Argentina se encamina a negociar un nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Técnicamente denominado de “Facilidades extendidas (o ampliadas)”. Como bien señala el sitio Web del FMI se otorga a países con dificultades políticas, financieras o del frente externo y conllevan, a cambio, reformas estructurales. El anuncio del ministro de Economía, Martín Guzmán, de que el gobierno del frente peronista buscará un convenio de este tipo implica, más allá de las palabras que se dicen y de las que no, que Argentina ha decidido sumarse al ciclo de globalización económica sin contradicciones con quiénes la dictan, una decisión, que en términos económicos y sociales traerá como lo enseña la historia económica de nuestro país y el mundo, numerosos dolores.
El 10% de la población griega tuvo que emigrar de su país luego del acuerdo con el FMI para “estabilizar” su economía. No ocurrió dicho proceso por una cuestión de gusto o porque miles de griegos salieron de vacaciones al exterior y concluyeron que el país que visitaban era tan hermoso, que hacía necesario la mudanza de domicilio. Lo hicieron por el abrupto empobrecimiento de su economía y la necesidad de sobrevivir.
Todos recordamos las sucesivas crisis argentinas (1980, 1989, 1995, 2001, 2017, etc.). Donde ingresa el FMI como prestamista de última instancia, se producen modificaciones que restringen la autonomía nacional y reducen el tamaño del Estado y del llamado Estado de bienestar (salud y educación pública, jubilaciones, etc.).
La deuda que Argentina renegociará con el FMI fue contraída por el gobierno de Mauricio Macri, con el argumento, en términos formales, de financiar el déficit fiscal sin emisión. El FMI otorgó 50 mil millones de dólares, de los cuáles desembolsó 44 mil. La realidad, es que Macri, como gobernante de pensamiento neoliberal, incluyó al país en el proceso de valorización financiera internacional. Primero eliminó los controles al libre flujo de capitales especulativos, que entraron en una ruinosa bicicleta financiera para el Tesoro local, luego apalancado por el crédito del FMI para que siguiera la rueda. La mecánica era simple: invertían en Argentina en colocaciones financieras en pesos (las LEBACS, entre otras) con elevado interés, capitalizaban los intereses en dólares y los sacaban del país. Por esa ruta se fueron casi la totalidad de los 44 mil millones de dólares del fondo.
Valorización financiera es eso: los lobos de Wall Street invierten en bonos y acciones en todo el mundo y extraen las rentas que millones de personas generan con esfuerzo y carencias, sobre todo en la periferia del mundo, los llamados países emergentes. Para ello, necesitan gobernantes afines. Macri fue uno de ellos.
Después de la catástrofe económica-financiera producida por estos lobos en los países donde intervienen, llega el FMI, que consolida los ajustes producidos por la crisis desatada y construye escenarios para la transferencia de mercados a industrias y servicios de los países centrales, que sustituyen en ese proceso a las posiciones del capital local. Por eso, cada crisis de deuda o externa por el tipo de cambio, termina en extranjerización.
Alberto Fernández, Cristina Fernández de Kirchner, Sergio Massa, líderes de los tres espacios que confluyen en el oficialismo, y el ministro Guzmán están haciendo un aporte en ese sentido y no en otro. Es el triunfo del neoliberalismo macrista, que perdió las elecciones en 2019 fruto del fracaso económico-social, pero regresa de la mano de Kristalina Georgieva.
El 15 de diciembre de 2005, el ex presidente Néstor Kirchner anunció que Argentina saldaría anticipadamente al Fondo Monetario Internacional, “a fin de año, la suma total adeudada de capital de 9.810 millones de dólares”.
Sus palabras en el acto que se desarrolló en la Casa Rosada aquel día, fueron las siguientes:
“La deuda que cancelamos con el Fondo Monetario Internacional, similar a la suma que ese organismo prestó para sostener un régimen de convertibilidad, condenado al fracaso, ha resultado lejos la más condicionante, aun cuando a diferencias de otros países que experimentaron situaciones críticas no recibimos ayuda del Fondo para superar la difícil situación que enfrentamos. Esta deuda ha sido constante vehículo de intromisiones, porque está sujeta a revisiones periódicas y ha sido fuente de exigencias y más exigencias, que resultan contradictorias entre sí y opuestas al objetivo del crecimiento sustentable. (Aplausos). Además, desnaturalizado como está en sus fines el Fondo Monetario Internacional ha actuado, respecto de nuestro país, como promotor y vehículo de políticas que provocaron pobreza y dolor en el pueblo argentino, de la mano de gobiernos que eran proclamados alumnos ejemplares del ajuste permanente. Nuestro pueblo lo corrobora.
“En los últimos 30 años hemos visto avanzar la continua dependencia de programas que Argentina acordó con el Fondo Monetario Internacional. Formamos parte de la triste realidad de integrar el grupo de países en los que esa institución ha aplicado y monitoreado mucho de sus 150 planes de ajuste. El resultado ha sido exclusión, pobreza, indigencia, la destrucción de aparato productivo. A la sombra de esos programas hemos visto concentración de ingreso en unos pocos y chocados contra la imposibilidad de combinar crecimiento macroeconómico con desarrollo social y pleno empleo”.
VER EL DISCURSO COMPLETO DE KIRCHNER.
Por otro lado, en una entrevista realizada al fallecido economista cordobés, Claudio Callieri, el 9 de noviembre de 2017, este planteaba que la deuda externa es utilizada por las “oligarquías” como un instrumento de enriquecimiento a costa de los sectores populares y, a su vez, disparador de “catástrofes económico-financieras” que derraman sus efectos por largo tiempo, excede la consideración del endeudamiento como un mecanismo de política económica.
