¿Cuál es el mensaje de las urnas del 12 de septiembre pasado? ¿Demanda un giro a la derecha o más populismo? El gobierno nacional ha dado señales en los dos sentidos. Como un boxeador que recibió una mano de nockaut, pero no cayó, intenta encontrar un lugar donde pararse para salir de la zona peligro y desde allí ver cómo evitar un golpe que lo mande a la lona.
Por un lado, una enorme cantidad de argentinos no fueron a votar, decepcionados por la falta de respuestas a la crisis económica por parte del gobierno del frente peronista y, sobre todo, a la carencia de perspectivas favorables. Este comportamiento político desinfló el volumen del bloque populista. Por el otro, se consolidó una opción de centro-derecha (Juntos por el Cambio) y de derecha ultra-liberal en CABA (Javier Milei) y provincia de Buenos Aires (José Luis Espert). Este conglomerado diverso tiene liderazgos, asentamiento territorial, y convergencia de representación e intereses con sectores económicos de la Pampa Húmeda. Su fortaleza política y estratégica le ha dado cierto poder de veto frente a una posible restauración populista.
Dicho de otro modo: No es que se haya agrandado la centro-derecha argentina, anclada en el anti-kirchnerismo y anti-peronismo, sino que se achicó el frente populista de centro-izquierda. Por lo tanto, disminuyó su margen de acción.
La inflación, uno de los puntos críticos del apoyo o rechazo popular de las políticas oficiales y de la construcción de consenso político, fue en 2020 de 36,1% y en los primeros 8 meses de 2021 ya acumula 32,1%. La proyección la eleva a la franja de 45-48 por ciento, de acuerdo a quien lo calcule.
Según la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE), el PBI podría crecer 8,5% en 2021, la economía seguirá en expansión, y caerá el desempleo. Sin embargo, resaltan que una de las claves de un programa de crecimiento económico sustentable depende del incremento de la capacidad de consumo y esto se encuentra atado, en parte fundamental, a la capacidad de compra de salarios y jubilaciones. Desde hace meses, este punto se ve licuado por la suba de precios. Para ponerlo de otro modo: en lugar de que los beneficios de la recuperación de la economía queden en el bolsillo de los trabajadores, jubilados y sus familias, estos pasan a la cuenta de los propietarios.
Feletti tomó el toro por las astas y busca acotar el incremento de la inflación núcleo (3,1% en agosto) que se compone, sobre todo, de productos alimenticios y de limpieza industriales. Sin limar la inflación no hay futuro individual ni colectivo. La de Feletti es una receta populista. Y las del ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca, Julián Domínguez, por caso, con las exportaciones de carne y la ley de fomento agroindustrial forma parte del vademécum del centro-derecha económico. Este monstruo de dos cabezas, es el que en algún momento deberá operar la coalición gobernante.
Como ya es archiconocido, la derecha económica repite la cantinela de que la inflación es fruto de la emisión de dinero y la existencia de déficit fiscal. No es que no sea cierto en parte, pero no son los únicos factores. Si hubiera sido así, por ejemplo, con la aspiradora de pesos que puso en marcha el gobierno de Mauricio Macri, la inflación hubiera quedado sepultada 50 metros bajo tierra. Los datos contradicen esta afirmación: En 2016 la inflación fue de 40%; 2017 de 24,8%; 2018, 47,6%; y 2019, 53,8%. Esta última fue la más elevada en 28 años.
Para hacerlo simple, la inflación es multicausal: confluyen, entre otros, los factores indicados en el párrafo precedente con los del precio del dólar –las devaluaciones a partir de 2018 son parte de la explicación del salto en el IPC-; el tipo de mercados –concentrados o no concentrados-; la cultura –la experiencia previa de la sociedad-; la lucha de clases –la apropiación de la ganancia. Un ejemplo, fue la transferencia de recursos vía tarifas a las empresas de servicios públicos durante el gobierno de JxC-; y los contextos políticos y económicos locales e internacionales -por ejemplo, el aumento del precio de materias primas o de la energía-.
Más allá de que es una decisión de corto plazo (para que el fruto de la expansión económica no se vaya por completo a la caja empresarial), la decisión de Feletti hay que ubicarla en un contexto complicado para este tipo de medidas. Sólo pueden ser exitosas si la fuerza política y social que las sostiene es equivalente o superior a la de los dueños del capital. Eso no parece expresarse aún.
Otro elemento importante es que un control de precios debe estar dentro de un plan general, no durar demasiado tiempo y complementarse con otras medidas que ataquen el problema general de la inflación. Por ahora, sólo va atada al precio del dólar, que se devalúa acompañando el IPC.
Sin embargo, su sola existencia muestra que un sector del frente peronista está dispuesto a jugar parte de su suerte en esta disputa. Todavía no se observó una manifestación del movimiento obrero para apoyarla, ni de grupos económicos nacionales. Esta limitada posición, condiciona la suerte de muchos de ellos a corto, mediano y largo plazo.
También, en el mediano plazo, habría que esperar acciones que motoricen la inversión para romper la concentración productiva de los sectores de alimentos, limpieza y bebidas. La ley agroindustrial sólo promueve incentivos para el sector de bienes transables, es decir, liga a la economía local con la internacional. Un curso de ese tipo –sólo con la mira en las exportaciones- es un desastre para la industrialización argentina por fuera de la agroindustria y para la provisión de servicios de alto valor agregado en el mercado nacional e internacional. El costo interno de los alimentos, la famosa “mesa de los argentinos”, define en gran parte la existencia de un proyecto inclusivo, ya que compensa, entre otras cuestiones, la falta de escala –cantidad de población que tiene el país, tanto para constituir un mercado comprador de la producción de magnitud como para reducir estructuralmente el valor de la mano de obra-.
No hay nuevo escenario electoral sin cambio de contexto general. Por lo tanto, un control de precios no define la suerte del oficialismo que, por el momento, está echada y repetirá los grandes trazos de las primarias. En principio, no habría tiempo material para alterar esa ecuación. Sólo puede inducir mejoras en el desempeño y permitir algunas recuperaciones parciales, tanto en general -elección nacional- como en algunos distritos.
Por cierto, el mensaje de las urnas también es este, el de controlar la inflación para empezar a imaginar un futuro, aunque sea razonable. El gobierno, a juzgar por la medida, parece haber tomado nota.
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