Con fama de acosador y “trensero”, José Gustavo Heredia, era un hombre temido por los empleados y, sobre todo, empleadas de la Jefatura del Servicio Penitenciario de Córdoba.
En el Servicio Penitenciario lo conocieron simplemente como “el Caña”.
Nacido en Canteras Quilpo, un caserío de 216 habitantes a 20 kilómetros de Cruz del Eje, sus compañeros de promoción lo recuerdan por su larga cabellera hasta la cintura cuando llegó como cadete.
Ninguno de sus 10 compañeros de promoción hubiera pensado que ese muchacho llegaría al segundo peldaño más alto de la institución.
VER Juan María Bouvier: El obediente que siempre cayó parado.
Pero llegó. En base a una estratégica habilidad que lo hizo crecer bajo del paraguas de Juan María Bouvier. Y en ese camino de ascenso de Heredia pareció permitirse todas las licencias.
Su trayecto dentro de la institución estuvo salpicado continuamente por escándalos de amoríos y “acosos” a trabajadoras, casi como si se tratara de un desenfrenado adolescente en el cuerpo de un hombre que acumuló denuncias, miedo, repudios y desprecios hasta los 50 años, cuando fue pasado a retiro.
Quizás operó como detonante un último escándalo en la propia jefatura penitenciaria, cuando fue sorprendido, aparentemente, concretando un acto sexual con una empleada. Cuando se conoció el caso, lo licenciaron una semana y luego volvió como si nada hubiera sucedido. Impunidad pura.
Su vida familiar ha sido igual de turbulenta, algo que se inició con el abandono a su mujer y a un hijo con discapacidad, quienes tuvieron que recurrir a la Justicia para recuperar la cuota alimentaria que le correspondía.
Luego inició una nueva relación con una dependiente, una oficial del Servicio. Pero el vínculo también terminó en separación y escándalo, y en una acción judicial para reclamar la cuota alimentaria para otro hijo. Esta situación es la que derivó en una salvaje persecución por “mobbing” contra su ex pareja, que terminó en una prolongada carpeta psiquiátrica.
Hasta el 31 de diciembre del año pasado, Heredia se las arregló para ser un hombre a temer dentro de la jefatura. Trensero, vengativo, perseguidor, quienes trabajaban en las oficinas centrales de la institución, fundamentalmente las mujeres, sabían que con “El Caña” había que estar bien, si no se quería caer en desgracia.
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