En el centro de la pista, pintadas por las luces de colores y bajo una lluvia de votos picados, un grupo de chicas se sacudía al ritmo de un reggaetón lento y cuando llegaba el estribillo cantaban a los gritos, el hit reversionado del grupo CNCO: “Yo sólo lo miré y me gustó, me acerqué y me invitó…¡Cambiemos! Eh”.
A las 9 de la noche, con el resultado puesto, el centro de convenciones del hotel Holliday Inn de barrio Rodriguez del Busto donde instaló su búnker Cambiemos, se parecía a un cumpleaños de 15 a las 3 de la madrugada: mujeres bien vestidas, perfumes dulces, sonrisas, bronceados de interior, selfies, hombres con corbatas desanudadas, euforia, más selfies. El Dj mantenía la fiesta arriba con una playlist de hits de verano. Había fiesta en la cueva de “La Coneja”, pero ni Baldassi ni el resto de los integrantes de la lista, habían asomado. A unos metros, separado de la gente por un discreto vallado rodeado de tela negra, el palco esperaba alfombrado por un montón de globos de colores.
Los pocos que no bailaban o sacaban fotos, miraban el teléfono haciendo cálculos: especulaba con que tan arrasadora había sido la paliza. “Hay que pelear esa sexta banca hasta la noche”, decía uno. Antes de que los referentes de la colorida alianza salieran a hablar, el escrutinio le daba un 48 % sobre 30 de Unión por Córdoba. Y ahí, en el Hotel más exclusivo de la ciudad, Cambiemos -el armado que la centro-derecha encontró para llegar al poder- demostró que no solo sabe ganar elecciones sino también armar un show acorde, distinto en estética y sentido a todas las liturgias de los partidos tradicionales.
Quince minutos después de las nueve, bajaron las luces del salón y comenzó a sonar fuerte la canción Somos Uno, de Abel Pintos. Todos entendían la señal: había que apuntar los celulares al palco para enfocar o transmitir en vivo desde alguna app, la entrada casi deportiva de los flamantes diputados: Baldassi adelante -vaquero claro, camisa celeste al cuerpo, la gama de colores de los funcionarios- entró trotando, abrazó a su familia y luego buscó el micrófono. Por detrás, el resto de los candidatos. Era la hora de los discursos, la bolilla más floja de la noche.
NOSTALGIA DEL CHORI
La gente había comenzado a llegar a las 18. Hasta entonces, el salón era ocupado sólo por el equipo de prensa, algunos miembros del equipo de campaña, y periodistas de distintos medios. Las cabezas de la lista y el intendente Ramón Mestre siguieron la elección desde habitaciones alquiladas en los pisos altos del hotel. Todo era brillo, la alfombra azul con arabescos dorados todavía no estaba sucia de papelitos. También brillaba por su ausencia el buffet para la gente que trabajaba en el lugar. Los periodistas que llegaban recibían un voucher por un café y dos medialunas. Después de horas de trabajo, si alguien quería pedir agua, tenía que pagarla a precio de hotel cinco estrellas. Un café, sesenta pesos.
A esa hora, el estacionamiento del hotel comenzó a llenarse de autos, varios lujosos. El primero en bajar al salón fue el embajador de Ecuador, Luis Juez. Hizo diez entrevistas con la prensa. Después bajó Mestre. Todo parecía calculado: no había que pasarse.
A las 19, un grupo de chicas y chicos se amontonó en el centro del salón. Inflaron globos amarillos con las consignas “Cambiemos con Mauricio”. Las mujeres usaban las remeras amarillas del Pro -imposibles de combinar con el look- estiradas sobre los hombros.
Una hora después, alguien llegó con una bolsa llena de camisetas del Pro, blancas y en talles grandes. Entonces el baño de hombres bien ventilado y con aroma a perfumina, se transformó en un vestuario de club: hombres de torsos blanquísimos se sacaban sus camisas planchadas y se medían las camisetas. “¿No tenés una talla oso?”, decía uno bien regordete. Otros, pantalones chupines, zapatos en punta, brazos trabajados, se la calzaba así nomás.
Para la hora de los discursos, el lugar estaba más que repleto. Cierta tensión flotaba entre las distintas partes de la alianza: se alguien sacaba una bandera radical, otro se quejaba. Si Juez hablaba y un militante del Frente Cívico avivaba, otro pedía silencio, y así. La clave era no distinguirse.
Los únicos que desentonaban en el look eran los miembros de la comparsa de Ampliación 1° de Mayo, que llegaron con redoblantes y bombos. Cuando entraron, entre la gente se abrió un camino.
También estaba doña Arece, 87 años, 50 de afiliada al Partido Justicialista, fundadora del Frente Cívico, seguidora ferviente de Juez. Del andador que usaba para caminar colgaban camperas, chalinas y bolsas de supermercado repletas de papeles. Llegó y se ubicó al lado de Juez, mientras era entrevistado por la prensa. “Vengo de fiscalizar una mesa”, dijo a ENREDACCIÓN. “El radicheta que se tenía que hacer cargo ni pisó. Estoy desde las siete de la mañana”, se quejó, mientras pedía una silla.
Una vez sentada la mujer sacó los papeles de la bolsa. Quería hablar de política, seguir sosteniendo el clima de la elección. En su mesa de una escuela de barrio Panamericano, el frente Cambiemos obtuvo 110 votos sobre 69 de Unión por Córdoba.
“Me preguntan que porqué no me quedo en mi casa”, dijo. “Hay gente que va a la iglesia, otros van al club. A mí me gusta esto”, siguió. “Cuando tenía marido, solo le pedía libertad para ir al partido. Y me la daba. Ahora que no está, tengo libertinaje. Salgo y no sé cuando vuelvo”, dijo a las carcajadas.
Cuando el salón se llenó y la música tapó todo, doña Angélica se fue.
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