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Análisis

[Diario de la cuarentena] Fernández, Moyano, los empresarios “cocodrilo”, y las cacerolas “anti-populistas”

Alberto Fernández, Axel Kicillof y Hugo Moyano en la inauguración de las nuevas obras del Sanatorio Antártida del gremio de Camioneros.

La aparición de Hugo Moyano, el líder de camioneros, en la escena principal junto al presidente Alberto Fernández, es una foto para los empresarios “cocodrilo”, para los caceroleros de Barrio Norte y para los tibios del bando propio. Es una jugada audaz en un país y en un mundo “agarrado con alfileres”.

El gremialista es una especie de personaje diabólico para el establishment argentino, pero no por ser hincha y presidente de Independiente de Avellaneda, sino porque fue el que horadó al menemismo con el MTA (Movimiento de los Trabajadores Argentinos), luego de la derrota de Saúl Ubaldini y la división del movimiento obrero a principios de los ‘90. Su confrontación en la calle al neoliberalismo fue central para concluir con el ciclo de endeudamiento, privatizaciones y exclusión social de aquella década. Luego, terminaría de levantar el imperio camionero a partir de su cercanía, justamente con Néstor Kirchner y el actual presidente. Sin embargo, la ambición de Moyano de ocupar un lugar acorde al poder que había construido, terminó de sellar la ruptura con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner desde 2012. A su vez, parte de la caída del peronismo-kirchnerista se explica en la disolución de la alianza de CFK con esta vertiente del sindicalismo peronista, que es la que tiene mayor capacidad de movilización e influencia social.

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Moyano ya no es el Moyano de mediados y fines de los ’90, ni de la primera década de este siglo. Como a todos, los años le han pasado factura a su físico, pero no a las mañas, las ideas, ni el olfato político. La inauguración del Sanatorio Antártida, un centro de salud de lujo construido por la obra social de los camioneros fue puesto a disposición del sistema público para aportar a la lucha contra la pandemia de coronavirus COVID-19. Una muestra de solidaridad social en medio de la ofensiva rapaz del gran capital para reclamarle al Estado que pague sueldos y preserve sus ganancias o, sino puede, deje morir a miles para que la actividad económica siga en marcha.

La crisis de la pandemia de coronavirus COVID-19, como muchas otras crisis, tiene la virtud de brindarle oportunidades a todos. Moyano supo construir la suya a partir de la necesidad del gobierno de marcarle la cancha a este segmento empresarial, a los “tibios” del peronismo y la CGT; y a los sectores sociales que apuestan a evitar reformas populistas. Fernández dejó para ellos, una serie de mensajes directos con la foto y con su reconocimiento explícito al dirigente sindical: 1) Si el “gran” empresariado local no entra en razones, deberá lidiar con los Moyano; 2) Los trabajadores son solidarios, los empresarios no; 3) La alianza con este sector sindical le garantiza capacidad de movilización para sostener la gobernabilidad; 4) Es momento de decisiones duras y al límite, no hay espacio para las especulaciones (a los grupos sindicales más dialoguistas y al peronismo con vasos comunicantes con los intereses del empresariado díscolo).

Un dirigente del centro político y pragmático como Fernández no dispara frases de los extremos y cuando usa definiciones de este tipo, es porque el centro se ha desplazado. Algunas de esas frases fueron las siguientes:

-“Hugo es un dirigente gremial ejemplar. Los empresarios no lo quieren porque cuida a los suyos; nunca cedan, sean como él”;

-“Una vez me tocó cerrar una paritaria de los camioneros porque Néstor (Kirchner) se había ido a China. Hugo les sacó de todo a los empresarios, todo para los que trabajan, nada para él. Este dirigente gremial representa a gente de enorme valor, la gente que nos transporta la comida, los medicamentos, que nos dejan vivir en una situación como esta, y en esta instancia muestra la solidaridad que hace falta. Dijimos que íbamos a volver mejores. Estamos siendo mejores, Hugo, estamos siendo mucho mejores”;

-“Les quisieron hacer creer a los argentinos que el problema eran los dirigentes políticos y los sindicalistas. Y el problema de la Argentina son los que creen que sobra gente, no los que creemos que todos tenemos un lugar. El problema son los que especulan y no creen en construir un país trabajando y produciendo”.

