La máxima de los debates presidenciales es no perder y, sobre todo, no cometer errores que hundan al candidato. El cruce de los presidenciables en la Universidad Nacional de Santiago del Estero tuvo ganadores y perdedores, no tanto por la acción directa, sino por las estrategias con las que ingresaron al Forum. La única candidata que sufrió sobre el escenario fue la de Juntos por el Cambio (JxC), Patricia Bullrich, que mostró fisuras emocionales y en su discurso económico, una variable que puede tener impacto electoral. Un dato que revela la alta expectativa social fue el rating sumado de los distintos canales que lo transmitieron, que registraron picos de hasta 44 puntos.
En un debate entre candidatos es fundamental la estrategia -la previa- y la preparación para llevarla a cabo en el “cara a cara”. Si la estrategia es equivocada o insuficiente, el resultado final también lo será. Por eso, un debate no puede interpretarse exclusivamente desde el desempeño sobre el escenario, pero también allí se juega otro elevado porcentaje del resultado, porque entra en juego el factor emocional, que tiene su lectura a través de los gestos, las reacciones verbales, las nubes argumentales o los movimientos inconscientes. Todo ello estuvo presente en la noche del domingo en Santiago del Estero.
Dentro de ese esquema, los ganadores fueron Sergio Massa (Unión por la Patria) y Javier Milei (La Libertad Avanza, LLA). Mientras que los perdedores en distinto grado y por diferentes combinaciones, fueron los tres restantes, Bullrich, Myrian Bregman (Frente de Izquierda y los Trabajadores – Unidad, FITU) y Juan Schiaretti (Hacemos Unidos por Nuestra Patria, HUxNP). Es probable que, frente a un contexto de alta presión social a causa de la insatisfacción económica, este debate aporte a una aceleración de realineamientos rumbo al comicio del 22 de octubre, fundamentalmente por la confirmación del cuadro pre-existente de posibilidades de triunfo en el polo de la derecha. Es decir, si Bullrich no logra disimular sus carencias en el debate post-debate electoral, que se escenifica en medios y redes, votantes de su espacio migrarán hacia otras opciones, sobre todo, la que ofrecen los libertarios.
Sin embargo, este punto de fricción alrededor del desempeño económico se encuentra asentado sobre la erupción de un volcán, que es la frustración social, por lo que la cita del próximo domingo 8 de octubre debería incluirlo indirectamente en el menú de la confrontación -porque “economía” no formará parte de los temas que se tratarán-.
Sergio Massa: La estrategia del candidato del oficialismo fue separarse del curso del Gobierno y aparecer como “alguien que puso el hombro” en la peor de las situaciones. Al punto, que llegó a decir que este no era su gobierno. Tampoco nombró al presidente Alberto Fernández ni a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. A partir de esa idea-fuerza planteó que tiene un plan económico para la siguiente etapa que sería la de “su gobierno”. Puso como rival principal a Milei, a quien confrontó sin ambigüedades, pero sin una presión que lo fuerce al error en un campo clave para definir el “humor social” como es la economía. Eligió, en cambio, al Papa Francisco para tratar de ponerlos contra las cuerdas, pero el libertario salió de la encerrona pidiendo disculpas por sus dichos. Siguió -como toda la campaña- tratando de mostrarse como un hombre de gestión y propuestas, y esquivó pararse como el líder de una nueva época en el peronismo. Llama la atención la persistencia en ese eje, que es en el que muestra mayores debilidades. También eligió como camino central de lo que viene, la idea de un gobierno de unidad nacional -un puente al electorado radical y al moderado del Pro-, una tesis con la que perdió la interna de JxC, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, pero que para sumar “retazos” de ese universo podría resultarle positivo. Por otro lado, no falló en los cruces con sus rivales, tanto a nivel emocional como en el campo argumental. No brilló, pero no se equivocó sobre el escenario. Mostró energía, sentido común, y manejo de las presiones.
Javier Milei: El ganador de las PASO era la gran incógnita del debate, sobre todo porque estaría frente a frente con sus adversarios del comicio del 22 de octubre, una instancia que hasta ahora no había existido. Pasó el trance sin despeinar su melena porque no fue exigido, pero dejó en evidencia que fuera de la economía le cuesta hacer pie (en particular, en política, educación y género). Le pasó cuando Patricia Bullrich le dijo que se decía “anti casta”, pero negociaba con un miembro de la casta como el sindicalista gastronómico, Luis Barrionuevo; y cuando la ex ministra de Seguridad del Gobierno de Mauricio Macri lo toreó diciéndole en la temática educación, que “no conocía Argentina” y que su propuesta sólo era aplicable en CABA. Ninguno lo sacó de su plan de vuelo, ni lo incomodó. Habló para su electorado, en particular en economía, derechos humanos, su crítica a los “derechos sociales” y política (contra “la casta” y los “privilegios”). Esa “no solidez” en todas las áreas fue la que le jugó algunas malas pasadas, porque no pudo terminar de expresar sus ideas o las cerraba intempestivamente. Allí se pudo observar una falta de previsión y entrenamiento, lo que devela un equipo “poco atento” a la agenda. También tuvo suerte, porque hubo “incoherencias” no aprovechadas por sus adversarios, como la de “a los liberales nos tratan de fachos, nada más alejado de la realidad”, pero cuando expuso que, si “me dan 35 años, Argentina va a alcanzar a Estados Unidos” -nadie puede gobernar 35 años- o expuso su teoría negacionista y de los dos demonios en DD.HH., dejó en evidencia un fuerte desprecio del sistema democrático y la legalidad vigente. Emocionalmente, más allá de sus actitudes “sobradoras” que generan rechazo, salió airoso, apareció como “el diferente”, y mostró decisión y convicción, valores con los que llegó hasta este lugar.
