En “La intimidad de las islas”, el periodista y escritor Gustavo Ng retoma y potencia algunos de los temas que transitó en su libro anterior “Mariposa de otoño”: la paternidad, la búsqueda del origen, la identidad y la propia vida convertida en literatura, pero elige hacerlo en una sucesión de paisajes de islas que no solo constituyen el escenario donde se desarrolla la historia, sino que además son metáforas del aislamiento que atraviesan los personajes.
La novela que editó El Bien del Sauce transita varios tiempos y varios espacios: la adolescencia del narrador en San Nicolás, una visita a su hijo en Escocia, un viaje en busca de los orígenes de su padre en China y el presente de la escritura en una isla del Delta del Tigre. En ese triángulo se estructura la búsqueda de identidad del protagonista, quien busca asumir su condición de hijo y a la vez de padre de hijos mayores, que ya no necesitan sus cuidados.
“Quizás, nada es porque sí en el mundo de un hombre que ha llegado solo a los 60 años. Todo acaba siendo producto de una decisión fundamentada. A esta edad todo es ritual”, reflexiona el narrador, mientras hilvana sus recuerdos.
Sobre la búsqueda del origen y la necesidad de encontrar una conexión entre padres e hijos conversó el autor con Télam. A continuación los principales tramos de la entrevista:
El narrador es un personaje que nació en San Nicolás, pero tiene un padre de origen chino y viaja en busca de esa historia. Hay una preocupación por la identidad…
Sí. Me fascina la construcción que hacemos las personas cuando buscamos la identidad en el origen, cuando buscamos quiénes somos mirando a las personas, a los lugares de donde vienen nuestros ancestros. Me parece una aventura que genera mucho sentido. Es claro que el pasado es una construcción. El pasado existe pero no existe si uno no lo recuerda y cada vez que uno lo recuerda lo reconstruye.
“El pasado existe pero no existe si uno no lo recuerda y cada vez que uno lo recuerda lo reconstruye”.
En tu caso ese pasado es el resultado de una búsqueda que también se documenta en el texto…
Sí. Y tuvo dos características: la primera es que mi origen es exótico. Está relacionado con Oriente. Y la otra, es que mi padre no me contó nada y eso me intrigó aún más. Él no me legó ese origen, así que ese es un fuego que yo tuve que robarle a mi papá.
Está también la trasmisión de ese legado en el tema de la paternidad que es muy fuerte en el libro. Diría que es el tema fundamental…
Para mí es muy importante darle ese legado a mis hijos. Yo trabajo esta cuestión de ser papá. De algún modo yo ahí tengo que sacarle a mi papá para dárselo a mis hijos.
Lo describís como un ciclo…
Claro. Esto me termina de cerrar cuando voy a ver a mi segundo hijo a Escocia y me doy cuenta de que no lo tengo que criar más. Yo estaba preocupado porque estuviera bien y me dejó completamente desorientado. Fue una crueldad innecesaria porque yo lo seguía viendo como el chico que llevé a la montaña en la mochila.
El tema del origen también pone en cuestión a la lengua, porque el protagonista habla chino, pero también español. Viaja a Edimburgo y mantiene diálogos en inglés y también está el personaje del cura que es casi un padre para él y es su maestro de inglés.
Creo que la cuestión es la búsqueda de entenderse con el padre. Porque se trata de dos personas y dos mundos distintos. Sucede con el padre pero también con el cura y cada vez que uno se encuentra con alguien de otra cultura. Esos momentos reflejan las dificultades que uno tiene para entenderse. Esa búsqueda de una lengua común. Hay un aislamiento enorme. Son dos islas cargadas de amor por el otro, y que quizás no son capaces de comunicarse, de decir lo que sienten.
“Creo que la cuestión es la búsqueda de entenderse con el padre. Porque se trata de dos personas y dos mundos distintos”.
Ahí surge el contacto entre distintas culturas y entre distintas generaciones que hace posible la música.
En la música encontramos un punto de conexión. Es una base que rompe el aislamiento. Está la conexión de padre e hijo con las canciones de Luca Prodan. Ese mismo contacto con extranjeros a través de sus letras. El punto de contacto con el cura irlandés por los Beatles.
Cada fragmento del texto está acompañado por ilustraciones de Juan Aiello. ¿Cómo fue el proceso de complementación de la imagen y las palabras?
Con Juan éramos amigos en San Nicolás. Dejamos de vernos muchos años y cuando lo hicimos teníamos una convergencia total. Cuando le pasé mis textos para leer me los devolvió ilustrados con esos dibujos increíbles, que expresaban mejor que yo lo que quería decir. Entonces el otro que interviene es Camilo Sánchez, el editor de El Bien del Sauce, que fue quien tomó la decisión de hacer el libro con mis textos y los dibujos de Juan. El libro es de Camilo, solo los textos son míos. De ahí la importancia de la figura del editor en la literatura. Camilo incluso eligió los textos que componen el libro. Algunos tienen más de 25 años, son recuerdos. Juntos leímos más de seis veces el conjunto de textos y me hizo reescribir varios para potenciar determinado aspecto. El texto es mío, pero la novela es de Camilo. Yo no creo en el fetichismo del autor. A mi entender, el libro es una empresa cooperativa, pero hay mucha vanidad en el ámbito editorial.
Contás cosas que se relacionan con tu biografía, ¿Decidiste transitar el terreno de la autoficción?
No hago una gran diferencia entre ficción y no ficción. Se me perdió la diferencia. La conservo en mi trabajo de periodista, pero cuando escribo es sobre lo que me pasó. Pienso que estas cosas que me pasaron y si no las escribo, esas cosas quedan flotando y se pierden. Quedan como en un sueño, en una especie de irrealidad. Si no escribo las cosas que me pasan es como si no hubiesen pasado.
Yo escribo para tomar conciencia plena de las cosas. Pero cuando lo hago, tengo la libertad de contar. No siento la obligación de atenerme a los hechos de una manera periodística o judicial. Narro las cosas como me surgen, como si siguiera al conejo de Alicia en el País de las Maravillas. Lo que me sucede es que cuando leo lo que he escrito siento que ahí está la verdad, el registro de lo que sucedió.
“Si no escribo las cosas que me pasan es como si no hubiesen pasado”.
En la construcción del pasado y del presente hay una presencia muy fuerte del paisaje. La infancia en San Nicolás, el presente en el Delta del Tigre y el viaje a Edimburgo.
Un poco las historias transcurren a través de islas. Las islas frente a San Nicolás, las del Delta del Paraná y la historia termina en una de las islas de Escocia. Creo que las islas me producen una sensación muy grande de intimidad. Son un lugar apto para esa búsqueda de acercamiento con el padre, con otro y con uno mismo. De hecho en una isla transcurre la historia de Juancito, a quien dejan solo y termina encontrando la amistad de un perro.
Hay un tema ineludible por la visita a Escocia y por tu edad que es el de la Guerra de Malvinas, que aparece en el diálogo con los escoceses. Esperás que te odien por el antecedente de la guerra y no lo hacen…
Claro. Yo pude haber muerto en las islas, pero me salvé porque pedí prórroga del servicio militar porque estaba terminando la secundaria en Estados Unidos. Eso me salvó de ir a la guerra. Y la anécdota que cuento es real, los escoceses durante mi viaje se diferenciaron de Inglaterra y tenían claro que no peleamos contra ellos. En el libro también el cura irlandés está enojado contra los ingleses.
Por Eva Marabotto / Télam.
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