Primero que nada, quiero aclarar que no soy antivacunas y que incluso estoy convencido que la vacunación contra Covid en adultos es la principal causa de la profunda caída de los casos de contagios y de muertes (aunque conozco que existen fenómenos de autolimitación de las pandemias inexplicables, como en la gripe H1N1).
Nosotros, los miembros de los equipos de salud, sabemos que muchas decisiones de política sanitaria se toman por intereses que no son los de cuidar la salud colectiva. Y convivimos con estos, las presiones políticas y sobretodo con los lobbys de la medicina mercantilizada. A principios de año tuvimos que tomar una decisión, llegaban las primeras vacunas contra Covid envueltas en un cono de dudas sobre su seguridad y eficiencia, pero la primera ola de la pandemia ya había generado 50.000 argentinos muertos y 600 de nuestros compañeros murieron atendiendo enfermos, las vacunas eran lo único que no podrían llegar a protegernos para poder seguir cuidando nuestros pacientes y así fue como nos vacunamos masivamente a pesar de la desconfianza. Y parece que fue una buena decisión ya que en la segunda ola el impacto entre nosotros generó solo el 10% de las muertes que tuvimos antes.
En segundo lugar, quiero que quede claro que la epidemia es real, que este coronavirus afectó duramente a los adultos, sobre todo a los más mayores, y que el “exceso de mortalidad” demuestra que es alto el costo en vidas y que no se “confundieron” muertes habituales con muertes Covid, esto no pasó, en septiembre y octubre 2020 y mayo y junio 2021 hubo muchos más muertos que en toda la historia de esos meses. En Córdoba mueren un promedio de 2500 personas por mes, pero en Oct2020 fueron 4407 y en junio 2021 fueron 4999 (un 91% de excesos de muertes, muchas directas por Covid otras indirectas por crisis del sistema).
En tercer lugar, quiero expresar que vacunar con vacunas de emergencia a la población adulta fue una buena decisión sanitaria ya que no tenemos herramientas útiles para tratar el Covid 19, este coronavirus que nos infecta a los adultos muchas veces genera respuestas defensivas anormales que terminan enfermándonos gravemente y aun matándonos.
Los coronavirus conviven con la humanidad desde siempre, por lo menos cuatros tipos nos infectan y nos enferman muchas veces mientras somos niños y adolescentes. A lo largo de la evolución de nuestra especie hemos adquirido la capacidad para manejarlos sin que nos afecten seriamente, nos hemos ido adaptando a convivir con los coronavirus (por lo menos esos 4 que teníamos identificados), nos infectan desde muy pequeños y vamos haciendo inmunidad y solo nos generan esos cuadros de resfrío y mocos que nos llevó a llamar a los pibes como “mocosos”. Un análisis diferencial del sistema inmune publicado en The Lancet 2020 lleva a la misma conclusión: la evolución ha otorgado una ventaja de supervivencia a los niños para combatir patógenos conocidos y desconocidos (doi: 10.1016/S2352-4642(20)30135-8 ). El problema es que ahora llegó un nuevo coronavirus, un primo hermano concebido por los desbalances ecológicos que genera nuestro sistema productivo que ya generaron otros coronavirus pandémicos que por suerte se autolimitaron (el MERS y el SARS COV1); a este nuevo coronavirus (SARS COV2) muchos adultos lo procesan mal y se genera una respuesta inflamatoria predominantemente pulmonar que puede matarlos y en ellos estas vacunas han demostrado protegerlos de esa respuesta que los lleva a terapia intensiva. Pero los niños reciben al SARS COV2 como si fuera un coronavirus común, sin síntomas o con un cuadro menor porque su sistema inmunológico no es el de un adulto.
