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Análisis

Pobres y “pobrezas” del segundo semestre

La dimensión de la pobreza y las mediciones sobre ella, en esta columna. Una mirada sobre uno de los problemas argentinos.

Imagen ilustrativa. (Foto: Gentileza).

Más de 14 millones de argentinos viven en situación de pobreza.

Sólo para los pobres de Córdoba necesitaríamos 10 estadios como el Mario Alberto Kempes. Para los pobres de todo el país necesitaríamos un lugar en el que quepa la población entera de Uruguay… cinco veces. O toda la población de Paraguay dos veces… y un poco más. Quizás la cifra de los casi 14 millones no alcanza. Imaginen eso: la población entera de un país, pobre.

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Pero no, la estadística sobre pobreza en el país (y el mundo) se construye de otra manera, mucho más compleja. La moda de “las cifras de verdad, no como antes” pretende disimular dos cuestiones que son centrales. La primera es que el “sinceramiento” no puede seguir sirviendo de excusa. A este gobierno las cifras le dan mal, lo reprueban y lo mandan a marzo, comparados con el desempeño del gobierno anterior, pero también comparados con lo que ellos eligieron como línea de partida: el primer “blanqueo” de datos luego de un semestre de apagón estadístico. Si aceptamos la trampa de evaluar a la gestión Cambiemos de acuerdo al estado del país en el segundo semestre de 2016 (luego de meses de despidos masivos, desmantelamiento de áreas completas del Estado, de dar rienda suelta a las tarifas en los servicios públicos y desatar corridas cambiarias e inflacionarias), los resultados del gobierno son malos. Si los evaluamos de acuerdo al estado del país en el año electoral (2017), sus resultados son aún peores.

La segunda cuestión es que una verdad que sólo puede leerse como titular pero no interpretarse y dimensionarse, es una verdad a medias. La presentación lacrimógena de la principal responsable de la gestión de la cuestión social en el país (la ministra Carolina Stanley) no contribuye en lo más mínimo a socializar las herramientas para que los lectores de a pie podamos siquiera hacernos una idea, una imagen del estado de la situación social actual. Toca entender cómo para saber qué.

Las ministras Carolina Stanley y Patricia Bullrich.

La semana que pasó fue una semana de pobrezas. El día lunes la que ganó de mano en los tiempos mediáticos fue la Universidad Católica Argentina (UCA), que se ha convertido en la guardiana de la verdad en cuanto a las cifras de pobreza en el país, a pesar de que sus bases de datos (a diferencia de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC) no son públicas (debemos conformarnos con sus informes). La diferencia entre estas estadísticas y las de INDEC residen en lo que se denomina “multidimensionalidad”.

Veamos: INDEC utiliza una medición de pobreza por ingresos. Estipula una “Canasta” de consumos básicos, mínimos, y califica como pobre a las personas que con sus ingresos no llegan a cubrir esos consumos. Si dentro de esos consumos las personas no alcanzan a cubrir con sus ingresos (de todo tipo, laborales, ayudas sociales, rentas, ganancias, etc.) ni siquiera la canasta alimentaria, INDEC los califica como indigentes. La línea de pobreza es eso: un umbral estipulado, calculado, teórico, discutible.

La UCA, basada en su Encuesta de la Deuda Social, adopta lo que llaman un enfoque de derechos o multidimensional. No sólo mide la pobreza con ingresos (también lo hacen), sino también a partir de una serie de privaciones que afecta el bienestar y el acceso a derechos de las personas. Para ello, el instrumento releva privaciones en los ámbitos de alimentación y salud, servicios básicos, vivienda digna, medio ambiente, accesos educativos y empleo y seguridad social. En esta clave, por ejemplo, la UCA considera dentro de la pobreza estructural multidimensional a un hogar (y sus integrantes) que tiene, además de ingresos insuficientes para cubrir la canasta básica, privaciones en al menos tres de esas áreas. Por otra parte, esta metodología permite captar aquellos casos en los que, aun cuando se poseen los ingresos estipulados para alcanzar la canasta básica calculada por el INDEC, las familias han pasado hambre (recordemos que tanto los productos como los precios de estos productos son en muchos sentidos calculados y no “reales).

La pobreza fue medida por el INDEC, la UCA y UNICEF.

Un problema que por momentos parece omitir este abordaje es que, si bien existe cierta cobertura estatal de algunas necesidades, la monetarización del acceso a distintos tipos de bienes y servicios en nuestra sociedad es casi absoluta. En criollo: prácticamente todas nuestras necesidades las resolvemos con dinero, comprando o pagando, y cuando no tenemos dinero, es por demás difícil lograr soluciones alternativas.

Por otra parte, pocos están señalando que, más allá de relevar e incluir en su cálculo dimensiones muchas veces dejadas de lado (como la vulnerabilidad alimenticia y la exclusión de derechos laborales), el esquema es en muchos sentidos una complejización de la clásica medición de la pobreza por Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI). Una medición efectivamente multidimensional (con metodologías específicas para el procesamiento de datos) mostraría que, en lugar de sumar una dimensión sobre la otra, lo que termina sucediendo es que las privaciones están asociadas: no tener trabajo, comer mal y tener mala salud contribuye en gran medida a quedar por fuera del sistema educativo.

