La imagen de Mauricio Macri junto a Christine Lagarde, la titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), en la cena donde recibió el Premio al Ciudadano Global 2018, es impactante. Evidencia un “romance” político que puede concluir en horas en un nuevo acuerdo con el Fondo. Nunca antes, en la historia Argentina, un presidente había viajado a Estados Unidos para aceptar “en vivo” las condiciones del organismo financiero que cuida los intereses del capitalismo financiero global. El único que estuvo tan cerca de ello fue Carlos Menem en los ’90, pero los acuerdos y los cambios de gabinete nunca se hicieron desde Washington o Nueva York como en esta oportunidad.
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Sobre todo impacta porque la renuncia del titular del BCRA, Luis Caputo, fue un sacrificio aceptado por Macri para que en su lugar se instale un economista como Guido Sandleris, afín a las recetas del FMI y que sintoniza perfectamente con el director del Departamento del Hemisferio Occidental, el cordobés-mexicano, Alejandro Werner, y Roberto Cardarelli, jefe de la misión del Fondo para Argentina. Caputo es amigo del presidente y Marcos Peña dijo que era una especie de Lionel Messi del mundo financiero. Por cierto, esos pergaminos valieron un cospel, porque fue eyectado de una patada en medio de las desesperadas negociaciones para lograr más asistencia financiera a través de un nuevo acuerdo.
Por cierto, el “trader” argentino debe haber sido el único funcionario en el mundo que “le sopló” 15 mil millones de dólares al FMI en la timba para contener el dólar durante los tres meses que estuvo en el cargo, un objetivo que finalmente no pudo alcanzar. Las enemistades con el staff del organismo, por cierto, tenían algunas razones objetivas. Sin embargo, el país entregó su administración al Fondo sin mediaciones y abrió la puerta para una potencial devaluación, aún más salvaje que la vivida hasta ahora. ¿Por qué? Porque el FMI no presta dinero sin el compromiso de “libre flotación” del tipo de cambio y la caída de todas las limitaciones a los movimientos de capitales financieros. Tiene un explicación doble: no autoriza usar sus dólares para establecer un tipo de cambio acorde al sistema productivo de cada país, sino para garantizar el pago de los créditos a los bancos; y para que el sistema financiero global pueda hacer sus negocios especulativos sin dificultades regulatorias. Adicionalmente, Argentina quedará expuesto a todas las tormentas financieras que se desaten en el mundo, porque la eliminación de regulaciones es como tener una casa sin puertas y ventanas. Es obvio, que cada vez que llueva va a entrar agua.
Por cierto, el “trader” argentino debe haber sido el único funcionario en el mundo que “le sopló” 15 mil millones de dólares al FMI en la timba para contener el dólar durante los tres meses que estuvo en el cargo, un objetivo que finalmente no pudo alcanzar.
Vale aclarar a esta altura, que Caputo no era “kirchnerista”, Keynesiano o algo parecido, sino que simplemente no era de “confianza” del Fondo por lo que hizo durante su gestión y porque no acordaba con la libre flotación de la divisa estadounidense. Por cierto, en estos meses, los dólares eran tirados a los Fondos de Inversión y las grandes compañías, que hicieron su “agosto” apostando contra el peso. También está claro que el amigo del presidente asumió con el dólar a 20 pesos y se va con la verde moneda del Norte a 40 pesos. Un verdadero Lobo, pero no de Wall Street, sino de la Pampa Argentina.
La otra imagen del día fue la del paro de la CGT, las CTA y el Frente Nacional para el Modelo Nacional (la oposición a la conducción de la CGT). La contundencia en las grandes ciudades fue notoria, lo mismo que las movilizaciones del lunes en Plaza de Mayo y las principales capitales. Un mensaje de un volumen político innegable, pero a tenor de las afirmaciones del presidente desde el otoño neoyorquino (“el paro general convocado por la CGT y las CTA no contribuye en nada, felicito a quienes fueron a trabajar contra viento y marea”) semejante demostración de descontento social no parece haberlo impactado.
De este modo, el gobierno nacional marcha a un choque frontal con el movimiento obrero y el populismo, nucleado fundamentalmente alrededor de la mayoría de las corrientes peronistas. La fuerza de las circunstancias también harán crecer y darán protagonismo a los distintos sectores de izquierda que encuentren un relato político frente a la crisis.
El gobierno nacional marcha a un choque frontal con el movimiento obrero y el populismo, nucleado fundamentalmente alrededor de la mayoría de las corrientes peronistas. La fuerza de las circunstancias también harán crecer y darán protagonismo a los distintos sectores de izquierda que encuentren un relato político frente a la crisis.
El mismo lunes, el ex intendente de Tigre y jefe del Frente Renovador, Sergio Massa, recibió a los dirigentes sindicales para decirles que no votará contra ellos cuando se trate el Presupuesto 2019 en el Congreso. Es una mala noticia para el enamorado de Lagarde, porque sin los diputados de este sector del peronismo es muy difícil que pueda lograr la sanción de este instrumento. Las cuentas son simples: Cambiemos tiene 108 legisladores propios y requiere el apoyo de 21 para llegar a 129. El ministro del Interior, Rogelio Frigerio, cuenta con que el bloque de los gobernadores peronistas, Argentina Federal, sumaría sus 33 diputados para sancionar el Presupuesto que lleva la firma del FMI, pero todavía es una incógnita lo que harán varios de sus representantes. Es un final abierto. El segundo componente de la batalla del Presupuesto, es que sin apoyo político real que le dé sustentabilidad, esto es sectores dispuestos a poner el hombro al ajuste, la inestabilidad política se acelerará.
La división casi en dos partes iguales de la CGT, le agrega un condimento a la disputa, porque la presencia de un sector crítico dispuesto a confrontar con el modelo económico, empujará a un sector dialoguista a no ceder ese espacio, lo que alimentará el conflicto social.
Como sucede en toda dinámica de confrontación, los que sufren pérdidas son los grupos menos afines al choque. Por eso, la gran pregunta después de este 24 y 25 de septiembre, es cuánto peronismo se parará en el bloque populista y cuánto en el bloque neoliberal que conduce el presidente. Hasta el momento, los gobernadores del PJ que le han dado el sí a Macri-Lagarde son el cordobés Juan Schiaretti; el entrerriano, Gustavo Bordet; el salteño, Juan Manuel Urtubey; el chaqueño, Domingo Peppo; el misionero, Hugo Passalacqua; y el sanjuanino, Sergio Uñac. La lista no está cerrada.
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