En cuarto lugar, debe quedar claro que el impacto de la pandemia en los niños es mínimo y casi exclusivo de niños fragilizados por enfermedades previas. Entonces ¿de que los vamos a proteger vacunándolos? Según datos del Ministerio de Salud de agosto 2021 presentados por la Sociedad Argentina de Pediatría el 13/10/21 en un masivo webinar titulado: Actualización sobre vacunas Covid en Pediatría (https://www.youtube.com/watch?v=Bi9oVsWj9lI&t=295s): solo el 10.8% de los infectados (positivos para Covid 19) eran menores de 20 años, de los 116.000 muertos solo 294 eran < 20 años (el 0.25% de todos los decesos por Covid) y de entre ellos solo un pequeño grupo no tenía comorbilidad identificable conformando el 0,09% de todos los óbitos por Covid en la Argentina. Además, la circulación masiva de este virus (más el distanciamiento) generaron una baja notable en los casos de neumonía, bronquiolitis, nacimientos prematuros, etc. Lo que se reflejó en que disminuyera la mortalidad infantil e incluso la mortalidad neonatal en Argentina y en todo el mundo en el año 2020 y en lo que va de 2021. La enfermedad poscovid, que en pediatría la conforma principalmente el Síndrome Inflamatorio Sistémico (SIM) y que se presenta un mes después de la infección podría ser otra amenaza a la salud infantil, pero afectó a solo 208 niños argentinos entre 542.000 niños infectados, o sea, un cuadro muy pero muy poco frecuente.
En mi experiencia personal (que aunque queramos o no, es una fuente importante de evidencia para cada médico, aunque de valor anecdótico para la ciencia) tengo tres pacientitos que murieron con Covid de menos de un año de vida, pero todos con cuadros previos gravísimos, también cuento con las dolorosas situaciones de un padre de tres pacientes míos, de 38 años, muerto por Covid previamente sano y con solo una dosis de vacuna; y la madre de un pacientito de 2 años que fallece por neumonía por Covid con 33 años sin llegar a vacunarse, mientras que no asistí ni diagnostiqué ningún SIM o cuadro símil Kawaki.
En quinto lugar, no debemos olvidar que vacunar no es lo mismo que medicar o intervenir sobre un enfermo, la población a vacunar está sana, solo sufre una amenaza hipotética a su vitalidad e intervenir sobre la misma (vacunarla) la resguardaría de esa amenaza. La ecuación riesgo/beneficio es distinta a la del enfermo, tenemos que saber que el riesgo será mínimo porque esas personas están sanas y no debemos dañarlas. En el marco de una pandemia tan feroz como está se justificó autorizar vacunas de emergencia, sin estudios completos sobre su seguridad y su eficiencia (si sobre su eficacia en ensayos controlados) que se aplicaron en población adulta especialmente susceptible a las formas graves del Covid. Pero aplicarla ahora a los niños no es justificable desde la evaluación ética de riesgo/beneficio, ya que el riesgo es mínimo como lo demuestra los datos argentinos, con solo un 0,09% de niños muertos por Covid entre los 116.000 fallecidos en Argentina por esa causa, y no es ético porque hay un riesgo, las vacunas aún no sabemos si son seguras a mediano y largo plazo. Es factible y aceptable autorizar las inmunizaciones a ese grupo de niños con enfermedades previas que los vuelve especialmente vulnerables al Covid 19.
En sexto lugar, El ANMAT acaba de autorizar el uso en mayores de 3 años de la vacuna contra Covid Sinopharm y se lanzó masivamente la vacunación a niños en a Argentina. Esta vacuna china tiene publicado solo un ensayo de fase I y II (que son las pruebas iniciales) con solo 216 y 540 niños inoculados en los que a la dosis de adulto se generaría una respuesta inmunológica aceptable, pero su seguridad está en duda (DOI:https://doi.org/10.1016/S1473-3099(21)00462-X). Se aduce que como Sinopharm usa tecnología tradicional de virus atenuados utilizadas por otras vacunas muy aplicadas (como la vieja triple) no tenemos que preocuparnos ahora, como si no supiéramos que las vacunas que utilizaban hidróxido de aluminio fueron cambiadas por vacunas sin aluminio porque se ha demostrado que el contenido de aluminio en el tejido cerebral se encuentra constantemente alto en el autismo, motivo por el cual debiera evitarse su uso tanto en alimentos y vacunas como en todo tipo de medicamentos (DOI: https://doi.org/10.1016/j.jtemb.2017.11.012) e incluso el Manual del vacunador que emitió el Ministrio de Salud nacional este año establece que ante una vacuna que tiene como adyuvante Hidróxido de Aluminio en las precauciones para su aplicación se destacan antecedentes de epilepsia u otro trastorno neurológico progresivo. Además, para Sinopharm, los virus Sars Cov2 se cultivan en células VERO que están muy cuestionadas por su potencial oncogénico, por lo que también se tiende a abandonar este tipo de cultivo celular para disminuir los riesgos.
