En el instante que Martina expulsó al embrión de nueve semanas sentada en el inodoro, miró al techo y dijo: “Dios perdóname por esto”.
No se siente “devota” ni “muy católica” pero la joven de 28 confiesa que temió ser condenada por fuerzas sobrenaturales por el resto de su vida.
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“Yo siempre soñé con ser mamá” cuenta Martina -quien hace un par de meses tomó la decisión de abortar con Oxaprost, un medicamento indicado para dolores musculares que tiene también un uso obstétrico-, “pero no así”.
Hacía un tiempo que la relación con su novio de toda la vida no iba para atrás ni para adelante. En uno de los intentos de reconciliarse, tuvieron sexo sin protección. Al día siguiente, ella tomó la pastilla del día después. La hemorragia la dejó tranquila. Se fue de viaje un par de días y al regresar empezó a sentirse rara físicamente. Su mamá le había dicho que si alguna vez quedaba embarazada se iba a dar cuenta. Y Martina se dio cuenta. Llamó a una de sus confidentes para contarle su sospecha. Fue a la farmacia a comprar un test de embarazo y esperó que el Sol corriera a la Luna para meterse al baño y hacer pis sobre la prueba. Dio positivo. A las 8 tenía que ir a la oficina a trabajar y no podía guardarse esa noticia. Llamó a su amiga para confirmarle la intuición.
Su ex tenía que saberlo. A pesar de que hacía dos semanas que ella le había pedido no volver a verse, lo llamó por teléfono y él, que también era consciente del descuido, no tardó en interpretar aquella comunicación. “Me está corriendo un frío por la espalda. ¿Es lo que yo creo?”, le preguntó. Martina le dijo que lo esperaba en su departamento.
Tenía un embarazo de seis semanas, según confirmó la ecografía. Ella estaba segura que no quería ser mamá en ese momento. Pensó miles de posibilidades. Y se convenció aún más de interrumpirlo. Él, en cambio, que acababa de comprarse una casa, imaginó que sería una posibilidad de volver a empezar. Fueron días y noches de proyectar vidas posibles, charlar con amigas, con familiares.
Las dos familias querían que el embarazo siguiera adelante. “La única que estaba convencida de que no, era yo”, afirma la joven. “Yo tengo mis planes, mis expectativas. Me falta poco para recibirme de Licenciada en administración de empresas y después me gustaría irme de viaje”.
El también reflexionó que seguir adelante no era el mejor camino. Fue a un consultorio, consiguió una orden para comprar Oxaprost (cada comprimido contiene 50 mg. de diclofenac y 20,2 mg. de misoprostol) y llevó las pastillas (que cuesta $600 cada una) a la casa de la joven. “Yo estaba tan nerviosa que hicimos todo mal y no hizo efecto. Ahí tomé la decisión de ir a una reunión de Socorristas”, explica.
Socorro Rosa o Socorristas en Red es un grupo de mujeres que acompañan a mujeres que deciden abortar desde sus casas. Existe una droga que es utilizada para inducir la contracción del útero y expulsión de un embrión. Las socorristas explican cómo funciona, dónde se puede conseguir y describen paso a paso el efecto que genera en el cuerpo de la mujer. Entre 2014 y 2017, Socorristas en Red acompañó a 12.081 mujeres en todo el país que buscaron abortar desde sus casas.
“Fue todo tal cual me lo explicaron”, señaló Regina. Ella tiene 28 y hace diez meses abortó en el baño de la casa donde vivía con su prima. “Yo sabía que iba a poder hacerlo sola, pero cuando estaba en el baño y sentí que se me desprendió algo la llamé llorando a mi prima para que viniera. Fue como una película de cine gore. Del asco que me dio ver tanta sangre vomité. Y después me puse a limpiar todo”, recuerda.
Yo sabía que iba a poder hacerlo sola, pero cuando estaba en el baño y sentí que se me desprendió algo la llamé llorando a mi prima para que viniera. Fue como una película de cine gore. Del asco que me dio ver tanta sangre vomité. Y después me puse a limpiar todo”.
“¿Por qué tengo que pasar por esto?”, se cuestionó a sí misma en ese episodio. “Toda mi vida quise no ser mamá”, repetía la joven que estudia Diseño en la universidad.
