Hace 43 años exactamente, en Cagnes Sur Mer, Francia, se disputó el primer Campeonato Mundial Cadete. En la pintoresca ciudad de la Riviera francesa, conocida por sus bosques y sus cuatro kilómetros de playas, en el departamento de Alpes Marítimos, hasta allá viajó un adolescente cordobés llamado Guillermo Soppe.
Corría el año 1977. Soppe se había ganado el derecho de representar al país en el mundial cadete por haber sido campeón argentino de la categoría. El torneo se disputó en el famoso hipódromo de la ciudad, entre el 8 y el 19 de septiembre, precisamente el día en que Guillermo festejó sus 17 años.
Al torneo lo ganó un islandés, Jon Loftur Arnason de 16 años, quien se convirtió en el primer campeón del mundo de Islandia, no sólo de ajedrez, sino de toda la historia de ese país hasta ese entonces.
Pero el foco de atención estaba en otro lado. A Cagnes Sur Mer había acudido la nueva promesa del ajedrez mundial: un joven azerbaijano de 14 años nacido en Bakú de nombre Garri Kasparov, a quien ya consideraban el futuro sucesor del campeón mundial Anatoli Karpov, profecía que se cumpliría ocho años más tarde.
Mientras Kasparov había acudido con Anatoly Bykhovsky, entrenador estatal del Comité Soviético de Deportes, Soppe viajó a la localidad del sureste francés acompañado por Héctor Luis “El Avión” González, periodista, crítico de arte, ajedrecista y uno de los máximos dirigentes que ha dado el juego ciencia vernáculo.
Si bien Kasparov era uno de los jugadores más jóvenes del mundial (casi todos tenían 16 años), junto con un niño de 12 años llamado Nigel Short, el azerbaijano era candidato al primer puesto. De hecho, batió a Arnason, el ganador del torneo, pero al final quedó en el tercer puesto. Estaba claro que el diamante en bruto necesitaba ser más pulido.
A diferencia de Kasparov, la preparación de Soppe no podía compararse con la del “Águila de Bakú”, forjado al fuego de los mejores entrenadores soviéticos, entre ellos el excampeón mundial Mijail Botvinik. Guillermo sólo tenía la inestimable asistencia del profesor Juan Carlos de las Heras y la imprescindible motivación del “Avión” González.
Aun así, el representante argentino se las ingenió para ubicarse en la mitad de la tabla del torneo (exactamente salió 15° entre 30 participantes) y hasta se dio el gusto de empatar con el campeón Arnason. “Podría haber subido algunos escalones en la clasificación si no hubiese dejado escapar algunas posiciones favorables”, recuerda Soppe. “En la última ronda estaba totalmente ganado con el danés Andersen, tenía un peón de más, pero fue tablas”, se lamenta.
FÚTBOL, MONTECARLO Y TOPLESS
No todo es ajedrez en una competencia internacional, sobre todo cuando se trata de jóvenes maestros. Los organizadores intentan generar un clima de camaradería con actividades grupales para distender el ambiente.
“Las partidas se jugaban a la tarde-noche de manera que a la mañana (si no teníamos partidas suspendidas) las dedicábamos a jugar al fútbol y al ¡metegol! En los picados se prendían los jugadores y los entrenadores. Ahí “El Avión” se lucía haciendo jueguitos con la pelota. A Kasparov le encantaba jugar al fútbol”, asegura el maestro internacional cordobés. Y es para creerle porque en cierta ocasión, muchos años después, en una entrevista le preguntaron al genio de Bakú cuál era su opinión sobre Karpov: “Es como si yo le preguntase a un argentino que opina de Codesal”, contestó, haciendo referencia al árbitro mexicano que cobró el inexistente penal en la final de Italia 90 contra Alemania.
La primera incursión internacional, le permitió a Soppe hacerse de buenos amigos con los que luego se reencontraría en las olimpíadas de ajedrez. Tal es el caso del islandés Arnason y el inglés Short. “Las veces que me lo he cruzado a Short siempre se acuerda del torneo de Cagnes Sur Mer”, apunta el maestro cordobés.
Las mañanas que no había partidas suspendidas, el binomio Soppe-González las aprovechaban para pasear. “Estaba terminando el verano europeo y el clima era muy agradable. ’El Avión’ tenía un amigo, Oscar ‘Cacho’ Cermezzoni, que nos iba a buscar todas las mañanas en un Mercedes Benz y nos llevaba a conocer lugares. Era un porteño radicado en Cannes y fanático de los deportistas argentinos. Era amigo de Guillermo Vilas. Con ‘Cacho’ conocimos Montecarlo, que estaba muy cerca de Cagnes Sur Mer. También recorríamos las playas y para nosotros era muy curioso porque todas las mujeres hacían topless”, recuerda Soppe.
De aquella gesta, el museo del Estadio Mario Alberto Kempes conserva el afiche del torneo con la imagen del castillo Grimaldi y la firma de todos los jugadores, incluido el gran Kasparov. Vaya entonces un sentido homenaje para aquél adolescente desgarbado que luego se convirtió en maestro internacional y que en pocos días más celebrará sus 60 años.
(*) Juan Carlos Carranza es periodista especializado en ajedrez.
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