Hace más de tres décadas que en el congreso de la Nación se presentan proyectos que van en ese sentido. Algunos han tenido buena intención como el debate propuesto por el reconocido especialista y académico Emilio García Méndez (a mi entender unos de los más destacados expertos que con autoridad y expertiz pueden opinar sobre esta temática en extremo delicada). Si bien hubo varias iniciativas, éstas siempre perdieron estado parlamentario sin haberles dedicado el tiempo para debates serios y sostenidos en comisión. “Son temas calientes que nadie se atreve a tocar”. No hubo compromiso, coraje ni dedicación. Se desperdició tiempo y faltó voluntad. Ni siquiera para aprovechar el bagaje y la experiencia del camino recorrido por otros países que legislaron al respecto. Tampoco se estudiaron los estándares en materia de infancia y derecho penal recomendado por los organismos internacionales que refieren a los derechos de niños niñas y adolescentes.
Además, siempre que se aborda esta temática prevalece una concepción represora sobre la socializadora y reeducadora. Después de tanto tiempo y en un contexto absolutamente diferente, agravado en extremo por el imperdonable crecimiento de la pobreza, el incesante y sustancial desarrollo del narcotráfico con un preocupante consumo generalizado en amplios sectores de la sociedad, pero donde mas pega y mal es en los menores y mucho más aun en aquellos que se encuentran en situación de vulnerabilidad, todo sigue igual.
Si yo priorizara ser coherente con mi formación política progresista, debería sostener la necesidad de resolver primero esta compleja y dolorosa situación en lugar de pensar en una modificación al régimen penal juvenil. Pero partiendo de una realidad que sería muy torpe desconocer, todos sabemos que, aun gestionando de maravillas este país (cosa que me permito dudar en extremo) remontar desde el abismo en que nos encontramos nos llevaría muchas décadas y, en el mientras tanto la situación se torna cada vez más compleja. ¿Es necesario bajar la edad de imputabilidad? Particularmente creo que SI. ¿Es posible en la Argentina actual?, definitivamente NO.
Jamás se podría sancionar una ley en ese sentido, sin antes preparar toda la infraestructura física, edilicia, de recursos humanos necesarias para tal fin. Sabido es que los menores en conflicto con la ley penal no pueden ser alojados en el sistema penitenciario para adultos. Cuando hablo de la infraestructura física refiero a establecimientos especiales diseñados por expertos con las características de servicios educativos de readaptación y socialización de los menores que ahí serán derivados. Con la particularidad de escuelas-internados, con espacios amplios y adecuados, pero que alberguen a una población reducida de menores, con una frecuente y muy aceitada presencia de la familia y afectos en términos de visitas casi permanentes. La idea que debe primar es la culminación de los estudios que tuvieran pendientes, preparación incluso para ingreso a estudios terciarios o universitarios y que puedan desarrollar habilidades laborales, artísticas o culturales que garantice la tan necesaria socialización que le permitirá integrarse con éxito en la comunidad en la que deberá vivir luego de cumplir con la sanción impuesta. Para ello la cercanía y el contacto con la familia es fundamental. Incluso, muchas veces también ella debe ser asistida y recibir tratamiento y acompañamiento para facilitar y garantizar una integración solida al ámbito familiar. Esos espacios destinados al estudio, la recreación, la práctica del deporte y actividades de carácter cultural deben ser conducidos por personal preparado para el trato con los menores, cuya problemática no solo radica en haber cometido delitos, sino que en la gran mayoría de los casos son adictos, con severos problemas de conducta, violentos y de difícil adaptación. Es necesario abordar esta problemática despojándola del romanticismo de que solo bastan las buenas intenciones.
El proceso por el que deben transitar no es fácil en absoluto. Es por ello que el personal (multidisciplinario) además de tener sus títulos habilitantes en cada una de las profesiones, deberán recibir una capacitación especial con remuneración acorde a tan delicada tarea. Serán los encargados de estar siempre acompañando a los menores. Estos establecimientos deberán tener un estricto control por parte de la autoridad de aplicación (Ministerio de Justicia) y, además, conociendo los aberrantes y vergonzantes sucesos que ocurren en los servicios penitenciarios o en los centros de detención de menores, es necesario una articulación permanente con los organismos de derechos humanos vinculados y especializados en minoridad. Se recomienda que estos lugares de albergue se encuentren ubicados territorialmente de manera estratégica considerando la importancia de la cercanía con el asentamiento de la familia del menor. Incluso los regímenes de salidas transitorias deberán pasar por rigurosos estudios del personal especializado en conjunto con los jueces de menores que atienden los casos.
Cuando hablo de oportunismo es porque frente a los dolorosos sucesos cada vez más frecuentes en los que intervienen menores en actividades delictivas, surgen el discurso sobre la sanción de una ley penal juvenil bajando la edad de imputabilidad. Cuando refiero a irresponsable es porque es imposible sancionar una ley de estas caracterizas sin la infraestructura necesaria para su aplicación. Cuando hablo de hipocresía refiero a que nunca hubo en las últimas décadas voluntad de abordar de manera integral el tema, dilapidando dinero en lo superfluo y evitando atender lo importante y urgente. Entonces entre discursos hipócritas, irresponsables y oportunistas así andamos, desorientados en una Argentina donde seis de cada diez menores son pobres, sin horizontes, sin proyectos de vida, expulsados del sistema, y seducidos por la actividad delictiva, donde su razonamiento (no justificable), pero lógico y entendible es… ¿”si mi vida no vale nada, porque razón tengo que valorar la de los otros?”
* Griselda Baldata es profesora y diputada Nacional (MC).
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