo en el Barcelona de Pep Guardiola y sus sucesores, que lo posicionaban como extremo para aprovechar su gambeta y vértigo goleador.
En esta selección de Scaloni se dio el lujo de caminar por la cancha; ir a buscar la pelota lejos del área; despistar a sus marcadores, parándose en casi cualquier sector del campo; juntar “marcas” para liberar compañeros con un pase milimétrico, como el que le hizo al cordobés de Río Tercero, Nahuel Molina; o intentar sus clásicas apiladas de derecha a izquierda para gatillar con su mágica zurda. Se podría decir que a sus 35 años ya no tiene la “explosión” de los 20, pero posee más sabiduría futbolera, como cuando se llevó a pasear al croata Gvardiol, uno de los mejores y más potentes zagueros centrales del mundo que culminó con un desborde y el pase atrás, para que Julián Álvarez clavará el tercer tanto de ese partido y sellara la clasificación a las finales.
Las leyendas se construyen con triunfos sobre grandes rivales. La selección de Kempes y Menotti lo consiguió frente a la Holanda que había revolucionado al fútbol en 1974 con su idea del “fútbol total”. La de Maradona y Bilardo lo hizo frente a los duros Inglaterra y Bélgica y, nada menos, que contra la Alemania de Lothar Matthäus y Rummenigge, dirigida por Franz Beckenbauer. La de Messi y Scaloni no se quedó atrás y debió superar a Países Bajos, sin grandes nombres propios, pero con Louis Van Gaal como DT; a Croacia con Luka Modric manejando los hilos; y a Francia con Mbappe y una zaga de estrellas, en lo que fue uno de los partidos más intensos y vibrantes de la historia mundialista.
Toda la carrera previa de Messi para llegar a esta corona es infernal, única en la historia por su efectividad. Lleva dieciocho años en el fútbol de élite, con 695 goles en 831 partidos en clubes, en los que consiguió siete balones de oro, campeonatos de Liga en España (con Barcelona) y Francia (PSG), 3 Ligas de Campeones de Europa y campeonatos mundiales de clubes (2009, 2011 y 2015, todos con Barcelona). Suma diecisiete años con la camiseta argentina y es número uno en el ránking de asistencias y goles: 172 y 98. Campeón Mundial Juvenil, campeón olímpico, campeón de América 2021, campeón de la Copa de Campeones 2022 y ahora, campeón del mundo Qatar 2022.
Dentro de los mundiales, Messi jugó cinco (2006, 2010, 2014, 2018 y 2022); se convirtió este domingo en el de mayor cantidad de presencias (26, una por delante del alemán Lothar Matthaüss); y es el máximo artillero nacional en este torneo con 13 goles (7 en este torneo).
También hay un detalle: Es el más veterano en alcanzar la gloria, con 35 años. Garrincha tocó el cielo en el Mundial de Chile 62, con 28 años. Pelé despuntó en el Mundial de Suecia 58 a sus 16 años y se marchó, glorioso, en el Mundial México 1970 a los 29. El alemán Frank Beckenbauer brilló a los 20 y levantó la Copa del Mundo a los 29. Ronaldo -el Gordo, Luis Nazario de Lima- la descosió en Francia 1998, con 21 años, y fue goleador y campeón del mundo tres meses antes de cumplir 26, en Corea-Japón 2002. Cuando gambeteó a todos los ingleses, Diego Maradona andaba por los 25 años y 7 meses.
No le fue nada fácil al crack rosarino. Un jugador de su talla no se resigna nunca al “posibilismo” y el “conformismo” del coro de “chupamedias” del negocio del fútbol que lo daban por satisfecho con la conquista de la Copa América de 2021. Estaba claro (y lo estuvo siempre) que iba a dejar hasta su última gota de sudor para alcanzar la copa que alcanzó este domingo. Gracias a ese inacabable hambre de gloria, Argentina tiene una nueva estrella en su camiseta y el fútbol “nuestro”, el que vive en el corazón de la gente, a una nueva leyenda que corea el “pueblo” del planeta: Messi.
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