Habiendo dicho esto –y agregando que siempre todo dato discutible, pero disponible, es preferible a la falta de datos- ordenamos la información de tal modo que podamos mesurar la gravedad de nuestra situación. Según datos del INDEC la pobreza en el país llega a 32% de la población (6% más que el mismo semestre de 2017, es decir un crecimiento del 25% en la proporción de pobres). Más de 14 millones de personas y del mundo rural ni siquiera empezamos a hablar (directamente lo desconocemos). Córdoba, como viene sucediendo hace varios años, se encuentra un poco por encima de la media nacional (36,5%), muy lejos de los mejores desempeños (como CABA, con un 12,6%), pero aún a salvo de la situación más crítica de provincias como Corrientes, en donde 1 de cada 2 personas es pobre. Sólo esto sirve para ilustrar que la situación promedio condensa una fuerte variación, con regiones con 1 pobre cada 10 habitantes, regiones con 3 pobres cada 10 habitantes y regiones con 5 pobres cada 10 habitantes. El Dios de la ayuda social atiende en Buenos Aires.

El Dios de la deuda social, también. El Observatorio de la UCA –con sede en Puerto Madero- señala que la pobreza por carencias alcanza a un 40% de la población, y la pobreza multidimensional a un 31%. Pero, en los detalles, el paisaje es aun más preocupante: al menos 1 de cada 6 personas en el país presentan una de estas privaciones de derechos. Entre 2015 y 2018 los ítems que más aumentaron su incidencia fueron empleo y seguridad social y alimentación y salud: menos trabajo es más hambre y enfermedad. Menos es más, tal como rezan los paladines del ahorro al borde de la inanición.

En términos aún más concretos, las múltiples privaciones relevadas por el informe de la UCA nos permiten observar esto: 1 de cada 10 argentinos tiene hambre, severa y recurrente. 2 de cada 10 viven rodeados de contaminación industrial y basura, de la que muchos de ellos viven, en la que trabajan, en la que encuentran los juguetes para sus hijos y la que algunos, incluso, comen. Pero no se ilusionen: con eso no se mata el hambre. Solo se mata a los hambrientos.

Casi la mitad de los niños, niñas y adolescentes del país se encuentran en situación de pobreza.

Según INDEC, la Canasta Básica Alimentaria por adulto equivalente incluye un kilo y medio de azúcares al mes. Pero como señala UNICEF en una investigación de corte cualitativo que presentó la pasada semana, esto es lo que consumen las madres pobres en las grandes ciudades del país en solo dos días, entre otras razones porque es lo único que comen durante jornadas enteras: es una manera relativamente barata de mantenerse en pie tomando mate dulce con iguales proporciones de yerba y azúcar.

La misma investigación permite deducir que el piso de seis kilos de carne mensuales de la Canasta del INDEC ´se han vuelto una utopía a la que muchas de estas familias pobres se acercan solo si se considera el consumo de menudos de pollo, que hasta 2017 conseguían de manera gratuita en redes de intercambio vecinales y que utilizaban como alimento para sus perros. Desde octubre de ese año compran dificultosamente los menudos a $20 el kilo para poner un plato de comida sobre la mesa. La perra vida.

Algo que parecía una consigna militante parece ser cada vez más una realidad en los datos: volvió el hambre, virulenta como no la sentíamos desde principios de este siglo. Se acabaron las penosas épocas de discusión por cuántos dólares nos permiten comprar y si pagamos demasiado impuesto a las Ganancias. El hambre, otra vez. Lo dicen las estadísticas multidimensionales. Lo dice la brecha de pobreza del INDEC: en promedio a los hogares pobres les falta casi 10 mil pesos para salir de su condición ¿Cuántos kilos faltan en sus estómagos si contamos en carne, en verduras, en fruta? Lo dice el informe de UNICEF. Lo dicen los referentes de comedores escolares y comunitarios, que cuentan que los niños llegan cada vez más temprano y más hambrientos. La cena desapareció de esos hogares.

Y con el hambre no sufre solamente el estómago. El informe de UNICEF es sobretodo revelador en cuanto a los impactos psicosociales y emocionales de la situación crítica del país. Para una madre, gestionar día a día el desayuno, el almuerzo y la merienda sin dinero se vuelve obsesión: se vuelve lista de vecinos a los que ya se les pidió donación, se vuelve lista de puertas que ya fueron tocadas, se vuelve angustia que no deja descansar ni la cabeza ni el cuerpo. El hambre enferma, en todo sentido.

Si existe alguna explicación para que diciembre de 2018 no se haya convertido en una hoguera de saqueos es porque Cambiemos no es igualmente austero en todas las áreas del Estado. El fortalecimiento –moral y presupuestario- de las fuerzas de seguridad pública y su involucramiento cada vez más protagónico en la gestión de los conflictos sociales seguramente disuade de la otrora común asistencia organizada a los hipermercados sin dinero para la compra. Y es que la mano del Mercado, aunque invisible, es derecha, y Cambiemos ha sido particularmente dedicado al momento de fortalecer sus bíceps y sus tríceps. Mientras tanto, el estómago olvidado. Y la panza de un tercio de la sociedad hace ruido.

INDEC.

UCA.

UNICEF.

* Gonzalo Assusa es periodista.

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