Un exceso de producción en momentos de contracción de demanda a causa de la pandemia de coronavirus, la falta de un sistema de almacenaje y una excesiva dependencia fiscal de los ingresos por ventas de hidrocarburos por parte de los estados productores llevaron a que el precio del petróleo tocara hoy mínimos históricos (El precio del crudo estadounidense cotizaba el lunes por la tarde a un mínimo de USD 1,02 por barril, el precio más bajo desde 1983 y una caída de 94% respecto del valor con el que cerró el viernes: USD 18,27). El desplome del precio hace crujir el proyecto petrolífero y gasífero de Vaca Muerta en la provincia de Neuquén, uno de los activos con los que el gobierno nacional intentaba generar un flujo de divisas alternativo y de gran magnitud al producido por el sector agrario. Vaca Muerta requiere precios internacionales más elevados por el alto costo de extracción del petróleo no convencional.
Si bien los analistas internacionales y del negocio petrolero se preocupan en remarcar que este fenómeno afectó sólo a los contratos de futuro con entrega en mayo, y que los precios para junio mejoran, lo cierto es que existe un exceso de oferta global en medio de una demanda retraída por los efectos de la pandemia de coronavirus.
A esto también se sumó la influencia cada vez mayor de las energías renovables que van desplazando gradualmente al crudo como insumo básico de la matriz energética.
A lo que se agrega además la creciente producción de hidrocarburos no convencionales que desplazan al crudo tradicional, en particular, en los Estados Unidos.
¿Por qué todo afectó a los contratos de mayo? Todo confluyó en un momento único con elementos de diferente procedencia. Un primer desequilibrio, la menor dependencia de los EE.UU. del suministro de crudo tradicional, por lo expresado más arriba. Los EE.UU. cuentan hoy con las mayores reservas energéticas del planeta tanto, en no convencionales como en energías renovables. Este factor clave cortó de manera dramática los envíos de Oriente Medio, México y Venezuela a las refinerías norteamericanas y fue reemplazado con producción local.
En segundo término, la aparición de nuevos jugadores en el mercado, como es el caso de las naciones del Asia Central, aumentaron el crudo disponible en el mundo, lo que desató una guerra de precios y producción, entre los países nucleados en el cartel de la OPEP y los productores extra OPEP, liderados por Rusia, que llegaron a un acuerdo mínimo para cortar la producción de crudo en unos 9 millones de barriles diarios.
El tercer factor, el brote del Covid-19, produjo una extraordinaria contracción de la demanda de petróleo -fletes marítimos, turismo y movimientos domésticos, desaparecieron-, en momentos de sobreproducción, lo cual profundizó la baja de precios.
Un cuarto elemento fue el exceso de petróleo que desbordó la capacidad de almacenaje disponible no sólo en las plantas de producción, sino también en refinerías, oleoductos y supertanques, lo cual obligó a rechazar cualquier contrato.
Finalmente, un quinto tópico. Algunos analistas sostienen que la mejor posición relativa de los EE.UU. en el mercado petrolero le permitió arriesgar una jugada diplomática. Como los ingresos por hidrocarburos son vitales para productores como Rusia, Irán y Venezuela, la Casa Blanca apostó por usar sus grandes reservas de petróleo para hundir los precios y provocar una asfixia financiera a Moscú, Caracas y Teherán, tanto que este último ya pidió auxilio al FMI, e infrigirles un serio daño. Una carambola a tres bandas que el tiempo dirá si da los resultados esperados.
(Con información de Telam).
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