Una manga. Una manga de una remera. Una manga de una remera color azul. Una manga de una remera color azul que usó un niño de 13 años el día que lo asesinaron. “Eso –dice Rosa Martínez–, es el último recuerdo de mi hijo vivo”.
Lo recuerda en la cocina de su casa de barrio 9 de Julio, vestido con un shorcito oscuro y zapatillas, arrancando las mangas de una remera azul con una tijera. Ese 20 de diciembre de 2001, hacía calor en Córdoba. Cuando terminó, David Moreno se puso la remera ya sin mangas y salió con sus amigos. Había pedido permiso para ir a la sala de videojuegos.
Unas horas después, frente a un supermercado ubicado a tres cuadras de su casa dónde la gente se agolpaba para pedir bolsones de comida, fue alcanzado por cinco perdigones, tres de goma y dos de plomo, disparados por la Policía de Córdoba.
“Yo estaba mirando la tele, miraba lo que pasaba en Buenos Aires, como la Policía metía palos y balas a la gente. Afuera de mi casa se escuchaban tiros. Uno de esos le pegó a mi hijo ¿Que loco, no?”, dice ahora la mujer de 67 años. David era el menor de sus cuatro hijos, y fue la única víctima de la represión policial ocurrida en Córdoba, en las vísperas de la renuncia del presidente Fernando de la Rúa. En todo el país, ese día murieron 39 personas.
El juicio por el homicidio comenzó ayer. En la primera audiencia, la defensa de Hugo Canovas Badra, único imputado por el homicidio, pidió la nulidad del juicio. Los jueces de la Cámara 1° del Crimen resolverán hoy si la aceptan o no. Si la rechazan, comenzará la ronda de testigos y la primera persona en declarar será Rosa. La espera fue de 15 años, más tiempo de lo que duró la vida de su hijo. “El otro día encontré una de las manguitas de la remera”, cuenta Rosa a ENREDACCIÓN. “Ese día yo estaba contenta. David se había llevado como ocho materias, pero las rindió a todas en diciembre. Iba a pasar a segundo año”, recuerda.
Un pico de presión había hecho que Luis Moreno, padre del chico, estuviera ese día en la cama de un hospital, internado. David le dijo a su madre que regresaría a la tarde, para acompañarla en el horario de visitas. Cuando Rosa regresó del hospital, su hijo menor no había vuelto. “Lo buscamos en la canchita, en la casa de los amigos y en la Policía”, cuenta. Recién a las tres de la madrugada, en la División de Homicidios de Jefatura, alguien se lo confirmó: David había muerto. De la sala de videojuegos, fue hasta la puerta del supermercado Mini Sol, atraído por el tumulto.
EL TIRADOR
Cuando la Guardia de Infantería comenzó a reprimir con disparos, otras tres personas fueron heridas por postas de plomo. Una de ellas es Marcelo Frejenal, quien también debería declarar hoy en caso de que la Cámara 1° del Crimen rechace la nulidad presentada por la defensa. “Yo ya había perdido las esperanzas. Hasta intenté olvidarme de todo eso”, dijo Frejenal a este medio. Marcelo tenía 27 años y era vecino del supermercado. Como Rosa, ese día Marcelo miraba la tele. Salió de su casa a buscar a su cuñado, que estaba con su hija de tres años. “La gente estaba frente al Mini Sol. Nadie tenía piedras, ni palos ni nada. Ahí estuve un rato hasta que se escucharon los primeros tiros, y lógicamente corrí. Ahí sí, empezaron a volar piedras”, cuenta.
Marcelo fue alcanzado por una posta de plomo que atravesó uno de sus brazos, entró por la espalda y perforó su pulmón derecho. Corrió unas cuadras, hasta que se quedó sin aire. “En un momento pasé por el lado de una mujer herida y de otra persona más que estaba en el piso: era David Moreno”.
En la acusación, el fiscal Raúl Garzón, quien elevó la causa a juicio recién en 2009, sostiene que todas las personas heridas fueron alcanzadas por un único disparo efectuado por Canovas Badra. Otros dos disparos, uno que dio en un árbol, y otro que hirió de frente a David Moreno, realizado con cartuchos “AT” (anti Tumulto), con postas de goma, fueron efectuados, según el fiscal, por “policías no individualizados”. Es decir que en el lugar hubo varios tiradores con la misma posibilidad de lesionar o matar. En su defensa, Canovas esgrime que es “imposible” que desde su posición, un sólo tirador haya herido a todas las personas y niega que él haya usado cartuchos “PG” (Propósitos Generales), con postas de plomo.
Según consta en la causa, a varios policías que participaron del operativo les dio “positivo” la prueba de dermotest, que busca huellas de pólvora en las manos de quienes dispararon. A Canovas, le dio negativo, aunque fue realizado muchas horas después.
TESTIGOS CLAVE
Para la abogada querellante Adriana Gentile, será complejo sostener la acusación material contra el policía. “Lo que sí queda claro es que la fuerza policial, ese día, distribuyó cartuchos de plomo y en eso hay una responsabilidad política”. Se trata de una causa que fue dilatada durante 15 años. Un jefe del operativo estuvo acusado de dañar la escena, pero fue sobreseído. Pasaron tres fiscales, diferentes carátulas, muchos testigos murieron. En el juicio se espera que declaren 120 personas. Será el momento de ver que tan firme es la instrucción. En el banquillo, no hay ningún responsable jerárquico del operativo de ese día. Ni jefes de la fuerza ni autoridades políticas.
Además de las víctimas, serán claves las declaraciones de los policías que actuaron ese día. El único testigo que indica que el tirador letal pudo haber sido Canovas, fue el por entonces oficial subinspector Gustavo Gonzalez. Ese día, González fue quien repartió “cartuchos verdes”, tres por uniformado, del tipo “AT”, pero sin identificación con letras, como exige la ley de armas. González fue quien tomó el pulso de David Moreno y lo cargó a un móvil, con ayuda de otros uniformados. En 2014, González ganó fama por ser el Jefe de Inteligencia de Drogas Peligrosas condenando por el “Narcoescándalo”.
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