Estamos en un mundo en donde han aparecido palabras nuevas que encandilan por su sonoridad, pero que al mismo tiempo carecen de contenido significante.
La tentación es darles un significado de nuevas verdades. Veamos de qué se trata.
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Las viejas verdades en el siglo XXI aparecen como tales. Pero las llamadas posverdades no son un cambio real y cualitativo.
Se podría definir a la post verdad como verdades fundadas en emociones y posiciones políticas. Son conceptos bastante ambiguos que parten de la negación del paradigma de la verdad fundada en la realidad. Con las posverdades se rechaza la “prueba de veracidad”.
No está mal cuestionar verdades supuestamente eternas. Verdades cansadas. Lo que está mal es cuestionarlas sin otro fundamento que no sea la subjetividad, la emoción o la ideología coyuntural. Y lo que está peor es cuestionar verdades tradicionales y cansadas con el sólo fundamento de la búsqueda del Poder.
Lo cierto es que detrás del concepto de posverdad aparece siempre la codicia del Poder.
En un mundo marcado por la dinámica del cambio digital y la velocidad del conocimiento, es bastante lógico que aparezca el concepto de las posverdades. Pero de allí a aceptarlas como convenientes al tejido social del siglo XXI, es otra historia.
LA CULTURA DIGITAL Y LA CULTURA ANALÓGICA
En ese contexto de un mundo en cambio permanente y con velocidades comunicacionales crecientes se plantea la cuestión sobre el valor y la utilidad para la sociedad del pensamiento digital y la del pensamiento analógico.
El pensamiento digital puede decirse que es un pensamiento binario con alta velocidad de movimiento. En esta cultura digital, el acceso a la información es todo. Nunca como antes el ser humano tiene un acceso casi ilimitado a la información. Pero el procesamiento de la información, que quiere decir su análisis, se ha reducido significativamente. La información parecería atravesar con alta velocidad el espacio y el tiempo que hay entre emisor y receptor.
El pensamiento digital puede decirse que es un pensamiento binario con alta velocidad de movimiento. En esta cultura digital, el acceso a la información es todo.
Pero también es cierto que llega al receptor del mismo modo que sale del emisor. Es decir, sin modificación alguna se instala en el discurso de la cultura del emisor.
El pensamiento analógico en el siglo XXI no puede prescindir del dato de la información digital. De lo contrario, sería un pensamiento medieval. En esta cultura analógica se busca que el flujo de información digital sea tamizado, analizado y contextualizado por el sistema de valores que tiene el emisor.
A favor de la cultura digital podrá decirse que está la enorme velocidad de acceso a la información. A favor del discurso analógico estará el rechazo a la unidimensionalidad del mensaje del emisor y del a-criticismo de ese mensaje.
Está de más decir que de esto que estamos hablando poco se sabe. Por eso, sepa el lector que lo que escribo son más interrogantes que afirmaciones.
EL PERIODISMO, LOS INTELECTUALES Y LA CULTURA DIGITAL
Parecería que en el mundo digital el periodismo es el agente revolucionario de cambio. El discurso periodístico en general expresa el discurso digital, es decir, sin contenido crítico y con bastante linealidad y superficialidad.
Por cierto que esta es una reflexión general, pero que no comprende a periodistas comprometidos con el deber crítico que el periodismo tiene frente al poder y frente a los mercados.
Lo cierto es que han desaparecido en el periodismo actual periodistas de la talla de Albert Camus, Tom Wolf, Rodolfo Walsh o el mismo Gabriel García Márquez. No obstante ello, también hay que decir que los medios de comunicación siguen teniendo alta imagen social en términos de credibilidad. En cualquier encuesta de opinión, iglesia y medios encabezan la imagen social en términos de credibilidad.
Pero lo cierto es que el periodismo de hoy mayoritariamente es un periodismo digital. Con un agravante, quizás no querido o no pensado por los periodistas, que es el de haberse declarado como los pensadores o los intelectuales de la sociedad post industrial.
Del mismo modo que han desaparecido los periodistas de la talla de Rodolfo Walsh, también han desaparecido los pensadores de la talla de Herbert Marcuse. Esta paradoja de alta credibilidad en un periodismo de bajo pensamiento crítico la he visto reflejada en París en los seminarios de Filosofía profunda que son convocados con la figura de Albert Einstein (Ver Imagen).
Estas son reflexiones llenas de preguntas que quisiera que ENREDACCIÓN las comparta como tales y abra el debate a periodistas y a lectores.
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