Claramente no sabemos si Sinopharm es segura para nuestros niños, como si esto fuera poco se utiliza en niños la misma vacuna que en adultos, con la misma dosis de antígenos virales: son 0,5 ml del inoculable que contiene 4 ugrs de antígeno viral. Esta situación nunca la vivimos en pediatría donde siempre se utilizan dosis menores a las adultas y ensayadas para niños. Mi compañero de la Catedra de Pediatría de la UNC, el Profesor Enrique Orschansky, también ha expresado públicamente sus dudas sobre utilizar hoy esta vacunas en nuestros pacientes y reclama vacunas seguras y eficaces (https://www.youtube.com/watch?v=kDfWU95v7VQ).
En séptimo lugar, es preciso reconocer que un análisis honesto y ético encuentra aquí que tenemos un riesgo escasamente valorado en la vacuna para los niños y un beneficio que no es significativo. Es muy común que se considere a los niños como un adulto en escala menor y con ese pensamiento lineal se concluye que vacunarlo sería beneficioso también para ellos. Algunos expertos han argumentado que inmunizar a los niños ayudaría a interrumpir las cadenas de transmisión y contener al virus, pero inmunizar a los niños para proteger a otras personas, cuando puede haber un riesgo para quien recibe la vacuna es inaceptable, es decir, no se debería vacunar a un niño de 15 años al sólo efecto de evitar que se infecten los adultos. Eso no es éticamente admisible. Se invoca que cepas nuevas, como la delta generarían nuevas olas de la pandemia, aunque hoy estamos registrando hasta un 40% de casos delta en AMBA, los casos y gravedades siguen en baja y el esfuerzo debería estar puesto en aumentar la cobertura de vacunas en los adultos donde todavía falta mucho por hacer.
En octavo y último lugar, corresponde mencionar que otras vacunas autorizadas y usadas en niños en occidente (Pfizer y Moderna) están sufriendo fuertes controversias porque los menores de 20 años presentan más efectos adversos que los adultos. Efectos adversos cardiacos, principalmente miocarditis (inflamación del musculo cardiaco) se encontraron muy aumentadas en adolescentes después de la segunda dosis de la vacuna Pfizer (autorizada de emergencia y con pocas pruebas en menores de 20 años). Países como Noruega y Reino Unido valoran limitar las aplicaciones en niños a una solo dosis, otros como Suecia, Dinamarca y Finlandia suspendieron las aplicaciones de Moderna por el riesgo de miocarditis. Según datos recientemente generados por el Centro de Control de Enfermedades/CDC de Estados Unidos, vacunar contra Covid-19 con Pfizer o Moderna a 1.000.000 de niños de 12 a 17 años evitaría 5.700 contagios, 215 hospitalizaciones y dos (2) fallecimientos, aunque generarían un máximo de 70 casos de miocarditis (https://www.nytimes.com/es/2021/10/08/espanol/vacunas-ninos-covid.html). El problema sigue siendo que no tenemos datos de seguridad para usar estas vacunas en la población pediátrica que realmente no sufre una amenaza importante en esta pandemia, un millón de niños vacunados para evitar 2 muertos sufriendo 70 miocarditis vacunales nos tiene que hacer reflexionar.
En el reciente webinar de la Sociedad Argentina de Pediatría (de la que soy miembro y con la cual colaboro) se expresó que todos los pediatras del mundo queremos vacunar a los niños contra Covid y esto no es cierto, los pediatras recomendamos y recomendaremos vacunas para nuestros pacientitos que sean necesarias y seguras, pero lo que más no preocupa es que la infancia sea protegida y respetada.
* Medardo Avila Vazquez es médico Pediatra y Neonatólogo, ex Subsecretario de Salud de la Ciudad de Córdoba.
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