“Cada vez que respiramos, captamos la historia del mundo”, escribe Federico Kukso en su libro Odorama: historia cultural del olor. El especialista en Historia de la Ciencia explica que el aire que pasa por nuestros pulmones contiene moléculas que alguna vez pudieron ser exhaladas por Julio César, Cleopatra o San Martín. En ese viaje espacio temporal de los átomos, nos conectamos con el pasado y el futuro. Al respirar, también activamos el sentido del olfato que deja percibir los diferentes aromas del presente o que nos traslada a algún rincón de la memoria.
Mientras cursaba un posgrado en Harvard, extrañaba oler los perfumes de la milanesa o de la yerba mate en Argentina. Entonces se preguntó ¿qué hay detrás de los olores? ¿Qué secretos guardan? ¿De dónde vienen? Y reconoció que se trata de una dimensión de la realidad desatendida. “No nos preguntamos por el olor, estamos tan bombardeados de imágenes que no vemos que los olores cuentan historias, tienen un mundo detrás, es abrir una puerta a un universo de imaginarios, sensibilidades y relatos”, dice el periodista científico en diálogo con ENREDACCIÓN.
Durante más de cuatro años se entrevistó con antropólogos, artistas y sociólogos, recorriendo el mundo y su pasado, y publicó Odorama, una especie de boticario sobre cómo ha olido el mundo, incluso antes de serlo. “En el libro considero al olor como un protagonista olvidado y dejado de lado en la historia. Un buen camino es visibilizarlos, registrar los olores de nuestra cotidianidad, cuáles definen nuestro entorno y nuestra vida. Por ejemplo ¿Cómo huelen nuestros seres queridos? Son olores que se van a perder, porque es difícil conservarlos físicamente, no se fosilizan. Llevar un registro de la memoria olfativa de una época es muy importante”, y asegura que es un proyecto inacabado porque la historia del olor siempre estará incompleta.
En su investigación se refiere al choque cultural y oloroso que significó la llegada de los españoles a América y cuenta cómo olía Egipto, Grecia y el Imperio Romano. Incluso indaga en los aromas del espacio y de los dinosaurios. “Es fundamental pensar los olores en una dimensión histórica. Los que hoy forman parte de nuestra cotidianeidad y que definen nuestra argentinidad, quizá en 300 años desparezcan. ¿Cómo las sociedades futuras van a recordar a Argentina del siglo XXI sin la presencia de estos olores? Por eso, es importante considerarlos como patrimonio intangible de la humanidad”, sostiene.
El olor es información, habla de quiénes somos, de nuestras costumbres y concepciones del mundo. Con el paso del tiempo los olores van cambiando y también las diferentes percepciones e intenciones al definirlos. “Todo olor es político”, resume.
¿Por qué no le prestamos atención al olor?
En una actualidad tan visual, donde con un clic podés conocer China, el olor queda en el mundo de la sensibilidad, de lo inmediato y de lo presencial. Lo interesante de los olores es que no los podemos cuantificar o medir, es el mundo de lo próximo. Es muy difícil de trasmitir, ni siquiera nos alcanza el vocabulario para hablar de ellos.
¿Por qué el olor como factor discriminatorio?
El olor funciona como demarcador social, traza una frontera con el otro, sobre todo con aquellos que una cultura determina que son malos, violentos o que hay que erradicar. Es una forma del imaginario para segregar, esto se ve en “el olor del judío, del inmigrante, del negro”. Siempre se utilizó como elemento que justifica la separación, delimita porque los que huelen mal son los otros. Históricamente se ha asociado al mal olor a la animalidad, por ejemplo se habla de olor a chivo. De esta manera se puede denostar y denigrar al otro, asociándolo a la bestialidad. Es un juicio de valor, un prejuicio olfativo.
“El olor funciona como demarcador social. Es una forma del imaginario para segregar”
¿Por qué a través del olor?
Son construcciones sociales. La olfacción es biológica, pero la interpretación de los olores es cultural y varían de sociedad en sociedad. Al nacer, los niños no tienen juicios de valor negativos hasta que socializan y se les inculcan los olores buenos y malos. También está asociado a cierto imaginario cristiano que vinculó el olor del cuerpo con el del pecado. Con el tiempo van cambiando las percepciones. En la actualidad, la industria, a través de las publicidades, nos convencen que tener mal aliento o a chivo, es como si fuera una ofensa. Sin embargo, el olor del cuerpo no es inherentemente malo, es el ser humano el que reconstruye el olor desde sus juicios de valor. Entonces hay que estudiarlo para poder deconstruir y desnaturalizar los mandatos sociales.
¿Cuál es el futuro del olor?
Hablo de un proceso de desodorización, ciertos olores se van a borrar, como los olores corporales que no son aceptados, pensá que se usa el antitranspirante como protección. Será un futuro de estados desodorizados, donde la ausencia de olor es visto como algo bueno, por ejemplo los aeropuertos que no huelen a nada. Sin embargo, el olor transmite información sobre la dieta, la cultura, la historia. Se ve un camino de olores apagado, se los silencia. Además, hay un proceso de sustitución por fragancias sintéticas, los olores naturales de las frutas y flores están siendo reemplazados. Tal vez en algunas décadas se extingan ciertas frutas y las conozcamos a través de fragancias que las imitan pero de manera incompleta.
“Será un futuro de estados desodorizados, donde la ausencia de olor es visto como algo bueno”
¿Vamos a perder el sentido del olfato?
Desde la paleoantropología se estudia cómo la nariz humana ha perdido en miles de años la capacidad de detección. Quizá lleguemos a un punto en el que el ser humano prescinda de la olfacción y en veinte mil años los próximos homo sapiens no detecten olores. Por eso, lo que busco con el libro es que la gente se pregunte por los olores, los ricos y los feos, porque hablan, cuentan. Reivindicar la importancia de oler desde el pan de la mañana hasta el que emana un gimnasio.
¿Por qué te interesaste en la comunicación de la ciencia?
Como periodista mi rol es contar historias. A diferencia del divulgador, no está el rol pedagógico. Las personas somos adictos a las historias y la ciencia como tal es un campo de historias que valen la pena ser contadas, que tiene héroes y villanos, inteligentes y no inteligentes. Me interesa desacralizar el mundo de la ciencia, mostrar su diversidad y su importancia en la vida cotidiana. Estamos tan atravesados por lo científico que para vivir en el Siglo XXI necesitamos estar informados acerca de lo que ocurre en la ciencia. Es casi un deber contarla, y hace falta, sobre todo en una época de antivacunas, de negadores del cambio climático y tanto chanta con pseudociencias dando vueltas. Además, es importante mostrar la ciencia como un cementerio de ideas, no como esa carrera de progreso unidireccional en donde antes estábamos peor y ahora mejor. Las ideas van cambiando.
Odorama
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