(Por Luis Juez *) Mientras el presidente electo Javier Milei arma su gabinete, el gobernador electo Martín Llaryora se dispone a resucitar a los tristes tigres de la transversalidad kirchnerista, travestida ahora bajo las formas de “partido único cordobés”.
Sabemos que el interés y los resultados de aquel presuntuoso y embustero proyecto de política transversal de Néstor Kirchner no se trataban de mayor institucionalidad y mejor democracia, sino de someter a la oposición o marchar hacia su aniquilación.
Llaryora presume y se marea con el perfume de sus ambiciones seudokirchneristas creyendo que el futuro le pertenece por unanimidad. Sin embargo, lo suyo no es otra cosa que un viaje al pasado. Y bastante caro para los ciudadanos cordobeses.
Con el viejo e insaciable propósito de dividir o romper a la oposición incorporando a dirigentes de otros partidos a los que logra cooptar al viejo modo kirchnerista, Llaryora no sólo propone un viaje a ninguna parte, sino también una ficción que costará bastante caro a los cordobeses. Tanto por los viáticos, viajes y vales de nafta que no piensa rendir al Tribunal de Cuentas de la Provincia, institución a la que ha pisoteado reduciendo sus facultades de control de los gastos, como por las agencias con los que el peronismo va a seguir gobernando también sin permitir el control.
Ya dio muestras de una al menos preocupante improvisación, cuando de 20 ministerios anunciados bajó la cifra a 15, para no quedar a contramano de lo que propone el presidente electo, poniendo en evidencia que lo suyo no era un plan de gobierno sino que sólo necesitaba ampliar la estructura para tener mayor capacidad de pago a los nuevos socios que aún sigue buscando. Poco serio, al menos, para arrancar la gestión de su presunto partido único cordobés.
Sostiene Llaryora que pueden contar con él para construir institucional, y por detrás, como un golpe artero al mandato popular, el gobernador Juan Schiaretti cambia las reglas de juego del Tribunal de Cuentas para evitar que los cordobeses sepamos qué se hace con el dinero público y también, casualmente, le otorga fondos reservados al Tribunal Superior de Justicia, en una maniobra que nos llena de sospechas sobre el funcionamiento de los poderes del Estado.
El gobernador de los tres mandatos lejos está de irse por la puerta grande; ha bajado la vara institucional como nunca un gobernante lo había hecho en nuestra provincia.
Desde luego que esta costosa herramienta política, que empuja hasta quién sabe dónde los límites de la ética y de la decencia, no es el resultado de una integración de corrientes de ideas o síntesis ideológicas. No, nada que ver. Se trata apenas de la vieja estrategia y usos del conchabo, puestos al servicio de sus apetitos de política nacional.
Así, Llaryora, en lugar de apostar por una democracia con mayúscula, transparente e inclusiva, prefiere jugar al “tomatodo” de la desgastada perinola política con la compra de voluntades para su partido único cordobés.
Por años Córdoba se retrató como el espejo anticipado del país. Hoy es difícil sustentar aquella aseveración. Y este contexto parece definir la tendencia política de Llaryora, quien alumbraba una imagen de dirigente político definida “como el peronismo que viene”. Ese resplandor parece haberse diluido sin ningún amanecer, y con su partido único cordobés no ofrecerá nada más novedoso que la vigencia de un “kirchnerismo tardío”.
He leído y escuchado a algunos pensadores decir que estos días que vivimos son tiempos líquidos y que la gente se ha acostumbrado también a que los políticos cambien de lugar. También he escuchado, y comparto el concepto, que lo que no se tolera es que los políticos se suban a un barco para robarles el sueño que sueñan. Por eso, es bueno reafirmar que desde nuestro lugar de opositores seremos celosos custodios para que el gobierno no se robe el sueño de ningún cordobés.
* Luis Juez (Frente Cívico, Juntos por el Cambio), es senador nacional.
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