En los últimos 10 años la agricultura salteña se expandió de la mano del agronegocio. Hoy la provincia cuenta con más de 1.000.000 de hectáreas sembradas con oleaginosas y legumbres (700.000 con soja transgénica, 200.000 con maíz y 200.000 con poroto). En este mismo periodo 1.200.000 ha fueron desmontadas, derribando monte chaqueño, selva de yunga y sobretodo el bosque del “Umbral del Chaco”. La tasa de deforestación del 2,5% de los bosques nativos remanentes por año es la más alta del mundo. El promedio latinoamericano fue 0,51% y la media mundial fue 0,20%. Fueron más de 100.000 hectáreas anuales, siendo el año 2008 récord con 234.456, justamente el año en que también fue récord el precio internacional de la soja.
El agronegocio intrusó territorios de pueblos nativos, sobre todo en los Departamentos de Anta, Oran, San Martin, Metan y Rivadavia donde habitan principalmente las etnias Wichí, Iyojwa’ja y Niwaclé, antes Matacos, Chorotes y Chulupíes. Estos grupos se extienden del este salteño al oeste formoseño y chaqueño compartiendo territorios con Guaranies, Chane y Qom (antes denominados chiriguanos, chaguancos y tobas).
AGRONEGOCIO Y GENOCIDIO WICHI
El agronegocio se apropió de los territorios contando con una amplia complicidad política y cultural. Sociedades anónimas propiedad de grupos como Corporación América de Eurnekian, o de la familia Perez Braun, o de la misma familia ex presidencial Macri o del gobernador Urtubey, quienes junto al bolsonarista diputado salteño Alfredo Olmedo (versiones periodísticas le asignan más de 300.000 hectáreas) ocupan una región donde habitan más de 60.000 wichís que, con las otras etnias, podrian llegar a 100.000 personas.
La región fue radicalmente transformada, las topadoras voltearon centenarios quebrachos, guayacanes y lapachos y se sembraron lotes que se fumigan sistemáticamente con dosis de agrotóxicos que doblan en kilos (20 a 30 kilos por hectáreas por año) a las que se utiliza en la zona central del país porque así lo exigen las condiciones del clima para obtener los mismos resultados.
Un extraño y novedoso efecto colateral surgió ante los ojos de todos. De pronto, no cientos, sino miles de personas aparecieron desde abajo del bosque volteado, grupos de familias enteras de wichís (4 o 5 familias que convivían juntas en el bosque) empezaban a caminar por el costado de las rastrilladas junto a los caminos sin tener a donde ir y tampoco, y lo que es peor, sin tener de qué vivir.
Y no pasó mucho tiempo para que empiecen a morir, primero sus viejos (pero eso no sale en los diarios porque los viejos tanto blancos como indios se mueren, aunque los viejos de esta gente se murieron casi todos enseguida) y luego sus niños. Estas muertes infantiles se convierten en esporádicas noticias. En enero de 2020 han muerto 6 niños wichís de hambre, de desnutrición y no porque sus padres y su comunidad no los quiera y no los cuide, que de hecho los quiere y mucho, sino porque son los más vulnerables en un contexto generalizado de hambre, desnutrición y abandono.
Es como que 500 años después volvemos a descubrir América, mejor dicho a los habitantes de Nuestramérica; a ellos, a los wichís, nadie los quiere, quieren sus tierras para cultivar commodities y que ellos, bueno, se vayan a los pueblos y ciudades, que aprendan la lengua del blanco, que siembren una huerta para no morir de hambre, que críen una cabras para tener su leche y su carne. Bueno, si es necesario se les puede dejar algo de tierra, como las parcelas de 500 hectáreas para 4000 personas wichís que otorgaron filantrópicamente algunos terratenientes.
