Recién ahora he podido entender el origen de la tenaz discusión con la que Fernando Daconcenciao, uno de mis alumnos del taller de ajedrez Ágilmente de Pami, me porfiaba una regla internacional del ajedrez, que establece que cuando un peón llega a la octava línea puede convertirse en Dama, Alfil, Caballo o Torre.
Todos los viernes se producía la misma disputa en la Biblioteca del Centro de Jubilados de Villa Centenario. Yo le decía a Fernando que, considerando que cada bando tiene ocho peones, era posible coronar hasta ocho damas o reinas en una partida. Por lo que cada jugador podía llegar a tener hasta nueve reinas, contabilizando la Dama de la formación inicial.
Antes de proseguir abro paréntesis. No hay ninguna referencia (o al menos, no la conozco) de que el film de Fabián Bielinsky, Nueve Reinas, haya estado inspirado en el ajedrez, pero a los ajedrecistas nos encanta la analogía con nuestro amado juego ciencia. Cierro paréntesis.
Fernando sostenía que no podían coexistir dos o más Damas por bando durante un juego. Incluso, afirmaba que cuando se coronaba un peón debía cambiarse por una pieza que no estuviera en el tablero, es decir que hubiese sido capturada. De nada servía que yo le mostrase la evidencia del Reglamento de Ajedrez de la Fide: “Artículo 3.7.5.1: Cuando un jugador, tocándole mover, juega un peón a la fila más alejada de su posición inicial, debe cambiarlo, como parte del mismo movimiento por una nueva Dama, Torre, Alfil o Caballo del mismo color (del peón) en la pretendida casilla de llegada. Esta se denomina casilla de ‘coronación’. 3.7.5.2: La elección del jugador no está limitada a piezas que hayan sido capturadas anteriormente. 3.7.5.3: Este cambio de un peón por otra pieza se denomina “coronación”, siendo inmediato el efecto de la nueva pieza”.
No había forma. Mi alumno, de origen portugués (Daconcenciao ¿hay alguna duda?), no se movía un ápice de su posición y argumentaba que así le habían enseñado y que nadie, por más reglamento de Fide que trajera bajo el brazo, le iba a hacer cambiar de opinión. Al principio hubo cierta tensión, pero ese jaleo luego se tornó divertido por la buena fe y la desopilante personalidad de Fernando. Abro otro paréntesis: cada vez que nos enfrascábamos en una partida y yo realizaba el enroque, Fernando juntaba y separaba intermitentemente la punta de sus dedos, en el universal gesto de poner en evidencia el miedo del adversario. De nada servía que le explicara que el enroque es una jugada con doble propósito: resguardar al Rey y poner la Torre en juego. Era peor. Daconcenciao me hacía alitas de gallina como alguna vez le hizo Carlos Tevez a la hinchada de River. Cierro paréntesis.
Hace un par de años que Fernando dejó este mundo, para tristeza del hermoso grupo del Centro de Jubilados de Villa Centenario, y siempre me pregunté si tenían algún asidero sus “reglas”. Investigando un poco descubrí algunas pistas.
AJEDREZ MODERNO
No siempre el ajedrez se jugó como se juega ahora. Numerosos historiadores, como Yuri Averbach, Ricardo Calvo y José Antonio Garzón, con sobrada evidencia, adjudican a Valencia, España, como la cuna del ajedrez moderno.
Así lo reseña Garzón en un artículo publicado en la revista Peón de Rey: “El 15 de mayo de 1495 se imprimió en Valencia el Llibre dels jochs partits dels scachs en nombre de 100 (de Francesch Vicent). Podemos imaginar la satisfacción que produjo a la sociedad impresora formada por Lope de la Roca, impresor de origen alemán, y el librero procedente de Barcelona, Pere Trincher, el haber superado el reto de crear el patrón xilográfico ajedrecístico. La floreciente imprenta valenciana era el aliado necesario para dar al món, en palabras del propio autor, la nueva forma de jugar, toda una revolución normativa gestada en la misma Valencia dos décadas atrás. Recordemos que hoy hay un consenso internacional entre los estudiosos respecto a que el primer documento de ajedrez moderno es el poema Scachs d´amor, aceptándose la datación que hemos acreditado en varios trabajos (Valencia, c. 1475)”.
Precisamente, en ese poema (Schachs d’amor) se cambió el movimiento a la Dama, que pasó de moverse de a una sola casilla a combinar la fuerza de una Torre y un Alfil. Esa modificación le dio un impulso inusitado al ajedrez, lo hizo mucho más dinámico y entretenido. En ese entonces lo llamaron el “ajedrez de la Dama” para diferenciarlo del viejo ajedrez arábigo. Mucho tuvo que ver con esto el mencionado Francesch Vicent, verdadero genio del ajedrez, quien formó parte del grupo de innovadores valencianos que imaginaron a la todopoderosa reina.
Los historiadores sostienen que la conversión de la Dama como la pieza de mayor valor relativo del ajedrez coincidió con el reinado de Isabel I de Castilla (Isabel la Católica), aunque tampoco descartan a otras reinas influyentes de aquella época.
Pero volviendo a la “polémica” inicial, las reglas de la promoción de los peones variaron a lo largo del tiempo hasta que, en el Congreso Internacional de Londres de 1883, se instituye la norma que conocemos hoy en día: “Un Peón que llegue al octavo cuadrado debe ser nombrado como Reina o Pieza, a opción del jugador, independientemente del número de piezas en el tablero. La Reina o Pieza creada actúa inmediatamente en su nueva capacidad. Hasta que el Peón haya sido llamado así, el movimiento está incompleto”, se definió.
La vertiente en la que tiene que haber abrevado Fernando es la que postulaba la Iglesia Católica en los siglos XIV y XV: se oponía a la presencia de dos damas en el tablero ya que contradecía su doctrina monógama.
Entonces, la regla era que sólo podía coronarse Dama siempre y cuando no hubiera otra en el tablero. En esa época en Francia, por ejemplo, el Peón solo podía canjearse por una pieza que ya hubiese sido capturada. Y más aún, en caso de que no estuviese disponible ninguna, el Peón debía permanecer como tal en la última fila hasta que el adversario le comiese una pieza.
En el siglo XVI, también en Francia se estipulaba que un Peón debía convertirse en la pieza en la que correspondía a su columna. Pero no podía haber dos damas.
Estas reglas perduraron en Italia y Francia en los siglos XVIII y principios del XIX. Incluso, el francés François André Danican, apodado Philidor, uno de los mejores jugadores del siglo XVIII, no le gustaba la posibilidad de tener dos reinas, y en todas las ediciones de su libro Análisis del juego del Ajedrez afirmó que un Peón solo podía promoverse a una pieza previamente capturada.
Recién a fines del siglo XIX, entonces, se instauró la regla de la promoción de los peones que actualmente rige en el ajedrez. Sin embargo, mi querido alumno Fernando nunca logró hacerse la idea de que alguien pudiera contar con nueve reinas.
* Juan Carlos Carranza es periodista especializado en ajedrez.
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