Patricia Bullrich: La aspirante de JxC “hizo agua” en el único lugar donde no debía, porque su principal contrincante en el espacio de la derecha política y económica, Javier Milei, tiene su punto alto ahí, en la economía. Perdió una oportunidad para disputar la centralidad del principal tema de debate y ordenador de las voluntades rumbo a las elecciones el 22 de octubre. En eso, mantuvo su estrategia de campaña, que fue mostrar al equipo que encabeza el economista Carlos Melconian, como “la carta” para “arreglar” la economía, pero como Melconian no es Domingo Cavallo en el imaginario social, ni tampoco estaba junto a ella en el escenario de Santiago del Estero, no tuvo voz donde debía tenerla. Esa debilidad puede resultar catastrófica para la principal referente del establishment económico argentino en su disputa con Milei por representar el voto anti-peronista y anti-populista. Ahora dependerá de la maquinaria mediática y propagandística para tratar de enmendar ese traspié. A diferencia de sus principales adversarios, lució nerviosa e irascible, sobreactuando su papel de “mujer dura” y del “poder”. Lo evidenció la sequedad de sus labios, que la llevaron a mojarlos reiteradamente con su lengua; y el modo “agresivo” con el que tomaba agua desde una botella. Tomó riesgos -como contar su militancia política en los ’70 o enviar “un abrazo” a los gendarmes del caso Maldonado-, atacó a Massa y Milei, pero en términos futbolísticos, lució desordenada, una imagen que pocos hubieran imaginado de ella antes del debate.
Juan Schiaretti: El Gobernador de Córdoba no tuvo miedo escénico, dejando en evidencia su experiencia política, pero lució demasiado formal y medido, sin empatía, “fuera de época” respecto del mundo de las pantallas, donde intervienen la exhibición, la transparencia y las emociones. Su formalidad, resaltada hasta en su vestimenta, lo sacó de la cancha antes de hablar. Dentro de ese libreto mostró sus fortalezas, como su prolijidad y “racionalidad” frente a los cruces, pero justamente por ello, fuera del modelo de “persona” prevalente en este tiempo. El error de su equipo fue no leer esta nueva situación sociológica para “trabajar” al candidato en esa línea. Lo mismo ocurre con su estrategia de campaña, centrada en llevar lo que llama “el modelo Córdoba al país”. Si bien es cierto que la esencia de una campaña electoral es transmitir una idea fuerza que represente el futuro al que se quiere llegar, Córdoba no es un adversativo del país y no tiene el suficiente volumen de relato para tratar de serlo. Su equipo pareciera haber imaginado más una campaña para Córdoba que para Argentina. De ahí, que su participación por mas correcta que fuere no tenía posibilidades de prosperar. Otro componente de su discurso que lo debilita, es su idea de equiparar como “objetivos” a Milei, Massa y Bullrich, un factor que lo puso en lugar de comentarista de la realidad, no en actor, que trata de incrementar su músculo político a partir de representar a los contrarios de alguno de los polos en disputa. También falló ante una pregunta “simple” y de “compromiso” como la que le hizo Milei de si apoyaría un eventual Gobierno suyo desde el Congreso, a lo que el mandatario cordobés le respondió como un “hombre del poder” no como un candidato que quiere llegar a la presidencia, señalando que no le había negado la gobernabilidad a nadie. En ese momento, para ganar volumen político se requiere sostener su posibilidad de ser presidente -más allá de que no existan posibilidades reales- y de una respuesta alejada de lo previsible y políticamente correcto. A veces, una pregunta inocente desnuda a un candidato. Esta vez, sucedió.
Myrian Bregman: Al igual que Schiaretti, habló para un universo reducido del electorado, sin poder interpelar al resto. Es decir, se comunicó con sus compañeros de ruta, dejando afuera a los que no lo son. También penaliza su tarea, que la idea de la práctica política y la construcción de los discursos que realiza, gira casi con exclusividad alrededor de la “racionalidad”, sin tomar en cuenta la complejización de la trama social y de sus representaciones. Tuvo temple, coraje, audacia, profundidad programática y coherencia con su planteo y su acción, pero entendió el debate como un “concurso de preguntas y respuestas” y no como un escenario en el que se dirimen discursos y deseos. Una campaña exige de sus protagonistas “coherencia” discursiva, gestual, programática y de acción, y también “interacción” con la demanda de los electores.
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