“This is terrible for me”, dijo el ingeniero Ingles John Phillip Merret, de 60 años, mientras dos agentes penitenciarios lo sacaban de la sala de audiencias del Tribunal Oral Federal N°1, que lo condenó a 7 años y 6 meses de prisión por contrabando de estupefacientes. De sus manos esposadas colgaba una bolsa plástica color rojo con tres libros escritos en su lengua: “El espía que volvió del frío”, de John Le Carré; “Cuentos del padre Brown”, de Chesterton, y “El último mohicano”, de Fenimore Cooper. También tenía una edición bilingüe del Nuevo Testamento.
Los libros son obsequio de la traductora oficial que lo asistió durante la audiencia y le servirán para matar el tedio que viven en su celda del Módulo MD1, en Bouwer, donde es conocido por ser el único preso angloparlante. Allí llegó en noviembre pasado, tras ser detenido en el Aeropuerto con más de 38 mil pastillas de éxtasis valuadas en un millón de dólares en el mercado local.
El hombre de piel rojiza, pelo y bigotes blancos y cuerpo largo, enflaquecido por sus meses en prisión, dijo ante el tribunal que la mercancía no era suya. “Me pagaban para llevar y traer droga, otros se hacían ricos”, confesó. Para el fiscal Maximiliano Hairabedian, se trató de una “mula” diferente al resto: tiene instrucción, usaba tarjetas de crédito y celular, viene de un país del primer mundo; es decir, no vive en condiciones de vulnerabilidad. Por eso pidió 9 años de cárcel.
Sin embargo, Merret llegó con su salud en franco declive: la diabetes lo está afectando. Desde que está en prisión perdió todos los dientes. “En la cantina de la cárcel no venden el pegamento para pegar los dientes que me hicieron”, dijo a ENREDACCIÓN, en una breve entrevista que concedió -traductora mediante- durante el cuarto intermedio tomado por los jueces, para deliberar sobre la condena.
-¿Cómo te sentís en Bouwer?
-Para mi Bouwer no es bueno porque muy pocas personas hablan inglés y los que hablan no lo hacen bien. Me pierdo las conversaciones humanas, y en la cárcel, gran parte del tiempo lo que se hace es conversar. Juego al Ping Pong, pero lo interesante de jugar es la conversación, el compartir la devolución entre los jugadores, y yo me lo pierdo. Durante el día me siento solo en mi celda o en una mesa porque no puedo conversar con nadie. Tuve un compañero de celda que hablaba inglés, pero estaba disponible sólo por la noche, dormía de día. Ya lo trasladaron a San Francisco.
Merret es ingeniero en túneles graduado en la Universidad de Camborne. Vive desde hace quince años en Gambia, África, con su esposa. Juntos tiene un hijo pequeño. La familia se completa con la hija de su pareja, de 17 años. Se comunica poco con ellos.
Sobre las pastillas que intentó ingresar al país ocultas en un doble fondo de su maleta, dijo que tenían como destino Córdoba y que fue contactado para hacer el traslado en Inglaterra. Hizo una ruta aérea que lo llevó desde Ámsterdam, Holanda, pasando por Madrid y Río de Janeiro, hasta llegar finalmente a Córdoba. Una vez en la ciudad, tenía una reserva en un hotel de barrio Nueva Córdoba. “Yo tenía que llegar y comunicarme vía mensaje de texto con Holanda. Decir: ´Ya estoy aquí´. Alguien iba a pasar a retirar la mercancía”, contó.
¿Cómo era su situación cuando aceptó traer las pastillas?
Viví 12 años en Gambia. Allí trabajé en una gasolinera, trabajé en un restaurante. Luego entré en una compañía, pero no cerró sino que se redujo así que quedé sin empleo y el dinero es terrible. Y yo, en esa época, no estaba pensando en que sería de mí cuando sea viejo, no tenía pensión. Digamos que no estaba pensado en el ahora, por eso no tengo una pensión. Lamentablemente no pude encontrar otro trabajo. Estaba desesperado. Necesitaba dinero para mi mujer y mis hijos, para pagar el alquiler.
¿Cuánto dinero le ofrecieron para ser “mula”?
Merret no alcanza a contestar. Desde atrás, un abogado de la Defensoría Pública le sopla al oído: “no contestes con un número”. Durante su alegato, la defensa planteó que el Tribunal Oral Federal debía perforar la mínima de 4 años y medio que prevé el código para el delito de “contrabando agravado de estupefacientes en grado de tentativa y en calidad de autor” y condenarlo a 3 años. Argumentaron que “la mula” es el eslabón más débil de la cadena de tráfico, son fusibles.
¿Hubiese ayudado ese dinero para salir de esa situación?
Hubiera ayudado para aliviar la situación de mi mujer y mis hijos en Gambia. El único trabajo disponible para ella es ama de casa: limpiar, lavar la ropa, cocinar y por eso se cobran 500 pesos al mes. Quizás ahora ella se está dedicándose a eso, no lo sé.
¿Pensó en declarar como arrepentido?
-Me ofrecieron durante la etapa de instrucción (a cargo de fiscal Gustavo Vidal Lascano), pero los mismos que me ofrecieron me retiraron la posibilidad.
Ahora que fue condenado, Merret espera que el pabellón para detenidos angloparlantes de la Cárcel de Ezeiza, Buenos Aires, tenga un cupo para él. En Bouwer, además de la falta de charla, sufre el frío. “Somos tres en una celda para dos, tenemos un pequeño patio totalmente alambrado -dice y señala el cielo-: un lugar salvaje”.
Cuando habla, Merret habla bajo y lento, mientras con la mirada parece preguntar a su interlocutor, si entiende o no lo que está diciendo. El tic del extranjero. “La comida -dice, con los labios unidos por la falta de dientes-, la comida está bien, pero es mucha carne. Carne, carne, carne -remarca cada palabra golpeando la mesa con su puño-, y dura”.
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