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España: sentir las calles otra vez después de 48 días de confinamiento

Después de 48 días de confinamiento, los españoles salieron a la calle nuevamente. (Foto: Gentileza Diario Sur).

Ayer fue un día que jamás se va a borrar de mi pésima memoria. En España, uno de los epicentros del virus que detendría inesperadamente al mundo, “se abrieron las tranqueras”, dejando a las personas salir después de 48 días de confinamiento. Cuarenta y ocho días de encierro, de incertidumbres, de desesperanza. De malestares, despidos, soledades, preocupaciones, ansiedades. También de estar cerca, de volver a armar el nido, de cuidarnos, de darnos tiempo.

Tiempos en los que parece que empezamos a entender el valor insustituible de los cuidados. En los que nos acercamos a lo necesario, a lo cotidiano, a lo que no se compra. Ayer (sábado 2 de mayo de 2020) los parques no abrieron, y aunque esperábamos disfrutar de las flores que ya grita la primavera y perfuman los barrios, forzó el escenario de la gente exclusivamente en las calles. Y eso fue hermoso.

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Gente cantando, animadas charlas de balcón a calle, de balcón a balcón, música, risas. Otra vez las parejas de la mano, los abrazos, compartir. Tanta gente corriendo, en skate, en rollers. Escasos y lentos autos lo que alentaba a tomar “la rua” y aprovechar.

Se han elaborado múltiples teorías y predicciones sobre los que dejará esta pandemia. Muchas de ellas señalan que el miedo va a calar fuerte en la sociedad, que el distanciamiento se instalará como modo de vida.

Ayer lo sentí muy diferente. A pesar de las monstruosas fuerzas que operan y la obscena cantidad de dinero que se destina a que tengamos miedo, a que nos sintamos en constante insatisfacción e infelices y pensemos en comprar. A pesar de insistir a través de medios brutales como la represión policial, o invisibles como el sentido común por goteo generado por los medios de incomunicación en debilitar todo vínculo social, toda fuerza, toda solidaridad. Ayer nos sentí como un gran y único organismo que decide vivir. Las carcajadas, los encuentros, la gente bailando.

La pulsión de estar juntxs presiento ha ganado esta primera pequeña batalla que de nada servirá sino cambiamos nuestros modos de vida. Es urgente que le quitemos ese poder indiscutido al capital y lo traslademos a todo aquello que entendimos –sobre todo ahora, es necesario. Debemos proteger la tierra, el agua, entenderlo como la máxima prioridad, repetirlo como un mantra. Precisamos construir (y discutir, pensar y sentir) otra normalidad basada en vínculos de no competencia, sin jerarquías, sin violencias, sin machismo.

Esperemos estas medidas traigan buenos resultados y puedan poco a poco multiplicarse los abrazos, la fuerza y la magia de estar vivxs.

* Florencia Difilippo es una abogada cordobesa que está realizando una maestría en derecho con perspectiva de género en la Universidad Complutense, en Madrid, España.

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