“Venezolano hijo de puta, anda infectando todo”, se escucha en uno de los audios de un grupo de vecinos de Poeta Lugones. “Busquemos un aerosol y le pintemos todo el frente”, dice otro. “¡Sí, qué ganas de ir a buscarlo y hacerlo re cagar! Tiene un patrullero en la puerta”, agrega un tercero, envalentonado.
El venezolano es José Luis Flores. Hace dos años y medio se instaló en el barrio con Romina y sus dos hijos (todos argentinos). Desde el jueves es víctima de amenazas, hostigamientos y discriminación por parte de sus vecinos, quienes creen que tiene coronavirus. Pero es falso. Como si se tratara de una “casa de brujas”, la violencia hacia la familia comenzó cuando lo vieron subir a una ambulancia, hace unos días, y fue creciendo hasta que comenzaron a recibir llamadas anónimas y agresivas al teléfono de la casa.
“Nuestra dirección y nuestro teléfono comenzaron a circular por grupos de Whatsapp del barrio. Incluso llegaron hasta los grupos de la escuela de los chicos”, dice José Luis. Asegura que, como dijo el presidente Alberto Fernández, él también tiene que “luchar contra un enemigo invisible: el prejuicio y la discriminación”.
El miedo se extendió a toda la familia y a los allegados. Winder, el hermano de José, trabaja en una conocida casa de comidas de la zona, cuyo dueño, también fue agredido. “No le compren más, se lo vamos a hacer bosta al local”, se escucha en uno de los audios.
El caso expone de qué madera también estamos hechos. La línea entre ser solidarios, cuidarnos y la que nos hace señalar con el dedo, el que saca de nosotros el gen “botón” y violento que llevamos, se torna difusa en tiempos críticos. “Jamás imaginamos que, por estar enfermo, de lo que sea, iba a terminar pasando por lo que pasamos. Estamos marcados, amenazados y para nada acompañados, ni siquiera nos animamos a salir a comprar alimento”, dice.
LA CONFUSIÓN
José tiene 37 años y es técnico en telecomunicaciones. La empresa para la que trabaja lo envió a Uruguay a principios de mes, de donde regresó el 12 de marzo. “Tuve que dejar el auto en Uruguay por problemas de aduana. Yo vengo de un país donde los autos que quedan en la aduana desaparecen. Eso me puso muy mal”, cuenta. José tiene una úlcera y la situación, explica, hizo que a las semanas comenzara a sentirse mal. “El miércoles vomité sangre, tenía fiebre y tos seca. Llamé a emergencias y expliqué que había estado en Uruguay”.
Aunque su sintomatología se correspondía con la úlcera, en el Rawson le realizaron el hisopado, por protocolo. El jueves regresó a su casa para hacer reposo. Por la tarde, comenzó a recibir los primeros mensajes. “En los grupos de Whatsapp del barrio donde vivo, uno donde está la policía, y el otro donde sólo están los vecinos, comenzaron a decir que había una persona que estaba contagiada de coronavirus, dieron los datos completos de mi domicilio, indicaron que, si yo no respetaba la cuarentena, que por favor fuera denunciado”, cuenta.
Por la noche, la familia fue a la comisaría, pero no le tomaron la exposición. Llamaron al 101 para explicar la situación. La Policía les puso un móvil en la puerta. “Lo veo desde mi casa, al móvil. El hijo de puta tiene custodia”, dice uno de los vecinos. Mientras tanto, el resultado del hisopado llegó el sábado: dio negativo.
José jura que desde que se decretó la cuarentena, el 19 de marzo, no salió de su casa. Asegura que muchos se la agarraron con el hermano. “Quiero que sepan que no tengo la enfermedad para que nos dejen en paz”.
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