(Por Daniel E. Arias*) Según una publicación del Naval Institute de Estados Unidos, se está negociando entre EE.UU. y Gran Bretaña para facilitar la venta de cazabombarderos F-16 A/B con el objetivo de fortalecer las capacidades militares de Argentina. Y contrarrestar la influencia de China en Latinoamérica.
En el marco de una iniciativa de Washington para persuadir al gobierno inglés a reconsiderar el embargo de armas trabado luego de la Guerra de Malvinas en 1982, la venta de aviones de combate se encara como un freno a la influencia de la República Popular China en Argentina, con su fuerte incidencia en Sudamérica. La presencia política y económica china en el cono sur es una cuestión seguida de cerca por los Estados Unidos, con especial foco en Argentina.
En el citado informe, se hace particular énfasis a la estación satelital operada por China ubicada en Las Lajas, provincia de Neuquén, sumado a los acuerdos recientemente firmados por una suma de $ 23 mil millones de dólares.
El embargo impuesto por el Reino Unido requiere, desde la perspectiva estadounidense, ser revisado por el gobierno inglpes, apostando a una cooperación de seguridad conjunta que ayude a limitar la creciente esfera de influencia de China en Argentina. Dentro de la ayuda militar prevista se reconoce la oferta de cazabombarderos F-16 A/B daneses, propuesta que fue presentada por los Estados Unidos a la Argentina frente al creciente interés del país por aeronaves de origen chino.
Cabe destacar que una delegación de la Fuerza Aérea Argentina realizó una recientemente evaluación in situ de los cazas chino-paquistaníes JF-17 Thunder Block III. Este modelo se perfila como un posible candidato a ser adquirido, teniendo en cuenta que los mismos no se encuentran sujetos a sanciones de Gran Bretaña sobre equipamiento militar.
La incorporación de un avión cazabombardero de cuarta generación significaría la recuperación de la aviación de combate de la Fuerza Aérea Argentina, la cual se encuentra muy disminuida con la baja del sistema de armas Mirage/Finger, a pesar de los esfuerzos realizados para la puesta en servicio del material existente, como ha sido el caso de los estaounidenses A-4AR Fightinghawk.
Comentario de AgendAR:
Son públicos los tironeos de las tres superpotencias existentes sobre el Ministerio de Defensa (MinDef) para venderle algún caza supersónico multirrol a la Argentina. No se trata de un negocio económico sino geopolítico: la superpotencia que gane la cinchada, le habrá marcado territorio a las otras dos: «Sobre el ámbito militar de este país, la manija la tenemos nosotros» (y las otras dos le contestarán: “¡Las ganas!”).
De ahí la rarísima dispersión de capacidades y precios en la oferta.
China, cuyo control de nuestra economía la exime de tener que hacernos regalos, ofrece un caza nuevo mediocre, caro y de fabricante pakistaní (PAC) poco conocido, el JF-17 C, pero con un par de misiles excelentes de corto y largo alcance. Viene con todo tipo de otras armas desprendibles, si aquí hay chequera.
Rusia, país que todavía no logra hacer pie en la región, nos tentó con un caza formidable, el MiG-35, a un precio demasiado barato y también con buenos misiles y bombas. Pero es bimotor, lo que puede llevar la hora de vuelo a costos muy altos, y no ha tenido suerte en otros países, lo que plantea incógnitas a futuro sobre los repuestos. En revancha, los rusos ofrecen capacitar a la Fuerza Aérea Argentina para mantenimientos locales (e incluso integración parcial) en el Área de Materiales de Río Cuarto.
Las ofertas de la OTAN, cuya palanca sobre América Latina generó y genera tanta literatura, han sido siempre más consistentes: chatarra para desfile, inútil para toda guerra, pero bonita. Lo común viene siendo tentarnos con cazas F-16 de segunda y tercera mano, resucitados cual Lázaro de largas estadías en los desiertos de Mojave y Sonora. Y es que se dieron de baja hace décadas: cuántas, depende de cada lote.
En la reciente visita de la Jefa del Comando Sur del Pentágono, generala Laura Richardson, se amplió la oferta con cazas navales F-18 Hornet (hechos percha por tanto operar desde portaaviones, jubiladísimos, muertos durante décadas, resucitados al grado que podamos /querramos pagar, bimotores). Generosa, la generala nos ofrece también estos otros F-16 A/B, ancianitos que hicieron sus primeros vuelos en los´80, hoy a punto de ser desprogramados por Dinamarca.
Respecto de armamento, la generala habla de misiles sin entrar en detalles: suponemos un melancólico lote de Sidewinders de vieja data, no los «full aspect» sino aquellos que tenían visión túnel. Esos, para «dogfight», y que Dios te ayude. Habría otro lote de misiles AMRAAM de larga distancia y aún mayor estiba, con radar, para lucha fuera de alcance visual. Y obviamente, nada de nada en materia antibuque, habida cuenta de nuestros antecedentes con la Royal Navy.
