El hombre que en las encuestas aparece como el favorito para ganar las elecciones del próximo domingo 27 de octubre tuvo que esconder el dedo con el que acusaba a Mauricio Macri. Lo que mantuvo fue su plan de atacar al presidente en cada intervención y desde allí, sin lucir, sumar los puntos necesarios para consolidar la tendencia electoral que lo apuntala. Alberto Fernández no tuvo la lucidez del cruce de Santa Fe, se movió mucho más serio, tenso y controlado que una semana atrás, pero disparó furiosamente sus dardos contra el titular del Ejecutivo.
Quizá, el más duro, fue cuando respondió acusándolo de corrupción a él y las empresas familiares de los Macri, tanto en el tema del Correo, como en el caso de las campos de energía eólica. Fue un debate mucho más ácido que el primero. Sin embargo, en este punto, más que sumar para su propio campo, sumó para el contrario, que es el núcleo anti-K y anti-peronista más ferreo. Lo unió, porque obviamente, en ese territorio nadie cree que el presidente sea lo que Fernández dijo, y entre los que pueden creerlo (el tercio que no es macrista ni peronista), no es un tema que defina su voto, porque ya estaban definidos por la economía.
Como en Santa Fe tampoco cometió errores que pusieran en riesgo su liderazgo en el favoritismo social.
Para aquellos que ponen en duda la necesidad de los debates electorales, Fernández mostró una fisura no aprovechada por Macri, que es la falta de profundidad conceptual del planteo redistribucionista encabezado por el peronismo. Alberto no fue anti-neoliberal, ni neoliberal. Esa ambigüedad sólo fue atacada por el presidente diciendo que la elección era histórica para ratificar un cambio histórico. Pero no pudo o no supo explicar cuál era. La coraza de las críticas al dirigente con mayor imagen negativa de los candidatos, le fue suficiente al hombre que se encamina a ser el nuevo presidente argentino si las encuestas no se equivocan.
Justamente, por eso, su anti-macrismo le redituó. La sociedad no cree y considera, según todos los estudios de opinión, que el presidente no puede solucionar el problema de la economía.
Mostró sentido común y no dejó que el tema del autoritarismo del kirchnerismo (y por extensión del peronismo), del que lo que acusaba el presidente, se hiciera demasiado grande. Escondió el dedo, y no dejó abiertos flancos de desgaste.
Su carencia siguió siendo que no se mostró como “él” presidente, sino como un contrincante. En ese sentido, desperdició la oportunidad de dibujar la imagen con la que quiere dar inicio a su propio relato en el gobierno. Esa indefinición es la que más le pesará el domingo, porque si bien todo el mundo cree que será el próximo presidente, no todos creen que tendrá el poder.