De pronto volvemos a realizar la misma política de desprecio, de desposesión y de exterminio que hizo la colonia española con los americanos, pero hoy es el siglo XXI, y en vez de utilizar la excusa de la religión y someterlos por la cruz para salvar sus almas (si es que las tenían), hoy los sometemos con la excusa del progreso. El progreso llega al monte, los gobiernos prácticamente regalan estas tierras fiscales para que sean trabajadas e incorporadas al mercado, y los indios también deben adaptarse a esta modernidad o desaparecer, y están en eso, muriendo por miles y al morirse liberan ese territorio desmontado con sangre. Esta es la complicidad cultural colonialista, nuestra sociedad la considera como inevitable y adecuada, cuando lo adecuado es respetar a estas personas, respetar su cultura y garantizar sus condiciones de vida.
LA CONQUISTA DEL CHACO
Durante el período colonial el Chaco constituyó para los españoles un área marginal, carente de interés económico por la ausencia de minerales preciosos y por no contener poblaciones nativas que practiquen la agricultura. Aunque intentaron instalarse fundando la ciudad de Concepción del Bermejo en 1585, esta fue destruida por los nativos a causa de los atropellos colonialistas. Con la organización del Estado argentino el General Julio Roca encabezó primero la campaña contra los indios del sur y durante su presidencia decidió la ocupación militar del Chaco. Este proceso quedará cumplido hacia el año 1917, con la conquista del Chaco se abrieron las puertas a las empresas petroleras (inglesas principalmente) y los montes quedaron sembrados de numerosos cementerios masivos a cielo abierto a consecuencia de las extensas matanzas de indios realizadas en esa época.
La pérdida o el arrinconamiento territorial fue consecuencia directa de los diversos procesos históricos de colonización y desde aquella época la penetración blanca continuó en forma lenta, más que nada vinculada a la extracción maderera y a la ganadería de bajo volumen que no afectó críticamente el hábitat y la supervivencia de la población originaria.
EL PUEBLO WICHI
Ha sido normalmente definido como un pueblo cazador, recolector y pescador. Su actividad la regulaban las variaciones estacionales y espaciales de los bosques, desarrollando milenariamente una notable coordinación con los ritmos naturales. Tenían una movilidad que les permitía relocalizarse dentro del mismo territorio en ese gran ámbito natural que es el Chaco, por lo que accedían en forma alternada a sectores de mayor abundancia neutralizando así el deterioro ambiental que su explotación pudiera generar. No tenían pueblos ni ciudades permanentes, aunque algunos asentamientos eran semiestables donde incluso plantaban algo de zapallo y maíz. Básicamente vivían en un enorme bosque que les daba y guardaba todo lo que necesitaban, hasta sus medicinas. Utilizaban una gran variedad y cantidad de productos tanto de origen animal como vegetal que se fue reduciendo y acotando a medida que aumentaron las restricciones ambientales y territoriales.
La relación entre los wichís y la tierra es de “pertenencia”, concepción profundamente diferente a la que nos es habitual: la «propiedad individual o privada». Contaban con casi nula estratificación social, se agrupaban en grupos de familias por afinidad que cazaban y recolectaban para todos los integrantes del grupo cuidando a sus niños, ancianos y enfermos.
En la actualidad persiste un patrón de asentamiento rural: el 72% de los miembros de este pueblo se asienta en áreas rurales según el INDEC, a pesar de estar despojados de su territorio. A diferencia de gran parte de los pueblos indígenas argentinos que registran una alta tasa de urbanidad, los wichís no suelen migrar a las grandes ciudades y predomina entre ellos la residencia en comunidades. Es notable que, incluso en los casos en que se asientan en zonas cercanas a los centros urbanos, realicen ocupaciones grupales recreando sus formas de convivencia y socialización.
