Las elecciones primarias del domingo 11 de agosto reflejaron el hastío popular con un programa económico inviable para el país. Al menos, en términos sociales y económicos para el bienestar de la mayoría de la población. El 47,6% obtenido por la fórmula Alberto Fernández – Cristina Fernández de Kirchner expresó literalmente eso. Tiene una traducción más compleja, que es el final del ciclo de restauración conservadora, esto es, el desmonte del anterior modelo económico de sustitución de importaciones, industrialización y consumo interno, y su reemplazo por un modelo agroexportador y de valorización financiera. El domingo, los argentinos le dieron una rotunda cachetada democrática a ese plan.
En la conferencia de prensa de Macri de hace un par de horas, ignoró ese mensaje político y ratificó la decisión de profundizar la grieta entre las dos argentinas.
No es una novedad en sí misma, dado que era una posibilidad que el presidente decidiera correr hacia adelante. Básicamente porque como todo proyecto político, está asociado a una alianza con la economía real, esto es con empresas, bancos y personas que toman decisiones en ese territorio. Los actores asociados al proyecto de Macri no consideran viable, para sus negocios, una Argentina como la que renació este domingo, en lo esencial, porque implica una tasa de ganancia menor y, en consecuencia, un esquema social y económico de mayor igualdad. El presidente, por lo tanto, volvió a hablarle a ellos y, también actuó para ellos.
¿Por qué? La política no es como se hace creer desde los mercados o la ideología “antipolítica”, el lugar en el que un grupo de gente toma decisiones sinsentido, viste de traje o va el Congreso a hablar de problemáticas menores. Es el espacio donde se expresan los conflictos de la economía y se moldean las resoluciones que hacen viable o no a un sistema. La elección produjo un conflicto de intereses entre los socios económicos de la alianza del oficialismo nacional y la nueva coalición triunfante, que representa otros.
Una respuesta de los “mercados” fue la corrida sobre el dólar -se pasan de pesos a dólares porque no ven seguridad para su dinero- y el derrumbe de las acciones -en términos básicos, no confían en inversiones en empresas argentinas a mediano y largo plazo-.
Otra respuesta, desde la política, es decir con Macri, fue pegar a los Fernández con la responsabilidad de la estampida de los muchachos de la Bolsa.
Por cierto, el gobierno tuvo la oportunidad de construir una vía de desarrollo desde este lugar y proyecto, pero fracasó, porque la política es la encargada de construir sustentabilidad a los modelos económicos. Macri no pudo, no supo, o no quisó. A esta hora, da igual.
Como todo conflicto, puede escalar hasta que pierdan todos, o puede encontrar un punto de equilibrio en algún punto entre la situación pre-domingo de las PASO y el caos. Obviamente, como toda negociación en el contexto de un conflicto hay víctimas y el dolor que ello genera alimenta la urgencia de algún tipo de acuerdo. Lo que el presidente hace por estas horas, es agravar la situación de penuria económica de las mayorías argentinas que votaron el domingo para intentar modificar su destino -al igual que lo hicieron en 2015 en sentido inverso, por otros motivos-. Esto es, aumentar el daño para que se produzca una negociación más favorable para su alianza de la que emergió el domingo y torcerle el brazo a los Fernández, en el sentido de que entreguen el corazón del proyecto redistribucionista que implicó de modo contundente el voto del domingo.
Dicho de otro modo, lo que hace el presidente es bailar sobre la cubierta del Titanic, el barco en que se ha transformado el país. Son horas cruciales.