Mauricio Abbá (43) eligió morir en el campo. En un lugar discreto, sin árboles, accesible. Salió de su casa el viernes 13 de septiembre, a las 18:30, recorrió unos 4 kilómetros desde la pequeña ciudad de Freyre, en el noreste cordobés, entró a un camino vecinal, luego a una huella -un camino vecinal más angosto- y se frenó a unos 150 metros de la entrada. Dejó la moto de color negra tirada sobre la banquina de la huella; se sacó el casco, lo arrojó también al suelo; caminó unos tres o cuatro metros más y en algún momento de ese mismo día, tomó el revolver 32 y se disparó en la sien derecha. Allí quedó hasta este miércoles 25 de septiembre, a las 9:30 horas, cuando lo vio un fumigador que hacia su trabajo en un campo cercano. En los bolsillos de su campera oscura había una serie de cartas explicando su decisión. Habían pasado doce días.
El lunes 16 de septiembre, el primer testigo que dijo haberlo visto por fuera de su mujer Luciana Grosso (40), con quien había discutido antes de irse, afirmó: “Lo vi pasar el viernes en una moto. Dobló en un camino que está a unos dos kilómetros de aquí”. El hombre lo observó a la altura de la planta de silos que hay sobre la ruta provincial N° 95 y a la distancia que señaló se encuentra un camino vecinal de tierra que lleva hacia la zona del cementerio del pueblo. Abbá estaba aún con el revolver en su mano ensangrentada, muy cerca de ese camino vecinal en el que lo vio entrar con vida, por última vez, otro ser humano.
La Policía dice que lo buscó por esa zona, pero que no lo halló. A juzgar por la foto (Foto 1 y 3) que se muestra en este artículo y lo que dicen los testigos que se acercaron ayer hasta el lugar y que hablaron con ENREDACCIÓN, la huella es transitable, los yuyos no son altos y la moto y el cadáver estaban visibles, en la banquina.
Eso índica, que quiénes buscaron en ese territorio, el lunes 16 y el martes 17, no lo hicieron adecuadamente o simplemente cumplieron con el trámite de circular por el camino más grande, donde se estacionaron los móviles policiales y forenses (Foto 2), pero que nadie ingresó a la huella. De lo contrario, debieron haberlo encontrado. La autopsia dice que estuvo allí desde el viernes 13.
Había un segundo dato, técnico, que surgía de la investigación. El último rastro que dejó su celular fue a las 20:34 del mismo viernes. Luego, se apagó porque se quedó sin batería. Fue captado por una antena de telefonía ubicada en Freyre, por lo que el hombre estaba ahí nomás, no muy lejos de dónde había partido un par de horas antes.
Es decir, que la búsqueda y los medios que se dispusieron, por orden de la fiscal Silvana Quaglia y la jefatura de la Regional de San Francisco para encontrarlo, se usaron como se dice en estas regiones, “a lo loco”, sin plan, sin dirección y sobre todo, sin control de la tarea que realizaban. Hubo un helicóptero que trabajó un día, grupos de rescate, bomberos, policías, perros, familiares y amigos, que recorrieron Freyre y alrededores, durante diez tristísimos días, sin saber por dónde buscar.
Para completar la historia de desidia, quien lo encuentra terminó siendo un hombre que estaba fumigando unos cuadros cercanos con soja, a bordo de una maquina que se la conoce como “mosquito”. El dio aviso a la policía de que había visto algo y que podía ser el hombre que estaban buscando desde hacía varios días. Fue así.
Mientras, los perros traídos desde Córdoba por la Policía habían marcado la zona Norte de Freyre, rumbo al cementerio, y los efectivos y equipos de búsqueda estaban a alrededor de un kilómetro de dónde yacía el cuerpo de Abbá.
Doce días de angustia que pudieron haberse evitado.
El resto ya es conocido.