El embarazo no deseado fue producto de una serie de olvidos en la toma de la píldora anticonceptiva. Tampoco usó forro. La primer señal de que estaba embarazada fue que no le venía la menstruación, pero no estaba dispuesta a enfrentarlo. Esperó a que llegara una amiga de viaje, quien le aconsejó que se quedara tranquila, que como ella era irregular podía tratarse de otro tema. Que se hiciera un test de embarazo.
“Estaba embarazadísima”, dice Regina.
Su pareja en ese momento era una especie de “amigo con derechos”. Lo llamó para contarle que estaba embarazada y que quería abortar. Le preguntó qué opinaba. “No le di mucho tiempo para pensar”, recuerda ahora.
Una hora más tarde, ese mismo día, Regina se encontraba en la puerta de McDonald’s de Plaza España con una socorrista. De ahí caminaron hasta el Parque de las Tejas y compartieron un taller informativo con otra chica que tenía 21, una hija de 5 y un bebé que no estaba dispuesta a traer al mundo. “Yo intenté hacer chistes para relajar la situación. Estaba segura de que no quería ser madre. Ahora estoy ahorrando para colocarme el implante”.
A partir de un Programa de Maternidad y Paternidad Responsable de la Provincia y el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable comenzó a promoverse la aplicación de implantes subdérmicos anticonceptivos para evitar embarazos no deseados en hospitales públicos. El efecto de las hormonas es de larga duración, aproximadamente, tres años. Por eso es aconsejable en mujeres que no elijan ser madres en ese período de tiempo. En la medicina privada, la colocación de un implante cuesta alrededor de $7.000.
Carolina estaba viviendo en México con su pareja cuando se enteró que estaba embarazada. Fue la única vez que tuvieron relaciones sin preservativo. Él tenía dos hijos de parejas anteriores, a quienes no reconocía. Ella estaba sin trabajo y ambos consumían drogas. “No podía hacerme cargo de mí misma, menos de un hijo”, pensaba.
Con un mail le contó a su mamá: “Estoy embarazada. No lo voy a tener. Ayúdame a buscar alguien”.
A los 15 días, ambos estaban de vuelta en Córdoba, su tierra natal.
Regina se entrevistó con un médico que le ofreció hacer un legrado. Los $8.000 que costó la práctica (cuatro años atrás, hoy alrededor de $25.000) no dolieron tanto como la intervención médica. “Fue una situación horrible. No sé si lo volvería a hacer. Me puso anestesia pero sentí todo, ayer hablé con una amiga que lo terminó haciendo en el mismo lugar y sintió todo también. Un trato de mierda”.
“Si sabía que te ibas a mover tanto no te lo hacía”, le dijo el profesional mientras le intentaba sostener las piernas abiertas.
Si sabía que te ibas a mover tanto no te lo hacía”, le dijo el profesional mientras le intentaba sostener las piernas abiertas.
Después de la intervención, la chica que tenía 24 en aquél momento se instaló en la casa del novio, con muchos dolores. Él dijo que iba un rato al súper y se ausentó como seis horas. Ella quedó sola con su malestar. “Que era una exagerada”, le reprochó después por teléfono. “Que su ex novia había abortado y no le hacía tanta escena”.
A esa altura, Carolina -doblada del dolor y con 40 grados de temperatura- ya se había comunicado con su mamá para que la pasara a buscar. Al día siguiente fueron de nuevo al consultorio a ver al profesional que le había realizado el aborto “porque a otro lado no podía ir” y le recetó antibióticos para tratar una infección urinaria que calmó su sufrimiento.
Al tiempo rompió la relación. Se acercó a las terapias holísticas, hizo limpieza energética, reiki, y toda ceremonia que le permitiera despedir esa energía. “Porque pensé que podría repercutir en el futuro para tener una hija o un hijo”.
De acuerdo con el último anuario publicado del Ministerio de Salud de la Nación, durante 2015 murieron 298 mujeres embarazadas por distintas causas. De este total, el 18% (53 defunciones) fueron muertes por un “embarazo terminado en aborto” y esto ubica al aborto como la principal causa individual de la mortalidad materna en nuestro país.
Martina, Regina y Carolina apoyan que el aborto sea despenalizado y legal porque “es una cuestión personal” que va a seguir existiendo más allá de la prohibición. Pero, con ayuda de médicos, todas las mujeres podrían hacerlo en condiciones más seguras, de igualdad, sin ocultarse ni temer por sus vidas.
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