CRISIS HUMANITARIA Y ESTADO CÓMPLICE
Consecuencias evidentes del contacto entre el indio y el nuevo ocupante es la triada de caída de la población, degradación ambiental y despojo de sus bienes ocasionando a los sobrevivientes arrinconamiento territorial. La Argentina cuenta con una ley de protección de bosques violada permanentemente por el Gobierno de Salta autorizando desmontes (el más vergonzoso en 2018 a favor de la empresa de la familia del Jefe de Gabinete de la Presidencia Marcos Peña Braun), incluso existe una ley nacional que frena los desalojos y promueve relevamientos de posesiones ancestrales (ley 26.160) que obviamente no se cumple. Esta población no tiene acceso a la justicia de los blancos, aunque muchos blancos trabajan para ayudarlos y acompañarlos. La Escuela de Antropología de la Universidad Nacional de Salta sigue el padecer del pueblo wichí y sus trabajos son denuncias de los atropellos e inequidades a la que se los somete. Uno de sus estudios del año 2007, evaluando 96 comunidades (5.000 individuos) encontró que solo 30% de estas tenían centro de salud, un 40% tenían escuela. El 60% de las comunidades no cuenta ni con 500 ha para proveerse de su sustento, cuando antes hacían una utilización sabiamente programada de toda la extensa región.
La situación sanitaria es gravísima, el hambre y el estrés del despojo para un pueblo tan manso es terriblemente traumatizante, la desnutrición es generalizada, y en casi todas las comunidades se detectan niños con marasmo y kwashiorkor al estilo africano. La tuberculosis y el chagas tienem índices de incidencia altísimos, la mortalidad materna se sospecha que es muy elevada también.
El acceso al agua es uno de los mayores problemas. Antes del desastre ecológico que generó el agronegocio, los nativos contaban con numerosos abrevaderos del bosque, además de los ríos y lagunas permanentes. Hoy, con todo el bosque talado y arado, no hay mas represas naturales, ni abrevaderos. Los criollos (blancos) de la zona cuentan con pozos que les proveen agua subterránea, los nativos mueren de sed, además de hambre.
La respuesta estatal es asistir con cajas de alimentos (intermediada por el clientelismo de los líderes criollos locales) y fomentar que trabajen de hacheros. Como asistencia médica propiamente se cuenta con hospitales en ciudades como Embarcación, Oran y Tartagal y centros de salud en algunos localidades con población wichí y criolla, pero esta atención es insuficiente, los equipos de salud están diezmados y les cuesta avanzar en la relación con la comunidad porque no entienden la lengua ni sus costumbres y sus medios de asistencia son totalmente insuficientes e inadecuados para la magnitud de la crisis humanitaria de la población wichí. Organizaciones que trabajan en este sector como “Deuda Interna” y otras consideran que la mayor parte de los nativos afectados no concurren a los centros de salud de los blancos. El principal hospital de la región, en Tartagal, tuvo 34 niños desnutridos internados en enero y hay días en que no tiene médicos de guardia.
La situación se agrava año a año desde hace dos décadas. El gobernador Gustavo Sáenz declaró la emergencia sanitaria en la región, pero paralelamente realizó un recorte de 5 millones del presupuesto de salud para este verano. Los gobiernos salteños de Juan Carlos Romero y de Juan Manuel Urtubey promovieron el saqueo del territorio sentando las bases para la crisis humanitaria actual. En el nuevo gobierno persisten las alianzas con los sectores más duros del agronegocio del NOA. De hecho, el Ministro de Producción y Ambiente de Salta, Martin de los Ríos. encabeza una de las principales empresas de fumigación con agrotóxicos del NOA y formó parte de la mesa de enlace sojera en la región.
La Argentina tiene una crisis humanitaria que esta invisibilizada, porque las víctimas no son vistas, recién fueron “descubiertas” cuando destruyeron sus bosques. No tenían ni documentos. Quinientos años después de destruir América con el genocidio más grande de la historia, lo estamos repitiendo con la misma inhumanidad que en aquellas épocas. Esta crisis tiene una base estructural, se promueve incorporar a la producción agroindustrial un territorio que está poblado y cuya población se descarta. La solución pasa por cambiar radicalmente este enfoque, devolver el territorio a sus primitivos habitantes y con una Reserva Indígena garantizar que no sufra más desmontes y conjuntamente con los pueblos del lugar organizar el sostén sanitario, social, educativo y productivo de la Reserva con una intensa mirada intercultural y de género.
* Medardo Ávila Vázquez es médico e integra la Red Universitaria de Ambiente y Salud (REDUAS). Este artículo fue publicado bajo el título “Cinco siglos igual” en El Cohete a la Luna.
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