Juan Leyrado no se puede sacar el teatro de su cabeza. “Aunque no trabaje, siempre estoy con él, relacionado de algún modo, leyendo, revisando materiales, viendo donde aparece el texto que me va a acompañar por un par de años”, le cuenta a ENREDACCIÓN, en los días previos a su presentación en el Teatro Real de Córdoba.
En ese lapso que se abrió luego de terminar Díos Mío, se encontró con un texto de Gastón Marioni que contenía todos los elementos que andaba buscando el actor de 65 años. La idea del dramaturgo y director le proponía cosas nuevas, y a “Panigassi” de Gasoleros, lo nuevo lo emociona. Se trata de su primer unipersonal y es un personaje donde él deja mucho de sí: “Me daba cuenta que lo que podía transitar con ese proyecto tenía mucho que ver con lo que quería transitar desde mí”. Para alcanzar el resultado que expone sobre las tablas reconoce que fueron meses de trabajo, “mucho y bien”, y eso también le gusta.
“El hecho de estar solo arriba del escenario me obliga aún más a sentirme representado con lo que estoy haciendo, que es eso que sale del texto y el movimiento, la mirada de mis ojos, tiene que ver con cosas mías”. Sin embargo, aclara que no es un show de stand up: “no lo haría, porque no podría. Tengo que estar en un personaje para comunicarme en escenario, sino me agarra la timidez. La historia a través de un personaje, ahí puedo sentirme protegido y me divierto más”.
¿Cómo es estar sólo arriba del escenario?
Es una experiencia maravillosa, me recuerda a cuando jugaba solo en mi infancia. Cuando niños jugamos solos, pero no estamos tan solos, sino que son construcciones de la imaginación. Desde el punto de vista profesional, técnico, requiere una concentración muy profunda, porque ahí es uno el que es observado y escuchado, no estás con ningún compañero para que te dé pie. Es la responsabilidad de uno. Es muy particular, porque es algo que se puede transitar en un momento de la vida donde tal vez ya probó otras cosas y no está tan puesto el tema en el afuera, como llega a los otros lo que digo. Es un trabajo muy interior, y desde ese lugar, al compartirlo con el público se da una intimidad muy profunda. Está bueno, lo disfruto mucho, me hace feliz cada función.
¿Qué rescatas de la infancia?
La obra habla de eso y de esa risa que no deviene del chiste, sino esa risa interior, de niño, que por cuestiones culturales o de educación, esa risa se va ocultando en una zona, donde casi se va perdiendo, y no veo ninguna música más interesante y potente que la risa de un niño. De eso se trata la historia, si bien está contando de grande la relación con su mujer, va y viene en el tiempo, en distintas épocas, la verdad es que en algún momento a ese personaje se le abre esa cajita de la risa infantil y se da cuenta de lo mejor de la vida. La infancia está relacionada con el juego, con la risa, ese juego donde la imaginación está a full, donde no hay límites, donde no hay barreras, más que la puerta de la casa, pero que igual la imaginación la supera y sale a la calle, y si un chico está ‘espadeando’ con un amigo y la escoba es la espada, se siente como espada. El niño puede transformar esas cosas que nos cuesta transformar a los adultos, porque para un grande, un palo es un palo.
¿Cómo te llevas con el paso del tiempo?
Me llevo bien, me parece natural, me preocuparía si el tiempo no pasara, si tuviera el mismo pensamiento, las mismas canas, la misma capacidad en los pulmones, me preocuparía y me aburriría. También con el tiempo que pasa van quedando cosas, esas cosas que lo acompañaron a uno, y en su reemplazo aparecen cosas nuevas, y me llevo bien con lo nuevo. El paso del tiempo permite acceder a nuevas cosas y donde uno puede colocar la experiencia. Y eso hace que uno pueda de alguna manera construir algo más bueno para uno, teniendo la experiencia de haberse equivocado, afortunadamente, porque intentó, sé que por ahí no es, se ahorra. La vida es algo especial, fantástico. Lo tomo como algo muy particular estar en esta vida y, como tal, la tomo con respeto. Por eso le tengo mucho cariño al paso del tiempo, porque lo está pasando uno, y uno es uno, tal vez con el tiempo uno aprende a respetarse. El tiempo además de ser un burlón y responsable de que uno decaiga, también puede ser el que nos permita darnos cuenta de nuestra finitud y disfrutar más del aquí y ahora.
