Muchos cuidaban más la entrada al recital de Phil Collins que el celular. Sabían que tenían entre sus manos un registro que sería una prueba eterna, la de haber estado en la noche que el músico británico cantó en Córdoba.
No estoy muerto todavía se llama la gira que lo trajo por primera vez a la ciudad, y dejó claro que no lo está y que cuando le toque la hora, seguro seguirá encendido por varias generaciones. El lunes, hasta tres estaban presentes: hijos, padres y abuelos, los primeros tan fanáticos como los últimos. “Empecé a escucharlo por mi viejo cuando vivíamos en Tierra del Fuego, él trabajaba en Ushuaia y vivíamos en Río Grande, entonces en los viajes siempre ponía Phil Collins. Además, si te ponés a ver, hace la música de casi todas las bandas de sonido de las películas de Disney de mi época”, cuenta Santiago Del Val, que tenía apenas un año cuando el ex Génesis pisó por última vez Argentina, en el show del ´93, en la cancha de River. Para los argentinos, las esperanzas de verlo en vivo estaban prácticamente truncas, porque el baterista había anunciado en 2011 su retiro por problemas de salud. La palabra “emoción” se repetiría una y otra vez para describir lo que habían vivido.
Faltaban más de tres horas para que comenzara el show, pero los fans ya habían tomado los alrededores de la cancha de Instituto a la espera de poder entrar. Algunos caminaban tranquilos por las veredas, otros ganaban tiempo por la calle y también estaban los desorientados, todos buscaban la puerta que los llevara a encontrarse con la leyenda.
Cuando fue el turno de Enrico Barbizi, el telonero local, estaba completo un tercio del estadio Juan Domingo Perón, las tribunas empezaban a perder su rojo y blanco y en el campo ya estaban las vallas ocupadas, con personas sentadas en el piso guardando el lugar que los ponía más cerca del ídolo de toda la vida.
La noche trajo a The Pretenders al escenario, la banda liderada por Chrissie Hynde que comenzó a tocar a fines de los 70 y fue la elegida por Collins para acompañarlo en la gira latinoamericana. El grupo la rompió, sonaron esplendidos y su virtuosismo impresionó tanto a quienes los conocían como a quienes no. Hynde brilló y le puso rock a la fiesta.
Confesó que Córdoba le recordaba a Akron, su ciudad natal en el estado norteamericano de Ohio; dijo que a un lo reconocía de verlo en el hotel y le dedicó un tema, y en varias oportunidades invitó a todos a bailar. Mientras, el baterista Martin Chambers, que se lo vio caminando entre el público antes del show, lanzaba las vaquetas en el aire sin perder el tiempo de la canción. Los clásicos de los británicos, como Down the Wrong Way, I’m not in love y I’ll Stand By You, sonaban por primera vez en Argentina. “Es un hombre talentoso, amable, una gran persona y muy generoso, por eso esta es para Phil Collins” lanzó en un momento Hynde y le regaló Hymn to Her.
Ya el estadio se mostraba lleno entre grupos de amigos, parejas y familias enteras, y haciendo zoom parecía haber más varones que mujeres. Además, las peladas y los anteojos daban cuenta que la mayoría de los presentes andaba por los 50 años y más. Muchos parecían buscar la juventud de aquellos años, cuando Phil Collins sonaba con Génesis. Entonces, recordaban anécdotas y no faltaban las risas fuertes y adolescentes. No sólo había cordobeses, fanáticos de otras provincias llegaron hasta Alta Córdoba detrás del sueño de toda una vida. Por ejemplo, Marta Martínez (50) y Pedro Cañada (52), que viajaron desde Guaymallén (Mendoza) con su hija Maira. “Es un sueño cumplido estar acá, lo escuchamos desde el principio, es la música de nuestra juventud”, confesó ella. Sergio Gustín (52) y Mariela Stalkar (47) llegaron desde Chaco y en esta pareja el fanático es él. Elisa de Jerónimo es de Villa Dolores e invitó a su sobrina y su novio: “no quise que se perdieran la oportunidad de ver a un ícono de la música”, cuenta.
La pantalla gigante fue lo único que falló de una estructura técnica descomunal, que superaba en altura la tribuna con una batería de luces que tenía más de setenta tachos y torres de sonido enormes, con tanta potencia que llegaba hasta el parque Las Heras. En el lugar fue impecable, se escuchaba a la perfección y para los que estaban cerca, los bajos se sentían latir dentro del propio cuerpo. Además, hubo dos escenarios completamente distintos: uno para The Pretenders y otro para el show central. Un equipo de unos veinte hombres tardó apenas diez minutos en desmontar uno y armar el otro.
El público, a esa altura, estaba ansioso. Cuando apareció la primera imagen en la pantalla gigante, empezó con algunos gritos de euforia. Y cerca de las 21:30, la espera terminó.
El hombre que apareció por el costado izquierdo del escenario no tenía la energía en las piernas de aquel que circulaba en las fotos en blanco y negro, siempre haciendo alguna monería. Ahora camina con bastón, pero su picardía está intensa en la mirada y a lo largo de la hora y media que tocó, demostró que la música tiene un trato de por vida con este señor.
Desde el comienzo fue tan emotivo como explosivo. Sentado en una silla de cuero negra giratoria, cantó Against all odds y las 23 mil almas estallaron. Al micrófono lo tuvo siempre en la derecha y con la mano izquierda seguía las melodías. Continuó con Another day in Paradise y en el tercer tema, Missed Again se sumaron a los 10 músicos que lo acompañaban, cuatro hombres en una fila de vientos. Luego de hacer vibrar con Hang in long enough, dijo un muchas gracias y aprovechó para presentar a los músicos. Los aplausos se elevaron para el legendario Leland Sklar en el bajo y más aún cuando confesó estar orgulloso por su hijo Nicholas, de 16 años, en la batería, un joven flaco y muy parecido a él, que apenas se veía detrás de su instrumento. Con sus palabras hacía público el legado, y la tribuna lo aprobó. También celebró la amistad con Ronnie Carroll, en la guitarra, y de con Daryl Stuermer, en la guitarra eléctrica. “Me gustaría ser amiga de Phil Collins”, se escuchó en el campo a la par del relato de Collins.
Siguieron Throwing it all away, Follow you follow me y Who said I would, y la noche seguía vibrando. A Separate lives lo cantó con una de sus coristas, Bridget Bryan, y sus caras aparecían en blanco y negro sobre una pantalla de estrellas. En el cielo de Córdoba había algunas y muchos aprovecharon para besarse al ritmo de un lento. El cierre fue con Sussudio, armando una fiesta abajo y arriba del escenario. Los papelitos de colores por el aire colmaron la sensación de expectativa cumplida y las ganas de más. La lista sumó en total 16 temas, incluido el bis Take me home.
Collins es un tipo sencillo. Incluso, a diferencia de muchas otras estrellas, no pidió nada extravagante a la producción y disfrutó del concierto. Al final de cada canción se le dibujaba una sonrisa de satisfacción. En ningún momento tocó la botellita azul de agua que tenía en una mesa y se retiró por el extremo opuesto al que había ingresado. Cuando se metió detrás de las bambalinas negras le dijo algo al oído a su hijo, chocó los “5” con sus amigos, saludó al resto de los músicos, y se perdió caminando rumbo al camarín. En la cancha, el susurro de admiración de la multitud iba en sentido opuesto, poniéndole palabras a la sensaciones del sueño cumplido. Sí, habían sido testigos de la noche en la que Phil Collins, la leyenda que canta, estuvo aquí.
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