Estoy transitando el sexto día de la cuarentena obligatoria por el coronavirus después de haber regresado de un viaje desde una de las zonas de riesgo y el aprendizaje para sortear esta situación, es el elemento movilizador de cada hora encerrado. El primer día de aislamiento fue destinado a ver cómo ordenaríamos nuestra casa para los 14 días que tendríamos por delante. En ese momento aparecieron ellos, mi hija Alfonsina, su novio Facundo y nuestro amigo César, para conseguirnos los víveres con los que afrontaríamos el largo encierro. En estos días adentro de casa, me he propuesto activar todos los mecanismos a mano para que el aislamiento social, al que adhiero ciento por ciento, sea más llevadero. No voy hablar de romanticismo del encierro, porque, al menos para mí, ningún encierro lo tiene.
VER Una complicada vuelta a casa.
En esos primeros días, la comunicación con nuestros hijos que están en el exterior también sufriendo el embate de esta pandemia, fue otro de los aspectos que potenciamos para fortalecer el ánimo de una familia que, separada, pasa por la misma situación en distintas partes del mundo.
Lo primero que hice, fue buscar información de profesionales de la salud, física y mental, para ir armando mi nueva rutina diaria: “No duermas a cualquier hora”; “Respetá los horarios de alimentación”; “Cuidá tu espacio más cercano, que siempre esté limpio”; “Usá ropa cómoda, pero no circules todo el día en pijamas”; “Hablá con tus amigos, llamá aún a aquellos con los que no tienes contactos diario”; “Si el espacio te lo permite, no dejes de hacer alguna actividad física”; “No estés pendiente todo el día del teléfono para recibir noticias del virus. Lo mejor es ponerte horarios, como antes, cuando solo te informabas cuando veías los noticieros del medio día y el de la noche o escuchando la radio”.
Bueno, con esta suerte de decálogo armado en base a testimonios de diversos profesionales y entidades dedicados a cuidar nuestra salud -y que comencé a poner en práctica al tercer día del encierro-, hoy puedo dar fe que mis jornadas no se me hacen tan largas ni vacías.
También incorporé horarios de “trabajo”, por así decirlo, para saber que tengo una actividad determinada y que me mantendrá ocupado. Mi jornada laboral se divide en tres horas a la mañana y tres a la tarde, de 10 a 13 me dedico a escribir, poner al día mis archivos, hablar con mis fuentes para elaborar mis notas y hacer “sociales” con amigos y colegas que pasan por situaciones similares. También, mantengo contacto con algunos amigos y conocidos que han quedados varados en el exterior para ponerlos al día de las novedades. A las 13, puntual, corto para el café virtual con algunos de mis amigos. Una tele-llamada me permite verles las caras y durante cerca de media ahora nos ponemos al día hablando de lo mismo que hablábamos cuando nos juntábamos en el café de Deán Funes y la Cañada.
Sigue el almuerzo del que normalmente se encarga mi mujer, un pequeño corte tipo siesta y entre las 15 y las 18, es el turno de arreglar, limpiar y acomodar el hogar y sus alrededores. Confieso que es una tarea que pone a prueba mis escasos conocimientos sobre la mecánica de las herramientas hogareñas, pero debo contarles que ya me anoté una victoria: puse en marcha una bordeadora reemplazando un perno original por uno fabricado por mis propias manos. Pequeñas alegrías de la vida en cautiverio.
A las 18, puntual como el “Five tea o’clock” llega el momento del mate con mi compañera. Hora de repasar novedades, compartir unos bizcochitos nunca tan bienvenidos como ahora y comenzar a pensar en la cena.
El final de la mateada anticipa el comienzo de una de las partes más atractivas del día: el momento de mover el cuerpo para que no se oxide. Mientras Los Palmeras y su Soy Sabalero cortan el silencio atroz de la cuadra y el barrio, comienzo a desandar (al trote y caminando) las 100 vueltas a un circuito de 25 metros trazado entre la galería y el patio de casa. Puedo decirles que esa hora dedicada a la actividad física también es un bálsamo para nuestros pensamientos y para que nuestro cuerpo suelte las innecesarias toxinas. Les cuento: parece que esta actividad cayó bien entre mis vecinos, ya que desde hace un par de días se los escucha mover sus cuerpos al ritmo que un entrenador les imparte desde un parlante inalámbrico.
Alrededor de las 20 es el tiempo de cerrar la computadora, tomar un baño reparador y prepararse para la cena. Históricamente, este momento del día era el más esperado en la familia porque era el único que compartíamos los cuatro y ese es el espíritu que pretendemos mantener los dos que nos quedamos en casa. Tratamos que la cena sea un momento especial, en la medida que podemos preparamos algo rico y si bien la oferta está restringida, le acercamos un postre y algo de vino. Es, también, el momento para los últimos contactos con nuestros hijos antes de cumplir el último ritual del día. Sentarnos a ver la tele. Una serie, una película o un documental, en ese orden, son nuestros preferidos para cerrar la jornada. Termina un día de cuarentena, ya falta menos, no es poco.
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