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Gana $6.203 de jubilación y le llegó una factura de gas de $1.101

Spidalieri durante la entrevista. Sobre la mesa, la factura y el recibo de háberes. Foto: Mariano Paiz.

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“Con todo lo que nos pasó, a veces pienso cómo pudimos llegar hasta acá”. Julio César Spidalieri (67) recuerda su vida, mira la factura de gas y el aviso de deuda que está sobre la mesa de fórmica marrón y se pone a llorar. Saca un pañuelo azul y se seca las lagrimas. Sufrió un infarto en 2006, sobrevivió, estuvo varios meses desocupado, se deprimió y logró jubilarse. Tenía 31 años de aportes al sistema de seguridad social como vendedor y distribuidor de alimentos y le otorgaron la mínima. “Me deprimí, quedé tirado en la cama. No conseguía trabajo, nada. El psiquiatra me preguntó una vez si no quería suicidarme y le dije: No puedo, tengo miedo a morirme”.

Sus padecimientos habían empezado antes, en 1998, cuando la distribuidora de los chocolates Felfort donde trabajaba desde hacía ocho años, lo despidió.  A partir de allí comenzó a rodar de trabajo en trabajo, vendió golosinas y tutucas, sin demasiada suerte, hasta que terminó como empleado de un bar, con un amigo, que lo contrató con el Plan Volver al Trabajo. Luego, le llegó el infarto.

El de Spidalieri, es uno de los casos que fueron presentados en el recurso de amparo a la Justicia Federal por Ciudadanos contra el Tarifazo. Los incrementos de la tarifa de gas están dolarizados y además del que se produjo en marzo de este año, está previsto otro a partir de la factura de octubre y un tercero desde abril de 2018. La Tarifa de gas “está dolarizada” porque deberá llegar al valor de 6,80 dólares por millón de BTU. Hoy, está alineada con 3,77 dólares por millón de BTU y el resto es subsidio. Las resoluciones del ENARGAS implican que semestralmente y durante dos años se avanzará desde el valor actual hasta el tarifa de 6,80 dólares por MBTU.

Julio César Spidalieri vive con su mujer, Delicia Díaz (74), en Belindo Soaje 732, en el barrio General Bustos. Su casa de un dormitorio está al fondo de un pasillo largo, angosto y oscuro. Donde va, lo sigue la perra Luna, la otra habitante del hogar. Está rodeado de galpones y unas pocas casas. Tienen un hijo, Fernando (33) y dos nietos: Thiago (7) y Ludmila (3). Ellos viven a un par de cuadras de distancia. El pibe va bailar una zamba en el día del maestro y los abuelos están pendientes de lo que va a ser un gran acontecimiento familiar. El hombre se ríe cuando habla de los chicos. Va a ser el único momento de la conversación donde se le ilumine la cara.

Mira el aviso de deuda. Lo lee: Vencimiento: 8 de septiembre. Monto: 550,67 pesos. Se transforma, vuelve a insultar y recuerda la conversación con la empleada de Ecogas: “Me faltó el respeto, me puse loco. Me dijo que gastara menos, que ahorrara, y yo había gastado menos que el año pasado. Me explicó que ya tenía tarifa social y que lo único que se podía hacer era dividir la factura en dos pagos. Le dije que no podía, que ganaba 6 mil pesos, que debía haber otra solución. Ella me respondió, -¡cómo no va a poder! Me sacó la policía de guardia, me recalenté… La misma agente que me sacó, me dio un vaso de agua y me pidió que me quedara tranquilo, que me iba a hacer mal. Yo estaba enloquecido, no podía entender. Encima, el PAMI no me reconoce los remedios que me reconocía antes y estoy yendo y viniendo al médico, para ver si puedo conseguirlos otra vez. No tengo un peso, como voy a pagar semejante factura, si yo prendo el calefactor nada más que a la noche, para no tener frío”.

La factura de Ecogas y los háberes jubilatorios. Foto: Mariano Paiz.

-¿Cuánto pagaba de gas, antes de esta factura?

-Unos 250 pesos. Imagínese, este hijo de puta del presidente nos aumenta a nosotros 25 o 28% en todo el año, y el aumento del gas, es de 400 por ciento. Una locura, no tiene proporción. Diga que no pagamos alquiler, pero ¿cómo voy a hacer para pagar 1100 pesos?

-¿Le cortaron el servicio?

-No aún no. Me han intimado a pagar, pero todavía no me cortaron el gas.

La casa es testigo de que hubo tiempos mejores. El televisor es marca Admiral, un modelo de los años ’90. El comedor está separado del dormitorio por un ropero. En una de las paredes, la que da a la cocina, está colgada la foto de los nietos y en las otras, dos almanaques.

Dice antes de recorrer el largo pasillo de regreso: “Esta gente quiere cobrarnos esa factura, pero no saben que hace meses que no nos sobra un peso, que vivimos con lo justo. Esta gente no sabe que desde hace meses no nos podemos dar ni un gusto, ya me olvidé hasta el sabor del queso; no he podido probar ni un pedazo de queso de rallar”.

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