“Ojalá que el pole dance sea más que una bombacha y un corpiño, y que se vea la técnica, la fuerza y la dificultad de estar volando colgada con una sola mano de una barra”, expresa Valentina Fernández sobre una disciplina en la que se coronó Campeona Bonaerense, Argentina y Panamericana. Asegura que hay muchos prejuicios y que a la gente se le retuerce la cara cuando cuenta que es profesional del “baile del caño”.
Dice que empezó de “grande” comparando con la edad estimada para el inicio de la carrera de un bailarín. En su infancia estudió danza clásica en la escuela de Julio Bocca, pero cambió el Teatro Colón por seguir en su escuela de doble jornada. A sus 16, perdió una amiga en un accidente de tránsito, casi en simultáneo con una oportunidad de formarse en Broadway, entonces sintió la necesidad de darlo todo. “Estudiaba todo el día, me quedaba tomando apuntes, ¡súper nerd! Me encantó sobre todo escuchar a artistas que con sus historias me dieron energía para entender que yo también podía lograrlo a esta edad”, recuerda. Hoy tiene veinte años y el sueño de pisar escenarios de todo el mundo. Se confiesa exigente y le gusta que las cosas salgan como las imagina.
Durante la videollamada con ENREDACCIÓN está suelta y con una sonrisa fresca que disimula el dolor corporal que confiesa sentir por sus intensos entrenamientos. Son alrededor de cinco horas diarias, entre aeróbico, muscular, danza y ritmos. Además, cursa la carrera de publicidad, trabaja en una oficina de comercio exterior y tiene VAF PACK, su propio emprendimiento, un espacio que ofrece soluciones integrales para bailarines y atletas, desde clases virtuales a planes nutricionales.
¿Qué te atrapó del pole dance?
El compañerismo que hay. En el ballet vos subís la pierna a 180 grados y la otra puede un poquito más, y siempre se están midiendo a ver quién puede más. En “el pole” nada que ver, te están mirando y si te caés te ayudan, si te sale bien te aplauden. Es otra cosa. Además, en la danza todo es muy matemático, las cosas tienen que ser así o así. En cambio en “el pole” podés jugar con todo, me gusta subirme al escenario, componer un personaje, jugar con los tiempos, con la música, podés ser libre.
¿Tu técnica en clásico hace la diferencia?
Sí, hay un sostén y una línea, que si venís de otro lado no se tiene. Se ve más prolijo, más cuidado. Eso está bueno y es un poco lo que llevo yo cuando me toca enseñar. Al subirte al escenario hay dos opciones, el pole deportivo que es ejecutar el truco y listo; y el más artístico, que es el que me gusta a mí, en el cual podes hacer de todo, que sea realmente un show y que la gente pueda disfrutar el arte.
¿Qué sentiste cuando te nombraron campeona?
Fue increíble, sobre todo la primera vez porque no me lo esperaba y nunca había competido para ganar. Siempre que me subí al escenario fue porque quería contar algo y porque me gusta disfrutar del aplauso de la gente, que se lleven algo. Cuando estás bailando, se escucha todo y es re lindo sentir el murmullo de lo que el público va diciendo. Que te premien por algo que para vos es un sueño y disfrutas hacer, es hermoso.
“Hay danza de por medio, es estar bailando, entonces podés contar cualquier historia”.
¿Con el pole dance se puede contar cualquier historia?
Hay danza de por medio, es estar bailando, entonces podés contar cualquier historia. Se trata de ser creativo, podes cambiar la ropa, meter gente, cambiar la escenografía. Si tenés el pensamiento de que es algo sexy nada más, es difícil imaginarlo de otra forma.
¿Las medallas te abrieron las puertas?
Sí, y también porque vengo de otro lado. Cuando hablo de pole, lo hago con toda mi formación y desde un lugar que “es serio”. A veces uso eso a mi favor, cuando te encontrás con gente que te mira raro de entrada, le hablás en francés nombrando cuestiones de técnica y entonces dicen “ah, esta chica estudió y está haciendo algo más complejo que el baile del caño”.
El 11 de junio es el Día del Pole Dance, ¿por qué recomendás hacerlo?
Hay mucho de libertad y autoestima, de amor propio. De entrada, en la primera clase, tenés que ponerte sí o sí top y calza corta, no porque quieras estar en bolas, sino porque necesitás el agarre de la piel en la barra. Y para las mujeres, que somos tan acomplejadas, mirarte a un espejo y aceptarte es difícil. Entonces te animás a verte y, al ser una disciplina tan fuerte, el cuerpo empieza a cambiar y de repente estás colgada a seis metros de altura, sin manos, te mirás a espejo y estás feliz de lo que estás logrando y te dejan de importar muchas cosas. Está buenísimo, no solo por lo físico, sino cómo te levanta en todos los sentidos.
¿Es para cualquiera edad?
Sí. Mi mamá tiene 54 años y practicamos juntas.
¿Qué es lo más importante en esta disciplina?
Requiere de constancia como cualquier disciplina. En el ballet es más difícil, es todo muy perfecto, una vez que te sale, siempre falta un poco más. En el pole no, pongo una pierna, pongo la otra y listo, ya estoy arriba. Luego, seguimos con una trepada más, después soltar una mano, y cada vez vas avanzando, y es muy rápido.
¿Te acordás de algún golpe muy feo?
El peor fue en mi primera competencia. Estaba en la barra giratoria, de cabeza y me tiraba la pierna por arriba de la cabeza desde el pie, solo agarrada del talón. Se podía ver la pierna un poquito flexionada e igual era un truco difícil; o la pierna totalmente extendida, que cuesta el doble. En ese momento, sentí que se me iba a salir el pie de arriba, el de agarre, pero no quería que pensarán que no podía estirar la pierna, entonces dije lo voy a dar todo, es mi primera vez con público. Tiré del pie y me caí de cabeza directo al suelo desde cuatro metros y medio de altura. Vino toda la gente corriendo y yo, obvio, me levanté como si nada. Al día siguiente me dolía todo. Esa fue la más fuerte, después entrenando me caigo y voy de nuevo, me caigo y voy de nuevo, así hasta que me sale.
¿Ese es el secreto?
Caerse y levantarse hasta que sale. Luego el pole te lo da para la vida. A mí me dio mucha motivación y herramientas para que cuando te encuentres con un obstáculo, digas yo puedo.
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