Para entender estos movimientos políticos, hay que comprender que el contexto se ha modificado. Argentina atraviesa una crisis dentro de otra crisis que, a su vez, está dentro de otra crisis. La primera, es consecuencia del fracaso del último experimento neoliberal que condujo el ex presidente Mauricio Macri (35% de pobreza; casi 10% de desocupación; el país en un virtual “default”, porque no puede pagar la deuda externa contraída; una feroz desindustrialización; una abultada desigualdad; y una inflación superior al 50% anual). La siguiente, es sanitaria, producto de la pandemia del coronavirus COVID-19, que obliga a frenar la vida cotidiana para evitar el contagio y sobrevivir. Justamente, el tercero de los escenarios críticos es el económico-político, ya que la cuarentena profundiza la recesión y resulta una especie de salvavidas de plomo. Las tres crisis, pero sobre todo la última, ponen al sistema político frente a un desafío que se produce pocas veces por siglo: soportar el asedio de todos los sectores económicos de gran tamaño a la vez. A ese contexto, se suben las cacerolas anti-populistas y anti-política, que como de costumbre le disparan al sistema político institucional democrático para abrirle paso a las reformas neoliberales.

En un país de desarrollo medio como Argentina, este tipo de reformas excluyen a grandes sectores de la población, y por lo tanto son inviables en términos políticos. Se trata de programas diseñados para países periféricos con bajo desarrollo, menores al nuestro, o con una profunda desigualdad histórica y alta fragmentación social previa, como es el caso de Brasil. Hasta tanto la centroderecha no acuñe un programa económico inclusivo, su único papel en la historia será el de frenar el desarrollo del país (los golpes militares de 1930, 1955, 1966 y 1976, la década del peronismo-menemista, el gobierno de la Alianza 1999-2001, y la gestión de Cambiemos fueron leales a ese esquema histórico), intentando desarmar las estructuras socio-económicas e institucionales montadas por los gobiernos populistas. No significa esta apreciación considerar que los distintos gobiernos populistas o socialdemócratas hayan construido sólo aciertos, sino que se acercaron en mayor medida a un modelo económico más justo. En ese devenir histórico se sitúa la primera de las crisis.

El presidente y Moyano en una parte del recorrido por las instalaciones del sanatorio Antártida.

La pandemia ha puesto de rodillas a países como Italia, España o Estados Unidos, que lloran muertos por miles, producto de la impericia o la tozudez, o ambas a la vez, de sus líderes. Es probable que, una vez superada la crisis sanitaria, muchos de ellos sean empujados al ostracismo político y el repudio.

Si algo deja como evidencia la crisis sanitaria, es que las sociedades y el capitalismo globalizado tienen intereses diferentes. Las primeras entienden que la vida es primordial y el interés económico debe subordinarse a ella; y los segundos, que el capital debe preservarse a costa de lo que sea. Esa contradicción produce un fuerte conflicto, que desatará confrontaciones de sentido en los próximos años y permitirá construcciones políticas alineadas a ellas. O alguien cree que un virus que tiene en vilo al planeta por los efectos que produce, va a ser olvidado tan rápido como el acto de prender un fósforo y tirarlo. La realidad, es que se han roto algunas consideraciones centrales o constituyentes de nuestra civilización, como son el movimiento, la invulnerabilidad y el individualismo. Parte de ese conflicto es el que está sucediendo ahora.

El presidente Alberto Fernández, por convicción o necesidad -lo sabremos con el tiempo-, se ubicó con claridad y determinación en el costado de la sociedad. Por eso, arbitra medidas como las que se implementan en Argentina.

El titular de Techint, Paolo Rocca.

Empresarios como Paolo Rocca de Techint o la familia Caputo -incluido Nicolás- de Mirgor, por citar los más renombrados de estos últimos días, se instalaron dentro de las posiciones pro-capital con los despidos que intentaron realizar. En el mismo lugar podría ubicarse al sector privado de salud, que no admite que el Estado gestione los recursos de este subsistema para aumentar la capacidad de respuesta argentina frente al coronavirus. Son los empresarios “cocodrilo”, que no están dispuestos a hacerse cargo de ninguna crisis con dinero de su bolsillo, aunque sea durante uno o dos meses; o como en el caso de los de Salud, que anteponen sus propios intereses a los de la comunidad.

El gobierno dispuso el pago de sueldos en las Pymes que ocupan a menos de 100 trabajadores (en porcentajes diferenciales, según su tamaño) y subsidios a desocupados, monotributistas y trabajadores informales, además de distribuir alimentos en las barriadas populares. La economía es una sábana corta como en el futbol: cuando uno se tapa la cabeza, se destapa los pies y viceversa. Fernández eligió a estos sectores y reclama un esfuerzo a los grandes. Eso es lo que está en discusión detrás de los fuegos artificiales.

“La única verdad es la realidad”, solía repetir el fundador del peronismo, Juan Domingo Perón. Y ahora mismo, la realidad obliga a actuar en un escenario impensado e impredecible en lo económico y lo social. Por eso, Fernández se reforzó con Moyano, y los empresarios “cocodrilo”, con los caceroleros de Barrio Norte.

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