Cuenta en el artículo que firma Daniel Pardo, que “cuando era niña, los únicos lugares donde Kai Pacha se sentía tranquila eran el patio de su casa y su cuarto, donde tenía dos huecos en la pared por donde observaba el mundo”.
Dice la nota “‘podía hablar, pero no podía comunicarme con los demás’. Kai, que hoy, a sus 48 años, es la dueña de una exuberante reserva natural en Villa Rumipal, Córdoba, Argentina, sufría un leve autismo y sus únicos interlocutores eran los animales: les contaba sus miedos, sus sueños, sus complejos”.
La nota sigue diciendo:
Pero un día Kai se dio cuenta que los animales necesitaban su ayuda, porque “los atacamos, les dañamos su entorno”. Entonces, para retribuir el apoyo que le dieron durante su niñez, superó el autismo y aprendió a comunicarse con sus semejantes.
“Los animales fueron mis salvadores durante años y ahora yo los tengo que salvar a ellos“, me dice en la sala de su casa, una amena morada hecha de barro donde han vivido gatos, perros, pumas y monos.
La reserva Pumakawa, en las sierras de una de las provincias más ricas del país, no busca simular la experiencia de ir al zoológico. “No nos interesa la exhibición en una vidriera, sino la recuperación del monte y del animal“, dice.
Gobiernos locales, veterinarios y residentes de la zona le traen a Kai, graduada en trabajo social y con media carrera de derecho, los animales silvestres que encuentran heridos, huérfanos o atropellados en la carretera.
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