A continuación transcribo dos preguntas y respuestas de aquella conversación de hace tres años:
Usted señala que el endeudamiento externo y la fuga de capitales deberían ser declarados delitos indescriptibles, ¿por qué?
Resulta sumamente injusto que por asimetrías de información entre quienes conducen la política económica, y el conjunto de la ciudadanía, se generen silenciosamente estas auténticas catástrofes humanitarias que han demostrado resultar las llamadas “crisis” financieras, provocadas por oligarquías codiciosas de alcance internacional, que no escatiman medios para salir oportunamente de las burbujas especulativas que generan y descargar los costos de sus siderales tomas de ganancias en el sacrificio de pueblos enteros.
La deuda es un instrumento de política económica, ¿por qué es inconveniente en países periféricos como el nuestro?
La historia de la deuda externa de los países periféricos con los centros financieros mundiales es sumamente reveladora de que siempre ha funcionado como un mecanismo de subordinación, no solamente económica sino también política, habiendo sido utilizado como justificación incluso para represalias militares en diferentes episodios históricos. En la Argentina es una historia que comienza prácticamente en los albores de la nacionalidad, con el célebre empréstito Baring asumido por Bernardino Rivadavia en 1826 y cancelado definitivamente recién en 1947.
En tiempos contemporáneos, el endeudamiento masivo se ha generado en la Argentina a partir de la dictadura de 1976, y como decía antes se trata de un endeudamiento que no ha estado al servicio de la formación de infraestructura nacional, de capacidades exportadoras, de transfiguración del patrón tecnológico de la economía, sino que ha sido utilizado fundamentalmente como herramienta para conformar un mecanismo de valorización financiera en beneficio de una acotada cúpula de empresas de capital extranjero y nacional. A su vez este mecanismo de valorización financiera, en sus tres versiones relevantes -la de la dictadura, la de los noventa y la actual- ha transformado la matriz de poder económico en el país, provocando un peso creciente del capital extranjero, especialmente del correspondiente al sector financiero, y en general una concentración creciente de la economía.
En la Argentina y en general en todo el mundo, lo que se advierte es que los centros de poder financiero montan sus mecanismos de valorización sin atender ninguna lógica de sustentabilidad del proceso, sino que en su condición de actores poderosos con una posición privilegiada en el funcionamiento del sistema, tienen la posibilidad de actuar sobre regulaciones y gobiernos para resultar siempre los grandes beneficiarios de las crisis. Así lo muestra la experiencia de las reiteradas crisis financieras en distintas regiones periféricas en los años noventa, pero también los desenlaces de las crisis financieras en economías centrales posteriores a 2008, con la excepción quizás, del caso relativamente pequeño de Islandia.
VER “Las oligarquías generan catástrofes económico-financieras a través del endeudamiento externo”.
Sin duda, el avance de esta estrategia tiene su fundamento en el pensamiento y posición de distintas fracciones de capital en nuestro país que participan o adhieren al proceso de globalización financiera. ¿Quiénes son? El capital agropecuario, la burguesía industrial argentina transnacionalizada o la extranjera –como la automotriz-, los servicios tecnológicos intensivos (Mercado Libre, por ejemplo) y el sector financiero global asociado a esa matriz. El gobierno parece haber avanzado en un “armisticio” con todos ellos para salir “como sea” de la guerra del dólar, con el objetivo de evitar una nueva crisis devaluatoria. Percibe señales de debilidad política propia a partir de la doble crisis sanitaria y económica que demora, por el momento, cualquier salida rápida de la recesión. Pero también por su falta de definición de un programa populista que se contraponga al neoliberal y realice reformas económicas que fortalezcan el proceso de acumulación de capital nacional y la capacidad del Estado para confrontar con los actores citados.
El escenario argentino es complejo, es difícil hallar en la historia variables económicas (producción, empleo, consumo, etc.) y sociales (pobreza) de tanta gravedad. Cuatro de cada 10 argentinos son pobres o indigentes, 6 de cada 10 niños, niñas y adolescentes crecen en la pobreza y la indigencia. No hay discurso que lo pueda encubrir.
Todo esto no lo solucionará un acuerdo con el FMI. El rumbo elegido de acordar con el organismo internacional traerá, como es clásico, una receta de incorporación desventajosa al mercado mundial, con fuertes costos sociales y económicos internos. Es decir, será organizado según el sistema económico de los países centrales, pero no de los periféricos.
Hay que esperar reformas laborales y fiscales regresivas, salvo que el FMI cambie su disco duro. Mientras que en el terreno previsional es donde el Ejecutivo intentará discutir con el staff del FMI, planteando hacer un ajuste dinámico, esto es hacía adelante –el gasto previsional no crecerá en proporción del gasto público, ya que la fórmula es 50% salarios y 50% recaudación con un tope de expansión de 3%-. Por otro lado, partirá de un piso más bajo de gasto (-7% de actualización en 2020 respecto de la inflación y -0,3% del PBI). La otra secuela negativa será para cualquier modelo de industrialización que no esté asociado al mercado global.
Ni el propio Macri, ni Christine Lagardé deben haber imaginado en sus mejores noches que sin estar en el poder podrían tener la posibilidad de concretar reformas de este signo. Al menos, por ahora, en estos primeros aprontes, la realidad parece ir en la misma dirección que esos sueños.
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