La obra se presenta como un homenaje a la vida ¿De qué manera homenajeas la tuya?
Dándole espacio y tiempo a las cosas. Estando siempre dispuesto a aprender, a transitar lo que está ahora delante de mí y fundamentalmente, cuidando a los afectos, todo lo que tiene que ver con los sentimientos de uno con los demás y los de uno mismo. Creo que soy respetuoso con la vida, le tengo respeto a quien nos ha creado, ese Dios que puede tener muchas caras y nombres, me ha dado la vida y puedo estar viviendo estas cosas.
¿Cómo es la relación del público con un unipersonal?
En el caso de El elogio de la risa va a ver una obra de teatro, que es la relación más cercana con el público, lo mismo que cuando no es un unipersonal. Lograr la tensión es un hermoso desafío, porque es cómo jugar con ese espacio de la soledad. Estoy acompañado por una puesta de luces que crea el ambiente, quería pocos elementos y un espacio casi cósmico, eso llena más en el escenario en esta historia, eso hace que la gente se meta e introduzca el personaje, en el lugar que considere, se crea una comunicación. En los unipersonales importa mucho lo que se cuenta y la magia del actor, uno tiene que ser muy verdadero en el trabajo, estar muy concentrado.
¿Gustan más obras sobre estos sentimientos por el contexto?
El teatro vive hace muchísimo tiempo y seguirá viviendo por siempre, estoy seguro. Es siempre ese el lugar donde el espectador va a buscar una identificación, si en esa identificación prima lo que le pasa afuera, en el país, o sí lo que le interesa es el tema filosófico, va y lo puede encontrar. Puede encontrar lo que va buscando, en tanto y en cuánto sepa elegir, o sepa lo que quiere encontrar, o más aún qué es lo que más le interesa en la vida. Como el teatro no tiene cortes ni se compagina, es lo que es, es un hecho vivo, es único y no se puede parar. Estas compartiendo el aquí y ahora, en la oscuridad, al lado de gente, que quizá te roza, eso no pasa en otros formatos, es increíble.
¿Sos un tipo de buen humor?
Tengo humor y tengo risa. Pero tengo una risa que no tiene que ver con el humor. Me hacen reír cosas de amor por ejemplo, me río mucho de pequeñas grandes cosas que veo. Me río cuando me emociono, cuando me siento feliz. Tengo mucho humor, y mi humor es más inhóspito, por ahí está representado por la ocurrencia. Soy un tipo que se ríe mucho cuando trabajo, me tiento mucho, en televisión por ejemplo, me tiento como cuando era chico. También veo las cosas con humor.
EL BAILARÍN
El cine y la televisión también están presentes en su vida. En cine le gustaría ser convocado para hacer algún personaje que pueda poner esto que estoy transitando”, y la TV lo tiene en pantalla desde el miércoles 13 en El Maestro, protagonizada por Julio Chávez. “Estuve ansioso por el estreno, va a ser un buen programa. Sé que está muy bien hecho, sé del trabajo de Julio y siento que trabajé muy bien, con mucha verdad. Me entregué a las manos y corazón del director Daniel Barone”. Sin embargo, no quiso ver la ficción hasta el día del debut, y lo hizo en su casa como un espectador más.
La producción de Polka es sobre el mundo de la danza, si bien el personaje de Juan ya no baila, confiesa que es un buen bailarín: “me gusta el baile, no desde la destreza, sino jugando. El que tiene piernas baila, el baile es sentimiento”.
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