Para todo ello, la generala pide autorización del Reino Unido, que desde 1982 opera para que carezcamos de aviones que puedan poner en peligro la propiedad de su rica colonia pesquera en las Malvinas. Su Majestad Isabel II revisará estos aparatos, para lo cual tiene siempre esos simpáticos perritos Pembroke Welsh Corgis de gran olfato. Si huelen componentes británicos en ellos, tal vez su patrona objete la venta. Guau. O tal vez no.
Si Su Majestad objeta, no hay que comprar, está claro. Tampoco si NO objeta. Máxime cuando uno recuerda las desventuras de Mahatir Muhammad cuando fue Ministro de Defensa de Indonesia, y EEUU le enchufó unos F-18 Hornet nuevitos, pero con algunos «backdoors» inextricables incrustados en la aviónica, y que impiden que la computadora de vuelo programe misiones no autorizadas por los EEUU. Lo cierto es que don Mahatir descubrió el truco cuando los aviones ya estaban entregados: tarde para lágrimas (ver aquí).
¿Uno podría sospechar que estas costumbres informáticas también las tienen los oferentes extra-OTAN? No lo sabemos, pero no parece, aunque el considerable club de viudas de la OTAN que persiste en nuestras Fuerzas Armadas dice que es costumbre universal. Al menos, no hubo escándalos internacionales de otras Fuerzas Aéreas que denuncien haberse clavado con un MiG, un Sukhoi o un Chengdu «chipeado» de fábrica para combatir sólo contra enemigos del país fabricante. Y si éste quiere.
Estas cosas antes no pasaban. En aquel mundo más sencillo, más fierrero y menos informático de los ’50 la FAA se negó a tener su propio caza, el Pulqui II, y en cambio decidió comprar Sabres F-86 en estado de «no mires». Pero entonces la chatarra, al menos, era inequívocamente del comprador. Y hacía lo que quería el comprador… hasta que se quedaba sin repuestos y se iba a juntar polvo en un hangar.
Lo de los repuestos era y sigue siendo una forma de control efectiva de nuestra política exterior: cuando en los ’70 se compraron los excelentes, sencillos y durables A4B y A4C, supongo que la alineación geopolítica entre Argentina y los EEUU le pareció tan perfecta a la cúpula aeronáutica como para garantizar un flujo irrestricto de componentes, que en EEUU abundaban pese a que el avión salió de producción en 1979. El A4 en general es un aparato tan noble que casi acepta repuestos de la calle Warnes.
Pero milagros no hace, y en los ’70 EEUU no tardó en ponernos en alguna de sus cambiantes listas negras. El resultado fue una cantidad de cadetes y oficiales de dotación muertos en accidentes de entrenamiento antes de la Guerra de Malvinas, y también que durante el conflicto, de cada 3 A4 que despegaban en misión, uno debía volverse por desperfectos.
La historia se repitió con la compra de los 36 A4R Fightinghawk por parte de Carlos Menem en 1995, la mitad recauchatada afuera, la mitad aquí, y bien salados. En 2020 aquellos aviones, algunos datados de 1954, se habían canibalizado entre sí tan ferozmente que quedaban 7 en condiciones de volar. Hoy el brigadier general Xavier Isaac viene dando una tenaz batalla de repuestería por elevar ese número a 18.
Por último, para un país del tamaño de la Argentina 12 cazas son tan pocos como 18 o 36. Con 2,74 millones de km2 a defender, hay que hablar de entre 60 y 80. Además deben ser nuevos, supersónicos, con mantenimiento e integración nacional, como para minimizar las tasas de indisponibilidad y poder desarrollar una cadena de proveedores argentinos de partes. Deben venir con lanza de reabastecimiento, con armamento desprendible de todo tipo, con transferencia de tecnología para fabricar aquí una parte del mismo, y fundamentalmente, con una aviónica libre de contaminaciones ocultas de fabricante.
En suma, nada que podamos pagar, por ahora. Ni que nos vaya a vender la generala, jamás.
La cantidad de cazas imprescindibles para Argentina puede reducirse si entendemos que la 2da Guerra Mundial terminó, y además de aviones, compramos algunas baterías misilísticas antiaéreas móviles, también con opción a fabricación propia.
Y se reduce aún más si desarrollamos drones de todo tipo y función sin ayuda de nadie, porque eso sí podemos hacerlo y lo hemos hecho desde los años ’50 (ver el misil crucero Tábano, de Dyrgalla).
Más que aviones, lo que necesitamos es un sistema integral de defensa aérea, uno que no sólo podamos desarrollar en forma local como “collage” de fierros importados y propios, sino también mantener y actualizar.
El mundo se ha vuelto nuevamente multipolar. Y parafraseando a cierto politólogo italiano pre-renacentista, cuando los amos se pelean entre sí, los vasallos inteligentes hacen su juego.
* Daniel E. Arias es periodista, escritor y docente. Este artículo fue publicado en el sitio Web AgendAR.
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David
1 septiembre, 2022 a 20:06
Todos cachivaches,obsoletos, ellos los descartan y te los quieren vender como buenos.