La imagen que perseguirá a Fernando De la Rúa, fallecido este 9 de julio a los 81 años, en el recuerdo de los argentinos, será la de su huida en helicóptero desde la Casa Rosada. A la par de ello, pese al intento de los sectores dominantes de ocultarlo, los 38 muertos de la represión a las manifestaciones populares del 19 y 20 de diciembre de 2001 volverán una y otra vez a la memoria histórica. Dos de ellos, aquí mismo, en la ciudad de Córdoba: David Moreno (13, recibió cinco impactos de bala) y Sergio Pedernera (16, falleció un año después por las complicaciones producidad por un balazo en el tórax).
La parábola de De la Rúa duró exactamente dos años: su triunfo electoral en octubre de 1999 fue la respuesta que la sociedad eligió -sin éxito- para terminar indoloramente con el régimen de la Convertibilidad que inventaron Domingo Cavallo y Carlos Menem, un modelo que coronó la transformación social y económica iniciada durante la Dictadura cívico-militar de 1976, que extranjerizó la economía, endeudó exageradamente al país y terminó con el Estado de Bienestar argentino nacido en la posguerra. Lejos de aquellas intenciones de la sociedad, el gobierno de la Alianza repitió recetas económicas de centro-derecha, ligadas al neoliberalismo más salvaje, y tuvo, por lo tanto, un final dramático.
El 2001 existió porque la reacción popular y los sectores económicos perjudicados por las políticas neoliberales terminaron aprovechando la debilidad y la soledad política del presidente, que dilapidó en aquellos 24 meses todo su capital y legitimidad. Pero a diferencia de lo que muchos dicen, no fue sólo por errores que se desembocó en la crisis. La pérdida ocurrió como consecuencia de empujar las recetas del FMI, los acreedores externos, las compañías privatizadas y las de sus socios locales. Quizás, De la Rúa sea también un buen ejemplo de cómo terminan aquellos que defienden políticas que perjudican y traicionan a las mayorías nacionales en países emergentes como el nuestro.
De la Rúa no supo, no quiso o no pudo tomar nota de la respuesta social al ajuste impulsado por el ultra-neoliberal, Ricardo López Murphy. Los aumentos de impuestos y la reducción del presupuesto universitario que impuso para terminar con el déficit fiscal lo hicieron volar por los aires en apenas 15 días. De hecho, el actual rector de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), Hugo Juri, que era ministro de Educación de De la Rúa, renunció en aquellos días aciagos en rechazo a las medidas del “Bulldog”.
Pero nadie que conociera su historia podía esperar otra cosa de De la Rúa. Siempre formó parte del ala conservadora y “gorila” de la UCR que se enfrentó con Raúl Alfonsín en 1983, perdiendo las internas de ese año. No son sólo nombres, son sentidos y destinos hacia los que se dirige la acción y el pensamiento político. Los radicales primero, y los argentinos después, eligieron a Alfonsín para que llevara adelante el proceso de recuperación de la democracia sin pactos con los genocidas y los factores de poder que lastraban la democracia, como la derecha sindical que había dado vida a los grupos paraestatales antes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. En segundo orden, Alfonsín triunfó para que regresara el Estado de Bienestar que los militares y sus socios de la Sociedad Rural y el mundo financiero, personificado en Alfredo Martínez de Hoz, habían sepultado. No eligieron a De la Rúa porque representaba lo que los argentinos no querían.
Siempre la Ciudad de Buenos Aires le dio vida al ex presidente. Lo hizo ganar una elección histórica como senador en 1973, venciendo a Marcelo Sánchez Sorondo y transformándolo con 36 años en la joven estrella radical. De allí fue elegido por Ricardo Balbín para que lo acompañe como candidato a vice, en las elecciones nacionales en las que venció Juan Domingo Perón. Más adelante, en 1983, los porteños lo convertirían en senador nacional; ganaría el comicio de 1989 también para senador, pero en el colegio electoral, la alianza entre el PJ y la UCeDe lo dejaría afuera del cargo; y volvería triunfante como diputado nacional en 1992, derrotando a los candidatos de Carlos Menem. Finalmente, en 1996, sería electo como el primer Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma.
Paradojas del humor social, desde allí saltaría sin escalas a la candidatura presidencial de la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación, una convergencia entre la UCR y el FREPASO; un título que conseguiría en las urnas, en una interna abierta realizada en 1998, donde consiguió el 62% de los votos para derrotar a Graciela Fernández Meijide, candidata del FREPASO. El 24 de octubre sería elegido presidente.
Como representante del espacio conservador, De la Rúa votó contra la ley de divorcio en los ’80; fue uno de los impulsores -algunos aseguran incluso que habría redactado la primera versión- de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que sellaron el primer pacto de impunidad de los militares genocidas de la Dictadura; y ya durante su gobierno, intentó hacer aprobar una ley de Flexibilización Laboral, conocida como la ley Banelco, que fracasó bajo denuncias de corrupción y concluyó con la renuncia del vicepresidente, Carlos “Chacho” Álvarez.
Quizás su muerte haya ocurrido aquella tarde del 20 de diciembre de 2001, cuando sobre el humo y los muertos de la Plaza de Mayo se elevaba el helicóptero que lo transportaba hacia una de las heridas más profundas de nuestra historia.