La Cámara 9° del Crimen condenó a los cinco acusado por el asesinato del colectivero Adrián Brunori, quien fue perforado por un disparo a quemarropa cuando ayudaba a los ladrones que acababan de robarlo a escapar por el fondo de su terreno, para evitar que se enfrentaran con la Policía, que ya estaba al frente de su casa.
Los jueces decidieron condenar al ecuatoriano Cristian Contreras Coronel a 22 años, y a Mauricio Alexis López y Facundo Maximiliano Suárez a la pena de 20 años, por el delito de homicidio en ocasión de robo. Por el mismo delito fue declarado “penalmente responsable” Brian Alejandro Montero, que al momento de los hechos tenía 16 años. El autor del disparo, Joel Salvador Lucero (menor de edad en ese entonces) fue el único sentenciado por el delito de “homicidio criminis causa”, que implica matar para no ser reconocido y garantizar su impunidad. En el caso de los dos adolescentes, el tribunal no puede imponer pena, por lo que quedan a disposición de un juzgado de menores.
En la primera audiencia del juicio que comenzó el 23 de agosto, el joven había confesado: “Está bien, fui yo. Pero no lo quise matar. Se me escapó el tiro”, dijo, sin dar más detalles.
El asesinato de Brunori ocurrió la madrugada del 30 de diciembre de 2015 en barrio Alto Alberdi. El colectivero, padre de un hijo de 1 año, con otro por nacer, acababa de llegar del festejo de su cumpleaños número 32. Murió cinco horas después en el Hospital de Urgencias. Su muerte fue como un balde de nafta al debate sobre la baja de la edad de imputabilidad. Durante días, los vecinos cortaron calles en el barrio. El juicio, que se realizó con jurados populares, se extendió durante más de un mes.
Por la mañana el fiscal de Cámara Carlos Ferrer solicitó en sus alegatos penas de prisión perpetua para cuatro imputados, por el delito de homicidio criminis causa, y la absolución del restante por el beneficio de la duda.
En su alegato el fiscal Ferrer ordenó una seguidilla de siete hechos hasta llegar al homicidio. Esa noche los acusados combinaron cocaína, alcohol y armas. Así, emprendieron un tour delictivo que los llevó, en un auto robado, por tres barrios en los que asaltaron varias casas, siempre bajo la modalidad salidera. “Veían a vecinos que estaban entrando y copaban las viviendas. Fue un raid muy violento. Robaron en Ampliación San Pablo, Observatorio y Alto Alberdi”, dijo el fiscal a ENREDACCIÓN.
La última casa a la que entraron fue la de León Pinelo al 400, donde Adrián vivía con sus padres y Natalia Herrera, madre de Benjamín, de un año, y embarazada de su segundo hijo.
Adrián se ganaba la vida como chofer de Autobuses Santa Fe; era futbolero, fanático de River. Había planeado festejar su cumpleaños jugando al fútbol con sus amigos. Una vez terminado el picado tomó sus cosas y regresó a Alto Alberdi. Al entrar a su casa, un móvil policial lo escoltó. Por esos días en la zona se vivieron varios asaltos domiciliarios y la Policía estaba alerta. Adrián saludó a su madre y se fue a duchar. Su padre ya dormía. Natalia no estaba: su hijo se había dislocado un hombro y lo habían llevado a una clínica en Nueva Córdoba.
Un rato más tarde, su hermano llegó a la casa y bajó del auto para abrir el garaje. Cuando se dio vuelta para cerrar, entraron tres hombres armados. Otros dos esperaban en la calle, a bordo de un Renault Sandero robado. Cuando escuchó los ruidos desde el baño, Adrián envió un mensaje a su esposa. “¡Llamá a la Policía que están entrando a robar!”
Oscar, el padre de Adrián, se despertó con los ruidos y vio a uno de los asaltantes apuntando un arma en la cabeza de su hijo. Pedían plata. Recuerda que estaban bastante exaltados.
Como Natalia había dado alerta al 101, los uniformados no tardaron en acudir. El primer patrullero en llegar fue recibido a los tiros por los ocupantes del auto, que aceleraron a fondo y se perdieron. Los dos hombres que lo ocupaban fueron detenidos a los pocos días.
Los ladrones se exaltaron cuando escucharon los tiros y el motor acelerado de sus cómplices, que los abandonaron. Fue entonces que Adrián les recomendó que salieran por el patio y los guió. Les abrió la puerta trasera que comunicaba con un departamento en construcción. El primero comenzó a subir al techo. El segundo hizo lo mismo. Antes de pisar la carretilla para tratar de acceder a la zona de construcción, el tercero se dio vuelta y, a medio metro de distancia, le dio un balazo a Brunori.
Adrián caminó hasta la casa tomándose el abdomen. “Me pegaron un tiro, papi”, dijo a Osvaldo Brunori. Sus ojos siguieron abiertos un rato más. Murió al amanecer en el Hospital de Urgencias. En marzo de 2016 nació el segundo hijo varón de Brunori. Su madre lo bautizó Adrián, con el nombre de su padre.
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